Empachados de progreso

 A lo largo de la historia los sanjuaninos siempre han hablado de la necesidad de impulsar un cambio como base para el crecimiento.

—Hay que cambiar el modelo productivo.

—Hay que diversificar la economía.

—Hay que...

Pero en realidad... ¿queremos ese cambio?

Durante el corto lapso que Sarmiento gobernó San Juan (9 de enero de 1.862 al 5 de abril de 1.864), su gestión se caracterizó por una marcada impronta renovadora y progresista.

—Destruida Mendoza por el terremoto del año anterior, San Juan puede ser la Capital de Cuyo antiguo. Es preciso dar un centro de civilización en la falda de los Andes—, escribía Sarmiento a Mitre, poco antes de asumir.

—He hecho treinta años un papel contra natura, escribiendo, hablando, sin poder obrar, en medio de las resistencias.

Tengo por fin la acción, en pequeño es verdad, pero la acción y en tres años de gobierno les mostraré los puños que Dios me ha dado—, escribía a su amigo José Posse.

Y optimista sobre el futuro minero de la provincia afirmaba que las minas de plata de San Juan eran capaces de transformar la economía de la república.

—Presidir a esta revolución industrial, dirigirla en sus primeros pasos, sanar las heridas de San Juan, es gloria más sabrosa que ir de vicepresidente o ministro a disputar y pronunciar discursos.

En el corto lapso que gobernó, creó escuelas, fundó villas, ensanchó e iluminó calles, alentó la minería...

Lógicamente, para alentar el cambio hacía falta dinero.

Y para que el Estado tuviera dinero era necesario cobrar los impuestos.

Esto bastó para que Sarmiento se fuera quedando solo.

—Ya estamos empachados de progreso—, sostenía la oposición en sus discursos.

Hubo tumultos, manifestaciones y hasta renuncias de empleados de la administración pública.

Los mismos sanjuaninos que lo recibieron como el hombre que los sacaría del atraso, ahora lo tildaban de loco.

Extrañamente —o no— los cabecillas eran los que siempre vivieron del presupuesto estatal.

—Hoy me encuentro sin un centavo en las cajas provinciales, con urgencias que me he creado deseando hacer del gobierno un elemento de progreso—, contaba el gobernador Sarmiento al presidente Mitre.

—Usted debió contentarse con hacer un gobierno modesto—, le contestó Mitre.

—Esta provincia, señor, está quebrada y no tiene más porvenir que las minas que a Dios gracias son buenas. Tengo mucho temor que el señor Sarmiento no concluya su período.

Este hombre está triste. Quiso realizar un pequeño gobierno de Buenos Aires en una provincia y, naturalmente, esto no se puede conseguir. De manera que los sufrimientos domésticos lo han agobiado y refluyen en las cosas del gobierno. O más bien, hablando en plata, Sarmiento es un magnífico tribuno, un publicista de primera clase... pero inconveniente para gobernar. Creo que usted le haría un inmenso servicio enviándolo en alguna misión al extranjero...

La carta con estos conceptos fue enviada por el observador presidencial Régulo Martínez el 9 de octubre.

Recibida por el presidente Mitre, éste buscó una salida airosa para el sanjuanino y lo designó ministro plenipotenciario en los Estados Unidos.

Pocos días después, sin que el pueblo lo saludara como ocurrió a su llegada dos años antes, Sarmiento emprendía a lomo de mula un nuevo viaje a Chile, en el mayor de los silencios y las soledades.


Extraída del libro “El lado humano del poder, anécdotas de la política sanjuanina”, de Juan Carlos Bataller, publicado en marzo de 2006 

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Domingo Faustino Sarmiento
Domingo Faustino Sarmiento