El legendario “Ollita’e fierro”

Su vocación fue el robo y asalto a mano armada. Estuvo varias veces en el Penal de Chimbas y más de una vez consiguió eludir la vigilancia para escapar y continuar con su raid delictivo. El sujeto se llamaba José Dionicio Oliva, más conocido por el “Banana” u “Ollita ’e fierro”.

José Dionicio Oliva, el “Ollita ‘e fierro”, era un sujeto afecto a los robos y a los asaltos y tuvo el triste mérito de sumar a su hermano en la misma actividad. La zona de Rawson fue el centro de operaciones delictivas, que luego se fue extendiendo a otros sectores.
José Dionicio fue el que más engrosó el haber delictivo y dio lugar a que varias páginas de su prontuario registren los hechos, entradas y salidas de las seccionales y de la cárcel. En total se suman 30 causas anotadas con día, mes y año, todas por su actividad delictiva.

El “Banana” u “Ollita ‘e fierro”, fue gestor y ejecutor de varios asaltos, algunos espectaculares por el uso de armas de fuego. Cuando ingresaba a la cárcel, Oliva siempre era considerado entre los líderes. No obstante sufrió varios atentados de otros internos, que le causaron heridas cortantes y punzantes. Las consecuencias más graves las sufrió el 29 de mayo de 1962, durante una escaramuza dentro de uno de los pabellones donde fue atacado y herido de varios puntazos. Manaba sangre por todas las heridas y cuando llegó al hospital Rawson fue prácticamente desahuciado. “De esta no se salva. Su cuerpo parece una milonga por tantos cortes”, dijo en esa ocasión el doctor Cuevas, médico legista. Sin embargo, Oliva se recuperó y luego emprendió la fuga de ese nosocomio con la ropa de otro recluido.

La familia Oliva, de condiciones humildes, era de Rawson. En ese hogar nació José Dionicio el 8 de diciembre de 1934. Dos años después nació Inocencio, último de tres hermanos varones.
Para entonces el mayor ya había ingresado al campo de la delincuencia y tiempo después fue muerto de varios puntazos cuando se hallaba recluido en el Penal de Chimbas. Quizás este hecho influyó para que los otros dos hermanos se volcaran también a vivir al margen de la ley.

José Dionicio, siendo aún menor, abandonó su hogar para emprender la carrera delictiva. Empezó robando bicicletas, ruedas de automóviles y en una ocasión, estando trabajando como ayudante en una carpintería de la zona, se apodero de las herramientas del patrón para luego venderlas. En el inicio del año 1958, Oliva ingresa por primera vez al antiguo Penal de Chimbas acusado de robos. Pero en junio de ese mismo año consigue evadirse.

A partir de esa fecha se fue intensificando la actividad delictiva del “Banana”, quien llegó a vincularse con un homicidio el 26 de octubre de 1959. Otra vez fue a parar a la vieja cárcel. En aquel entonces existían otros internos más peligrosos acusados de crímenes. Pero entre ellos, Oliva intentaba destacarse demostrando ser hábil en el manejo de las puntas y, sobretodo, valiente. Esa osadía lo llevó a ubicarse entre los primeros líderes de pabellones.
En ese establecimiento, Oliva permaneció hasta el 5 de enero de 1961, fecha en que consiguió eludir la vigilancia por la noche y huyó con dirección desconocida. A los pocos días el sargento de la Brigada de Investigaciones Pablo Benito Montaña, sorprende al prófugo cuando pretendía salir de la provincia.

Intentó vivir de la peluquería, pero volvió a lo suyo
Una vez en libertad, el “Banana” emprendió un trabajo de peluquero, actividad que desempeñó hasta diciembre de 1962. El día 27 de ese mes agredió a una mujer dedicada a la “vida fácil” produciéndole lesiones graves. Por ese hecho vuelve al Penal y recupera la libertad después de seis meses.

Desde entonces esporádicamente se dedicaba a la peluquería, de la que obtenía escasos recursos, insuficientes para mantener una vida holgada. Entonces se dedicó a regentear mujeres de mal vivir. La junta con otros sujetos de pésimos antecedentes lo llevó a cometer otros robos y el 8 de octubre de 1964, tras ser detenido, es remitido nuevamente a la cárcel. Permaneció allí hasta el 2 de diciembre de 1966, en que consigue huir luego de trasponer el alambrado que da a calle Benavidez. Otra vez, distintas patrullas con personal policial salen en su búsqueda y el día 21 del mismo mes, es capturado tras haber perpetrado varios robos en nuestra ciudad capital. Debido a sus antecedentes, fue sentenciado a cuatro años de prisión.

El admirador de Bongiorno
Oliva fue admirador de Ángel Bongiorno, por su habilidad para escapar de su encierro y trataba de emularlo. A raíz de sus innumerables evasiones del Penal, Oliva era muy vigilado de cerca por el personal uniformado. Una noche, tras la cena, empezó a tragarse un tenedor y luego a gritos dio muestras de dolor. De inmediato fue trasladado al hospital Rawson, donde fue sometido a una intervención quirúrgica.

Mientras permanecía internado, el paciente se hallaba con custodia policial en forma permanente. A las 7 de la mañana, el enfermero Julio Romano se acercó al lecho del operado para colocarle una inyección y se encontró con un bulto que resultó ser una almohada atravesada. El “Banana” había desaparecido misteriosamente, a pesar de la rigurosa vigilancia. El prófugo, aún con las vendas puestas, consiguió viajar a Buenos Aires, donde fue detenido tras participar de un asalto.

El “Ollita ‘e fierro” ya tenía su celda destinada para el regreso al Penal en el pabellón 4, donde estaban alojados los indisciplinados. Desde allí, planificó  el asalto al Banco Crédito de Cuyo, ubicado en aquel entonces en calle Gral. Acha. El atraco fue cometido en plena mañana por un solo individuo que cumplió las indicaciones al pie de la letra.
Según declaraciones posteriores del gestor, el autor resultó ser Mario Monteverde Tallarico, quien huyó hacia el Uruguay, donde luego se dedicó a las carreras de caballos. Tiempo después este individuo fue detenido en aquel país y puesto a disposición de las autoridades de Argentina. Pero como se demoraron en su traslado y venció el plazo establecido de la detención, Monteverde fue puesto en libertad y nunca más se supo de su destino.

El atraco al Banco Hispano junto a un policía
Estaba demostrado que José Dionicio Oliva no lograría su recuperación social. Vivió siempre marginado de vecinos y también de algunos familiares. Le asqueaba el trabajo y cuando alguna vez se le presentó la oportunidad de hacer algo útil, fue rechazado de plano debido a sus antecedentes. A fines de 1972 volvió a salir en libertad, cuando ya contaba con una edad avanzada y aún no había podido construir un hogar.

Cuando se reunía con otros sujetos de la misma calaña, generalmente era para planear algún hecho delictivo y del que siempre Oliva resultaba protagonista. Así surgió el asalto a la receptoría N° 1 del Banco Hispano Italo Libanés, ubicada en avenida Libertador 1412 Oeste. Poco después del mediodía del 27 de febrero de 1973, cuando el personal de esa institución se dedicaba a las últimas tareas de atención al público, hizo su entrada al local Oliva, acompañado por José E. Caballero. Este último cumplía funciones como chofer de la Policía de la provincia. El objetivo era asaltar el Banco, para lo cual llevaban consigo los elementos necesarios, como ser cinta adhesiva, alambres y una pinza, además de las respectivas armas de fuego. EI primero en ser amenazado fue el cajero Juan Américo Chancay, quien tuvo que obedecer las requisitorias de los asaltantes, que obraban a rostro descubierto. Chancay fue maniatado con alambre en ambos brazos y piernas. Del cajón de ese empleado se apoderaron de 25.000 pesos.

Con pasmosa tranquilidad, Oliva y Caballero abandonaron el banco y llegaron caminando a calle Ameghino, donde el policía había dejado estacionado su moto, en la que se alejaron hasta calle República del Líbano, Rawson. Luego, lo primero que hizo el “Banana” fue llegar al domicilio del abogado amigo, a quien le hizo entrega de cierta suma de dinero, según declaró Oliva, era conocedor del asalto.

La captura de los asaltantes
Momentos después del asalto, se constituyó en el Banco Hispano una comisión de la Brigada de investigaciones a cargo del sargento Pablo Benito Montaña. En el lugar, tanto el cajero como los otros empleados del Banco coincidieron en aportar los datos filiatorios de los dos delincuentes. El policía Montaña, que se había convertido en la sombra negra de Oliva, enseguida sospechó que se trataba del mismo autor, pues sus rasgos eran similares.

Minutos después, los empleados confirmaron estas sospechas cuando se les hizo conocer la foto de Oliva. El sargento Montaña le tendió una trampa. Dispuso citarlo a un lugar determinado de nuestra ciudad con el fin de que le aportara unos datos. A la hora indicada, Oliva se hizo presente en el lugar, ya con el bigote afeitado y un peinado distinto al usual. De nada le sirvieron esas argucias porque enseguida se vio esposado y conducido a la División Investigaciones.

En rueda de presos, Oliva fue reconocido como uno de los autores del atraco al banco. Después dio a conocer el nombre de su cómplice, el chofer de policía José Caballero, el que fue arrestado cuando se disponía a tomar servicio en la repartición. El dinero sustraído fue recuperado casi en su totalidad, ya que no tuvieron tiempo de gastarlo. Los dos asaltantes fueron a parar a la cárcel por varios años.

Este es uno de los últimos delitos cometidos por José Dionicio. Nunca se supo cuándo  recuperó la libertad ni tampoco su destino, al igual que el de su hermano Inocencio. Unos comentan que se trasladaron al Chaco, donde uno de ellos habría muerto. Otros señalaron que habían sido vistos en Buenos Aires, pero en San Juan nunca más se supo de ellos.

Secuestro y extorsión por 40 millones

En junio de 1966, después de haber cumplido varios años de reclusión en la cárcel, José Dionicio Oliva fue beneficiado con la ley 412. Salía del Penal a primeras horas de la mañana para trabajar y regresar por la noche. Todo marchaba bien según reglamento y las autoridades satisfechas, pensando que por fin se había producido un regeneramiento. Pero fallaron tales predicciones, ya que en esos días, Oliva estaba maquinando un plan que, pensaba, resultaría muy ventajoso.

En la mañana del día 2 de junio, cuando Oliva abandonó la cárcel para concurrir a su habitual trabajo, en la puerta lo esperaba un tal Ernesto Sández, quien conducía su rural, en la que directamente se dirigieron a un domicilio de calles Paraguay y Jujuy, Concepción, donde se domiciliaba María Magdalena Oropel de Castro.


En el trayecto, los sujetos se reunieron con Agustín Ontiveros y su concubina Silvia Beatriz Díaz. De acuerdo al plan, Ontiveros le hizo entrega de dos revólveres y una pistola. Ya frente a la citada vivienda, fue la joven Díaz quien descendió de la rural para golpear la puerta de calle. Quien atendió el llamado fue la dueña de casa y en forma sorpresiva aparecieron los otros tres individuos que la encañonaron y seguidamente le propinaron varios golpes en el rostro y cuerpo, al mismo tiempo que le exigían la entrega de 40 millones de pesos.

En esos momentos apareció de una habitación Florencio Salas, amigo de la señora Oropel, el que fue amenazado de muerte para luego recibir una paliza. Casi desvanecido, Salas fue maniatado con su corbata, en tanto la mujer agredida, que manaba sangre de las heridas y encañonada con las armas, fue obligada a ascender a la rural para ser trasladada hasta una vivienda de Rawson, al parecer propiedad de Sández, no sin antes cortar las líneas del teléfono.
Siempre bajo amenaza de muerte y tras recibir otros golpes, la mujer secuestrada accedió a hacerles entrega la suma de dinero, pero recién al otro día. Oliva dijo que ahora eran 60 millones por dejar pasar otro día. La señora Oropel fue nuevamente trasladada a su casa con la promesa de no hacer denuncia sobre el hecho, caso contrario sería baleada. A esa hora, los maleantes observaron la ausencia de Salas, quien había conseguido liberarse de las ligaduras y escapó.


Una denuncia anónima les costó la libertad

En la mañana siguiente, o sea el 3 de junio, el jefe de la Brigada de Investigaciones, comisario Orlando Cosme Tello, recibió un llamado telefónico. El desconocido, que no quiso dar su nombre, informó que en la vivienda de calles Paraguay y Jujuy, donde vive “La Chola”, había una persona golpeada y secuestrada.

El funcionario policial se trasladó al domicilio munido de la respectiva orden judicial. Allí la policía sorprendió a Oliva y a Sández, ambos esgrimiendo armas de fuego. En un primer momento, los sujetos intentaron resistirse, pero al reconocer que se enfrentaban con policías, decidieron entregarse. Como consecuencia de este hecho, el “Banana” perdió los beneficios de extramuros y además se le alargó la sentencia y permaneció en la cárcel hasta fines del año 1972.

Nota publicada en “El Nuevo Diario” el 28 de agosto de 1997, edición 822.

 

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Secuestro y extorsión por cuarenta millones de pesos.
Una de las fotos del prontuario de José Dionicio Oliva
El “Banana” se cubre el rostro tras ser detenido como autor de un importante robo.