Doña Felipa. La “Médica de la alfalfa”

Las historias están en la calle. Corren de boca en boca. Enfermos desahuciados que encontraron alivio para sus males, diagnósticos increíbles con sólo mirar la orina… Todos la conocen como “Doña Felipa” o “la médica de la alfalfa”. Dicen que hasta los médicos la respetan. ¿Quién es esta mujer que un día vino de Tudcum? En esta entrevista ella lo cuenta. La siguiente entrevista fue realizada por Gustavo Martínez y publicada en El Nuevo Diario el 28 de diciembre de 1990 en la edición 492

 Su bisabuelo fue curandero. "Será por herencia que me ha venido este don", dice. Gente de todo el país ha venido a atenderse con ella. Hay médi­cos que la consultan y reconocen su extraña capacidad. En plena precordillera andina, en la localidad iglesiana de Tudcum, ha suplido siempre las deficien­cias del sistema formal de salud, cum­pliendo un rol protagónico entre los habi­tantes de la zona rural. Es la "Médica de la Alfalfa” o "Doña Felipa", como le dicen quienes la consultan. Con un papel, el frasco con la orina (o "las aguas") del paciente y el sol, ha diagnosticado y curado milagrosamente a cientos de personas. Con sus 86 años, "la viejita de las aguas" es, indudablemente uno de los personajes más carismáticos de San Juan.

Dona Felipa habla rápido y con una fuerza increíble. Costó para que accedie­ra a la entrevista pero una vez sentados en el living de su casa, en Villa Carolina, nos da la impresión de que le gusta recordar ese comienzo en el arte de curar y disfruta de la atención que le prestamos. "Poco me gusta decir cómo me vino el don que tengo. Me vino de un momento a otro, m’hijo. De la noche á la mañana. Yo a nadie de los que han anda­do por aquí se lo he contado”, nos advier­te. Sin embargo, algún tipo de confianza le inspiramos por lo que la charla se fue extendiendo desde media tarde hasta casi el anochecer.

—¿Así que usted fue la primera sorprendida con esa capacidad curativa que tiene?
—Mirá, yo de niña de 10 años, ya curaba a los enfermos de dolores de muela, de dolo­res de embriaje, de dolores de cabeza, sola­mente agarrando tres yuyos de los campos. Y les hacía friegas y les ponía. Y los curaba. A los 12 años empecé a acompañar a las muje­res de parto, sin que nadie me diga nada. Y ya seguí curando los enfermos, sacándoles la rografía, la saco a la rografía con el sol en un vaso. La saco y la estudio y les explico las enfermedades que tienen. Y así van las cura­ciones adelante, sin ni un equívoco de nada. Es una cosa como si me avisaban y es una cosa que cada vez se me va despertando más.

—¿Sigue viniendo mucha gente a verla?
—¡Uhl Viene gente de todos lados. Yo no sé dónde se enteran ni quién les dice. Pero vienen a verme. Yo soy una mujer que no salgo a ningún lado. Yo no ando conversando con los vecinos ni nada. Yo estoy encerrada acá.

—¿Y esa gente ya fue antes al médico?
—¡Behl ¡Qué no van a ir al médico! Están cansados de ver médicos, m’hijo. Es que hay muy muchas complicaciones de enfermeda­des ahora. Date cuenta que los médicos cu­ran por su estudio. Yo no curo por estudio, m’hijo. Yo curo por ese don que me ha venido sólo.

—¿Si una persona viene con un tumor, con un cáncer, ¿usted qué le dice?
—¿Usted cree que hay un sólo cáncer? No, m’hijito. Hay varios cánceres. Hay muy muchos cánceres m’hijito. Hay cáncer al hí­gado, a los intestinos, al estómago, a los riño­nes, a la sangre, a los huesos, hay cáncer a los nervios. Hay todas esas cosas de cáncer. Hay cáncer al disco del cerebro. Una clase de cáncer se cura de una manera, otra clase de cáncer se cura de otra. Es lo mismo que las enfermedades. Si la enfermedad del hígado no es una, m’hijo. Hay muy muchas enferme­dades del hígado y hay algunas que no nece­sitan operación ¿Quiere que yo le explique el: hígado?

—Bueno.
—El hígado se enferma de muchas ma­neras. Se enferma de inflamaciones. Se infla­ma. El hígado se irrita, hay microbios en los conductos del hígado... hay cálculos... hay arenilla, hay bilis, hay líquidos. De cuatro clases hay líquidos en el hígado, ¿ve? Hay quistes, hay sirrosis. Son quistes que se hacen en los conductos del hígado. Lo mismo que el intestino. Lo mismo con la sangre.

—¿Con la sangre?
—Sí. Ahora casi todos tenemos la sangre echada a perder, Ese es el estudio que tienen que hacer los médicos. La producción de sangre que necesita la gente para las opera­ciones, ¿ve?. Yo te digo, yo conozco muchos muchachos médicos que vienen por acá y yo los he ayudado en el estudio. Hasta la fecha vienen los muchachos médicos y yo les digo “ustedes curan por su estudio, pero yo les voy a decir lo que vayan haciendo”. Porque yo no tengo estudio. Yo no sé leer. Y no me he entreverado nunca con nadie así como con usted. No, yo he sido una mujer de mi casa. No he salido a ni una parte. Ni a fiesta, ni nada. Solamente las veces que yo he salido de mi casa ha sido con mi madre para ir a las fiestas religiosas. Y nada más. Eso y nada más. Yo no he conocido bailes, ni nada pare­cido.

—Concretamente, ¿qué piensa de los médicos?
—Y si yo también tengo familiares médi­cos. Ellos curan por su estudio y yo curo por este don que me ha venido. Porque si yo no sé leer. Cómo le voy a estudiar su organismo y su cuerpo si yo no sé leer. Sólo me van avisando a mí. Por eso yo curo los enfermos. Si no fuera por eso no los curaría. Hay que ver qué cantidad de enfermos curo yo. No es uno, y no es de aquí nomás, sino de partes muy lejanas.

—Además de yuyos, usted receta medicamentos de laboratorio, ¿no?
—Claro. Lógico. Según si yo puedo curar­te la enfermedad, yo receto, sí. Pero todo de venta libre. Nunca me han rechazado los medicamentos que doy. A mi me han dicho los doctores que a las recetas mías nunca las rechazan, eso me han dicho muchos docto­res farmacéuticos. Lo que yo no receto nunca son inyecciones. Ni comprimidos tampoco.

—¿Cuánto cobra por la consulta, Doña Felipa?
—Según lo que pueda la gente, m’hijo. Según lo que me pueda pagar. Hay personas que no tienen ellas cómo pagar y ¿yo que voy a hacer? Los tengo que atender. Yo tengo el corazón grande para la gente que no puede pagar... No voy a dejar que se mueran porque no tienen cómo pagar.

—¿Alguno de sus hijos ha hereda­do ese don de curar que tiene usted?
—No, no. No les tira, no.

—¿Pero usted no les ha enseñado algunas cosas?
—No, cómo les voy a enseñar. Si esto es una cosa que viene naturalmente, m’hijito. Cómo te voy a enseñar a curar un resfrío si no vas a saber si ese resfrío vino de calor, o vino de pasmo a los bronquios o de algún parásito que tenga en los intestinos. O si son los pulmones los que trabajan mal...

—¿Las mujeres crían mejor ahora a los chicos?
—¡Qué los van a criar! Yote voy a decir: las mujeres jovencitas ya están hecha una mazamorra adentro, en la matriz por razón de estar tomando pastillas, estar tomando todas esas cosas. ¡Si ahora tienen uno o dos niños y nada más! Y no se cuidan con las comidas. Ellas comen helado, comen pican­te, ellas comen de todo. ¿Ha visto esos niños que nacen deformados? ¿Ha visto usted? Que nacen mogólicos ¿Por qué salen así?

—Usted es la que sabe...
—Porque las madres cuando se quedan de encargue, siguen tomando medicinas fuer­tes y ellas mismas las deforman a las criatu­ras. Y es que esa criatura no resiste esa medicina de tomar, me comprende?

—Usted cuántos hijos tuvo?
—Tuve 10 hijos...y siete he criado.

—¿Y cuántos hermanos tuvo?
—Doce hermanos. Y he quedado yo sola ahora. Uno de mis hermanos se ha muerto de 110 años. Y la señora de él murió a los 130 años. Poro estaba mal de la cabeza. Pero él no. El no estaba mal de la cabeza, estaba bien. Conversaba así como estamos conversando nosotros. Yo también me siento con fuerza para tra­bajar y hacer muchas cosas. Mi memoria no me falla nunca. Ni Dios permita que me falle.

—¿Cómo se llamaba la señora que murió a los 130 años?
—María. María Díaz se llamaba.

—¿Y cuál es el secreto para vivir tantos años, Doña Felipa?
—La alimentación, mi hijo. La alimentación nunca las madres han criado a los hijos como tos están criando añora, con esos alimentos. Los han criado con la leche de ellas y con el alimento que preparaban. Cocían una bolsita de tres kilos de harina y ahí preparaban la panatela para darle a los niños. Salía seca la harina de adentro la bolsa. Una bolsa de lienzo. Así se han criado los niños. Les daban mazamorra de maíz. Ese caldo de maíz tomaban… no como ahora que echan un chiquito de cebolla y un pedacito de papa y zapallito y arrégleselas! Y fiambre. Comen Eso. Ese es muy malo para los niños. Yo nunca les he dado fiambre a los niños, después de grandes comerán, no sé. Y cuando he hecho jamón lo he cocinado primero antes de dárselos. Y les he hecho locros con porotos, con maíz, con trigo, bien hecho, bien espeso.

—Hay que volver a la comida de antes...
—Claro. No va a comparar nunca la alimentación de ahora con la alimenta­ción de más antes. Todo lo hacíamos en la casa, nosotros. Arroz no conocíamos. Aceite tampoco. Usábamos grasa, nada más. ¿Y cómo se ha criado la gente tan bien? ¿Cómo nunca se ha enfermado de diabetes ni nada? Ahora si come grasa, se muere. Y antes cosechábamos zapa­llo, todo. Ahora plante una planta. ¡Ya se le va a dar, cómo no! Todo está muy cambiado ahora.


LOS COMIENZOS
"Yo tenía doce años"
 Escúcheme, yo tenía 12 años y vivíamos en Jáchal, en pleno campo. Había una vecina que estaba embarazada y mi madre se había ido a la villa a buscar unas cosas, a caballo. Eso hace muy muchos años. Esa noche la chica se enfermó. Se enfermó esa noche y fue a la casa a pedir ayuda. “Bueno, entre pa’ la pieza”, le dije yo. Mirá, por Dios y la Virgen que te voy a decir lo que es. No lo que no es. “Si, yate voy a atender”, le dije, pero yo qué sabía. Yo no sabía qué era lo que tenía... "Bueno, vamos al ranchito aquel”, le digo. Agarré unas tijeras y un hilado de lana de oveja y me fui. Amontoné unas piedritas y ahí la hice sentar. “Ya vas a tener el niño”, le dije. Era una cosa... como un coraje que tenía yo. Mirá, me iban teniendo la mano, m’hijo. Y le empecé a sobar por aquí... así... ¡Yo qué sabía, si no había visto nunca tener familia! No es como ahora que los niños chicos saben todo. Antes no se sabían esas cosas. Nosotros no sabíamos cómo se tenía familia, ni nada. El caso es que la fui ayudando hasta que nació la criatura. Un varoncito. Y ya le até el cordón con la lana de oveja y lo corté con la tijera. Se lo corté muy largo, creo, porque eso tiene una medida. Agarré a la criatura y la acosté en una camita que le hice en un rincón con unos trapitos. Y ya agarré y la fajé a ella. La fajé bien fajada con un chal que llevaba yo en la cabeza. De ahí me fui y busqué manzanilla. Corté mucha manzanilla y le hice un té. Y se lo traje. La enderecé para que lo tomara. Después hice un pozo y enterré la placenta...Todo era una cosa como si me dijeran “hacelo ésto". Así ha sido, m’hijito. Entonces calenté agua bien tibiecita, le lavé el niñito, lo envolví con los trapitos, bien envueltito y se lo di. A la madrugada le di una sopita y también le seguí dando té de manzanilla... A los tres días llegó mi madre y lloraba mucho lo que me veía la decisión con la que yo la había atendido a ésta mujer”.


“Yo no curo maldades de la gente”
—¿Usted puede curar todo?
—No. Cuando yo no puedo curar una cosa, yo no las curo. Ya se ve ya que no le hayo remedio. Yo les veo todas las enfermedades, se las veo. Si han tenido una operación... si han quedado mal o si han quedado bien... todo.

—¿Cómo lo ve?
—Y bueno, si yo trabajo con el sol, m’hijito. Echo en un vaso para echar el orín y saco la rografía. Y yo le conozco todas las partes del cuerpo, ahí están marcadas. Por ejemplo a veces tienen las venas cortadas y es porque la sangre no trabaja bien. Veo los nervios, todo. Esa es la explicación de porqué yo curo las  enfermedades. Y no es una la enfermedad que curo yo, yo curo todas las enfermedades. Pero hay enfermedades malas que yo no las curo. Maldades que hace la gente. No, eso yo no lo curo, no.


LENGUA DE PASTOR

"Para evitar el embarazo"
—Usted habló de las pastillas que toman las mujeres y que las destrozan por dentro ¿Qué método anticonceptivo natural puede recomendar?
—Mirá hijo, yo más antes cuando las mujeres querían evitar la familia les daba no una droga o una medicina que les echa a perder su cuerpo sino un monte sencillo

—¿Qué monte es?
—Es la lengua de pastor. La lengua de pastor, hacerla hervir y tomarla cuando la luna acabó, se tomó ese remedio. Hay que tomar ese té nueve días en la mañana, en ayuna.

—¿Usted ya no atiende a parturientas?
—Y, no, m’hijo. Ahora si una mujer va a tener familia, tiene que ir al hospital. Más antes han tenido en la casa. Mis 10 hijos yo los he tenido en la casa. Los he tenido sola. A mí no me ha tocado médico, no ha tocado doctor, nada.

Hasta los 70 años yo he atendido a mujeres. Ahora ya no. Fijate que yo sabía hasta la hora en que las mujeres iban a tener al niño. Ahora no saben ni la hora en que lo van a tener.

Ver artículos:

-- Médica de la Alfalfa: “La gente se enferma porque come mucho veneno”

-- Falleció doña Felipa. Se fue la “médica de la alfalfa” 

GALERIA MULTIMEDIA
Doña Felipa, cuyo nombre era Felipa Rojas, fue conocida por sus facultades sanadoras. A los 12 años, sola ayudó a una parturienta a tener el hijo
Doña Felipa, cuyo nombre era Felipa Rojas, fue conocida por sus facultades sanadoras.