Ángel Bongiorno: El “rey de las fugas”

Fue conocido en el ambiente policial por fugarse constantemente de los lugares donde se lo detenía. Se fue de las comisarías, de Tribunales, de la Cárcel y hasta utilizó la bicicleta de un policía para huir de la Central de Policía.

Escapando de la justicia de Córdoba, de donde era oriundo, arribó a nuestra provincia en el año 1958 un pintoresco delincuente. En su historial delictivo no figuran homicidios ni hechos gravísimos. Generalmente se dedicaba al hurto simple y a los robos, algunos a mano armada. Tenía dos revólveres que llevaba siempre consigo, pero sólo los utilizaba para amedrentar a sus víctimas.

Únicamente se conocen dos casos en los que efectuó disparos contra la policía cuando era perseguido, pero no con la intención de herir o matar. Así fue que cada vez que era sorprendido caía capturado y cada vez que era encerrado en calabozos, tanto en las seccionales como en la cárcel, conseguía huir. Su obsesión, al parecer, era no estar encerrado, razón por la cual se lo llamó el “Rey de la fuga”. Ya venía con esa denominación de la provincia de Córdoba, donde fue autor de siete hechos delictuosos, habiendo logrado fugarse cinco veces.

El sujeto se llamaba Ángel Bongiorno o Ignacio López, sin alias, nació el 23 de septiembre de 1921, en el distrito Laguna Larga, provincia de Córdoba. Su familia era de condición humilde y como tal cursó solamente cuarto grado en la primaria. Siendo aún muy niño ya trabajaba como ayudante de carpintería. Pero a él le gustaban las cosas fáciles para tener siempre un peso en el bolsillo. Se comentó que su primer delito fue vender las herramientas de su patrón y esa fue la causa de su despido.

Desde ese momento, y cuando todavía era menor de edad, empezó con sus fechorías, reuniéndose con otros sujetos de la misma calaña y adquiriendo más experiencia delictiva. Empezó robando frutas, aunque llegó a apoderarse de costosos automóviles para sustraerle solamente la rueda de auxilio o cualquier otro accesorio de fácil venta.

Bongiorno nunca tuvo nada, porque en realidad era muy derrochador. Al igual que un niño, le gustaban las golosinas y las bicicletas. Se daba el gusto de cambiar este vehículo todas las semanas.
Los sábados o domingos, por ejemplo, concurría a las canchas de fútbol y mientras se desarrollaba el partido, Bongiorno aprovechaba para elegir las bicicletas que se encontraban estacionadas para luego sustraerlas, dejando en el lugar la que venía usando.

Debido a su condición de menor, cada vez que fue detenido, tuvo que ser trasladado al Patronato de Menores. Pero nunca estuvo más de tres o cuatro días, porque siempre consiguió escapar y entonces su captura permanentemente estaba pendiente. En poco tiempo, Bongiorno había adquirido popularidad entre los policías por lo que, no habiendo forma de mejorar su situación, decidió continuar con las fechorías en otras provincias.

Sus primeras andanzas en San Juan: el robo era su fuerte
No hay registro preciso sobre cuándo pudo haber arribado a San Juan. En las órdenes del día de la repartición figuraban, por aquel entonces, un pedido de colaboración para la captura del referido sujeto por estar prófugo de las provincias de Córdoba y Mendoza.
Estaba acusado de ser autor de hurtos reiterados, de evasión y de resistencia a la autoridad. A mediados del año 1958, la policía de nuestra provincia empezó a recibir denuncias sobre sucesivos robos simples, cometidos en distintos departamentos. Al parecer, el autor era un solo individuo y sus datos filiatorios coincidían con el hombre buscado. Los investigadores no se equivocaban: se trataba justamente de Bongiorno, que venía operando solo, sin cómplices y a rostro descubierto.

El modus-operandi consistía en recorrer los barrios y conocer las viviendas de fácil ingreso. Para él, era lo mismo de día que de noche y muy pocas veces tuvo dificultad en conseguir el botín. A veces se conformaba con obtener un pantalón o una camisa. Prácticamente se convirtió en un ladrón hormiga, pues todo lo que conseguía lo reunía en la habitación que alquilaba, para luego dedicarse a la venta.

Mientras estuvo en San Juan se le conocieron cinco domicilios. EI último fue en Villa del Carril. Siempre alquilaba una sola habitación, que pagaba puntualmente.
A los vecinos les llamaba la atención que siempre se desplazaba en distintas bicicletas, pero nadie lo declaró hasta que debieron presentarse como testigos en alguna causa. La policía venía pisándole los talones y fue sorprendido en calle General Acha y Laprida, cuando se disponía a sustraer una bicicleta. Hubo cierta algarabía entre los policías al saber que había apresado al escurridizo ladrón prófugo de otras provincias. Pero la alegría les duró poco, debido a que Bongiorno, cuando se encontraba alojado en la seccional Primera, en horas de la noche, consiguió desaparecer.
Se supone que habría utilizado una ganzúa, seguramente muy oculta, para abrir la puerta y escapar. Desde entonces, otra vez empezaron a sucederse los robos. En una ocasión, robó dos automóviles para sustraerle las ruedas y algunos accesorios: las huellas registradas coincidían con las de Bongiorno.

Regresando y tiroteando
Después de la fuga, Bongiorno huyó a Mendoza, donde permaneció varios meses, cometiendo allí numerosas fechorías. Fue detenido dentro de una vivienda en plena operación delictiva. Enseguida se lo trasladó hasta la Alcaidía de Policía para ser alojado en una celda con custodia, pues ya se lo conocía como muy escurridizo. Al quinto día, a mitad de camino hacia La Brigada de Investigaciones en la que debía prestar declaraciones, le dio un fuerte golpe al policía y emprendió una veloz carrera.
La novedad de esta fuga fue puesta en conocimiento de la policía de San Juan y fueron alertados los custodios de las estaciones ferroviarias, en razón de que se tuvo noticias de que el prófugo habría ascendido a un tren con destino a Córdoba.

En la mañana del 13 de septiembre de ese año, en la estación de Pie de Palo, lugar donde cumplían funciones de auxiliares Carlos Nicolás Orihuela y Oscar Fernando Rodríguez, llegó allí el tren procedente de Córdoba y del cual descendió un sólo pasajero. El hombre, más bien joven, bien vestido, con sombrero verde, les preguntó qué ómnibus podía tomar en la ruta para llegar a San Juan.
A los auxiliares les llamó la atención debido a que el tren llegaba a ese destino. El desconocido pasajero empezó a alejarse caminando por las vías en dirección al Oeste. En esos momentos los empleados de la estación recordaron el pedido de alerta de la policía ferroviaria sobre el prófugo de Mendoza. Por radio se comunicaron con la Seccional Novena de Caucete, informando lo ocurrido.
Pero parece que Orihuela y Rodríguez pretendieron ser “héroes” del caso y decidieron seguir al desconocido. Este que había advertido la maniobra, en forma disimulada, los esperó entre unos arbustos esgrimiendo dos revólveres. Es de imaginarse la sorpresa de los dos auxiliares al verse encañonados primeramente y luego sentir los impactos de las balas cerca de sus pies: se produjo entonces un presuroso desbande.

Una hora después llegó a la estación un patrullero en el que se movilizaban el sargento Gumercindo Adrián Villegas y a los agentes Ramón Orlando Juárez y Antonio Marcial Quiroga, quienes, tras enterarse de lo ocurrido, salieron en persecución de Bongiorno. Alcanzaron a divisarlo cerca de Caucete, originándose enseguida una espectacular persecución con disparos, sin que ninguno resultara herido.
La captura del prófugo se produjo entre parrales de una finca, donde lo despojaron de las dos armas para luego conducirlo primeramente a la Seccional Novena y posteriormente al Departamento Central de Policía.

Se llevó la bicicleta de un policía
Bongiorno ya era un escapista famoso y con ese conocimiento fue alojado en uno de los calabozos de la Brigada de Investigaciones, por eso se lo vigilaba constantemente, especialmente en horas de la noche.
Dos días después de su detención, en horas de la madrugada, llamó a su custodia, el agente Gerardo Ibazeta, para informarle que sufría cierto malestar estomacal y que necesitaba ir hasta el baño. “Pierda cuidado, no le causaré molestias”, le dijo al policía.
Pero fue todo cuestión de segundos. Logró zafarse del guardia, corrió hacia el patio y se apoderó de la bicicleta propiedad de otro policía, Pedro Segundo Álvarez, quien en ese momento  se encontraba trabajando en otra dependencia. El prófugo consiguió llegar a la calle y desapareció enseguida, pese a los esfuerzos por dar con su paradero.
Fue otra espectacular fuga que se sumaba a las ya realizadas. La policía estaba sorprendida por su agilidad y la rapidez para pedalear y conseguir eludir a sus perseguidores.

No podía andar a pie
Según parece, a Bongiorno le gustaba operar en San Juan. Demostraba en cada hecho su habilidad para abrir cerraduras y realizar luego prolijas requisas en las habitaciones. En varios de estos hechos hizo ostentación de armas, pero nunca las utilizó para disparar. Siempre guardaba entre sus ropas dos revólveres y de acuerdo a los comentarios se paraba a lo “cowboy” e imitaba los gestos de las películas. Demostraba ser un personaje decidido, pero con actitudes cómicas.

La bicicleta que robó en la policía la vendió en 200 pesos, dinero que en ese momento le alcanzó para alquilar una habitación en el barrio Lazo antiguo. Pero como no podía andar de a pie y tampoco sabía conducir automóviles, decidió que ya era hora de tener otra bicicleta. Esta vez el damnificado fue el señor Segundo Correa, que la había dejado en la avenida Benavidez. A este rodado lo vendió en la localidad de Chepes, provincia de La Rioja, lugar a que probablemente llegó en un tren de carga.

En el ambiente policial existía extrañeza por la ausencia de Bongiorno. Al parecer había desaparecido de San Juan.
En los primeros días de noviembre, una patrulla integrada por los agentes Maximiliano Uliarte, Leónidas Baigorria y José Amaya, realizaba una recorrida por las calles de Rawson. Al llegar a República del Líbano y Sarmiento, observaron a un individuo que, a medida que se aproximaban, procuraba disimular su presencia. El sospechoso fue cercado y detenido, estableciéndose que se trataba de Ángel Bongiorno.
Nuevamente ocupó los calabozos de Investigaciones, pero esta vez con doble custodia, no vaya a ser que una vez más humillara a sus guardias. Las autoridades estaban seguras de que de allí no escaparía. Aún así, el personal encargado de la vigilancia rogaba que llegara pronto el relevo, pues no querían tener compromisos ni responsabilidades por la custodia del preso. Este se reía por esa preocupación y le gustaba hacer bromas, siempre anunciando que antes que salga el sol estaría en la calle.

El día que eligió Bongiorno fue el 6 de noviembre. Ese día fue trasladado al edificio de Tribunales por el sargento Rudecindo Eleazar Calderón y el agente Oscar Aldo Manrique. Iba esposado y así lo mantuvieron mientras esperaba el llamado del juez. De pronto, el detenido pidió permiso para ir al baño. Los policías accedieron confiados y sabedores de que sólo había una pequeña ventana con rejas y tela metálica. No obstante, uno de los agentes se quedó de guardia en la puerta.
Fueron solamente segundos la demora. No se escuchó ningún ruido sospechoso, pero cuando el policía ingresó al baño se encontró con la sorpresa que Bongiorno había escapado por la ventana. ¿Cómo lo hizo? Nadie sabe, pues había una reja que hábilmente había sido violada. Lo cierto es que utilizando un alambre salió por la ventana a una terraza y luego le resultó fácil descolgarse a la calle Rivadavia. Había desaparecido del lugar, al igual que una bicicleta de uno de los empleados de Tribunales.

La última fuga: año nuevo en la cárcel
Después de esta fuga, el personal de Investigaciones y de distintas seccionales se dio a la tarea de ubicar al prófugo, pues la noticia en nada favorecía a la policía. Ahora ya había bronca y hasta algunos preveían que, por su seguridad, convenía que fuera capturado en presencia de testigos. El director de Investigaciones, comisario inspector Luis Matías García, dio expresas instrucciones a su personal y debían trabajar día y noche sin descanso hasta dar con el paradero del prófugo. Fue así que no quedó ningún aguantadero conocido que no fuera revisado.

Una comisión a cargo del oficial principal Carlos Ramón Rocha y oficiales Julio de las Mercedes Castro y Rogelio Benito Olmedo, cumplía con una recorrida por las adyacencias del cementerio. En calle Las Heras observaron a un sujeto llevando al costado una bicicleta y un paquete. El patrullero detuvo su marcha más adelante y cuando los policías descendieron para interrogar al ciclista, éste ya emprendía veloz carrera hacia uno de los barrios aledaños.
Se introdujo en la vivienda del señor Alfredo Salinas, donde enseguida llegaron los oficiales que, juntamente con el sorprendido dueño de casa, hicieron una requisa sin encontrar al prófugo, pero sí el paquete, que contenía prendas de vestir, una radio, relojes y otros efectos de valor. El prófugo, sin dudas, era Bongiorno.

Días después, el personal policial tuvo noticias de que por la ruta a Los Berros, Sarmiento, caminaba un individuo sospechoso. Hacia ese lugar partió la policía que consiguió sorprender a Bongiorno a campo traviesa, cuando intentaba llegar a la ruta 40, para dirigirse a Mendoza. Con algunas lesiones que presentaba en distintas partes del cuerpo, producidas como consecuencia de la fuga, según dijeron, el preso fue alojado en la cárcel de Chimbas. Allí estuvo durante dos años, cumpliendo una sentencia de cinco. Era una costumbre que para el 31 de diciembre se autorizara una comida especial para todos los internos.
A la medianoche hubo apretones de mano y abrazos entre ellos, algunos con la esperanza de una conmuta de la pena.

Mientras la algarabía se hacía sentir en todo el establecimiento carcelario. Ángel Bongiorno junto con otros internos, se dedicaba a limar los barrotes de una de las ventanas del pabellón 4.
Luego, utilizando una sábana trenzada, se descolgó a la playa seguido de José Manuel Puebla o Conti, Juan Francisco Ahumada, Silvano Humberto Martínez y José Dionisio Oliva, este último, más conocido por el “Ollita de Fierro”.
Sin ser vistos por los “imaginarias” ubicados en los puestos de ese sector, los prófugos consiguieron trasponer el alambrado para llegar a la avenida Benavídez. Esta fuga se concretó en apenas 15 minutos y recién fue advertido dos horas después, cuando ya los seis fugitivos habían desaparecido de la zona. Al día siguiente, con la colaboración del personal del Comando Radioeléctrico, de Investigaciones y de varias seccionales, se originó un enorme operativo de búsqueda. El primero en ser detenido fue Puebla, luego uno a uno fueron cayendo en manos de la Policía. Oliva fue el último en ser capturado, cerca de Retamito, Sarmiento.

¿Y Bongiorno?; nunca más se supo de él. Fue su última fuga de San Juan y hasta ahora se desconoce su paradero.
Los policías lo siguen recordando como uno de los más hábiles delincuentes en burlar la vigilancia y escapar a veces en sus propias bicicletas.

Una nota de Alejandro Sánchez. Integra una serie de trabajos especialmente preparados para El Nuevo Diario por Alejandro, que se publicaran a fines del siglo pasado. Esta nota fue publicada el 24 de julio de 1997, edición 817.


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Foto prontuarial de Angel Bonglomo o Ignacio López
Foto prontuarial de Angel Bonglomo o Ignacio López