Una noche de amor

 Nadie podía negar que era muy apuesto el general Roca.
Quizás sus rasgos no eran bellos. Pero tenía la apostura de un noble y estaba rodeado de la aureola de los hombres que emanan poder.
Cuando llegó a San Juan en 1875 tenía 32 años, revistaba con el grado de coronel del Ejército y, tras su triunfo en Santa Rosa, era el hombre del momento.

Todo el mundo hablaba de Roca. La Voz de Cuyo, el periódico lugareño, lo recibió con una oda poética. Los políticos se peleaban por estar cerca de él y las recatadas chicas de aquel San Juan de casas chatas, calles polvorientas y vida aburrida, movían cielo y tierra para ser invitadas al gran baile con que sería agasajado el ilustre visitante.

Roca estaba casado con Clara Funes, hija de una rica familia cordobesa y hermana de Elisa Funes, casada con quien también sería presidente de los argentinos, Juárez Celman.
Clara era la sombra de Roca. Vivía para él. Pero, como buena esposa de militar estaba acostumbrada a estar meses sin ver a su marido, empeñado en librar batallas al frente de su ejército.

Sí, San Juan recibía al joven y apuesto coronel victorioso, una de las mentes más lúcidas que dio la república.
Y lo recibía como se recibe a los triunfadores, con fiestas populares y agasajos sociales.
La primera noche que estuvo el coronel en San Juan hubo un gran baile en su honor. Y allí estaban las chicas sanjuaninas.
Algunas con sus vestidos con miriñaque que estrangulaban sus cuerpos a la altura de la cintura. Otras usaban el tontuelo o polizón, un armazón que levantaba el vestido a la altura de la cola.

Todas soñaban con bailar con Roca. Y varias lo hicieron.
Hasta que apareció una joven de la que ya no se despegaría en toda la noche.
Para el joven militar en ese momento terminaron las conversaciones sobre estrategias guerreras o los comentarios sobre la política nacional. El presidente Sarmiento dejó de ser tema que mereciera una charla y menos aún la situación inestable de la provincia de San Juan.

Esa noche Roca descubrió el dulzor de las mieles sanjuaninas, advirtió lo límpido de su cielo, olvidó sus ambiciones, sepultó el horror de las batallas y se entregó al amor.
Entonces las manos demostraron que podían hacer algo más que empuñar un arma y los labios se olvidaron de discursos mientras una joven sanjuanina vivía su noche inolvidable.

Sólo un día más permaneció el coronel en la provincia. Al tercer día subió a su caballo y se alejó rumbo al sur. Otras batallas lo esperaban. Algunas con las armas en la mano. Otras, en la trastienda del poder, en una carrera que lo llevaría a la cima.
Y aquí quedó la joven sanjuanina. Y allí se fue su joven coronel, a encontrarse con Clara Funes, su amante esposa.

Diez años después, volvió Roca. Era el 12 de abril de 1885.
Habían pasado diez años.
Venía otra vez como triunfador.
Era el presidente de los argentinos. El presidente de un país que crecía a ritmo vertiginoso, que se transformaba en la meca de miles de europeos que soñaban con emigrar a “la américa” para olvidar el hambre. Un país que debía construir un hotel de 4 mil plazas, el Hotel de los inmigrantes, para brindar cobijo hasta que se instalaran definitivamente a quienes descendían de los barcos con sus baules de ilusiones.

Roca estaba de nuevo en San Juan y traía el más fenomenal factor de progreso de los pueblos: el ferrocarril.
Otra vez las campanas al vuelo. Otra vez los agasajos.
El presidente, ya general, se hospedó en la casa de don Arnobio Sánchez y su esposa Dalinda Balaguer.
Con un gran lunch se lo agasajó en el hermoso edificio de la escuela Sarmiento, ubicado donde hoy está la escuela Antonio Torres.
Por la noche hubo un suntuoso baile, con la asistencia del gran mundo lugareño.

Al día siguiente el presidente devolvió atenciones con un almuerzo que ofreció en la residencia de don Ventura Larrínaga y su esposa Clotilde Balaguer.
Y al tercer día, como la vez anterior, volvió a partir. Pero esta vez en un cómodo vagón preparado especialmente para él por el Ferrocarril Andino.

Lo que pocos supieron es que durante su estada, Roca volvió a ver a aquella joven sanjuanina que conociera diez años atrás.
Esta vez no hubo pasión.
Pero las manos del presidente de 42 años volvieron a transformarse.
Y se vistieron de ternura.
Ella traía de la mano a un chico de nueve años, que era el vivo retrato del general.

Roca lo tomó de la mano y lo besó.

Ese chico sanjuanino pudo completar sus estudios con el aporte que alguien siempre hizo llegar a su madre en nombre del Zorro del desierto, por dos veces presidente de los argentinos.

Extraída del libro “El lado humano del poder, anécdotas de la política sanjuanina”, de Juan Carlos Bataller, publicado en marzo de 2006

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General Julio Argentino Roca
General Julio Argentino Roca