Juan Maurín: Un ejemplo de mandatario conservador

Era un hombre pacífico, tranquilo, amable y hasta bromista en la vida de relación. Habitué del Club Social y defensor de la familia patriarcal, no era un intelectual ni un orador fogoso. “No soy hombre de palabras sino de acción”, se definió en su primer discurso ante la Legislatura. En este artículo Juan Carlos Bataller habla sobre quien gobernó San Juan entre 1934 y 1938.

Cincuenta y cuatro años tenía don Juan Maurín cuando juró como gobernador de San Juan. Con su calva y su figura redondeada, aparentaba ser un hombre lejano al mundo político.
Sin embargo venía rodeado de una gran efervescencia, como la que vivían en aquellos días las fuerzas conservadoras.

Meses antes, el 21 de febrero de 1934, Maurín había sido uno de los protagonistas de la revolución que derrocara a Federico Cantoni y ahí estaba su foto junto a otros civiles, líderes del movimiento, como Oscar Correa Arce, Santiago Graffigna, Carlos y Honorio Basualdo, Horacio Storni y Alejandro Cambas, armas en mano y bolsas para balas sostenidas con bandoleras.
El 22 de julio fueron las elecciones y la fórmula Maurín – Correa Arce triunfó en los comicios, logrando amplia mayoría legislativa. Los conservadores estaban de nuevo en el gobierno, con la fuerza de las armas y de los votos, después de mucho tiempo.
Y Maurín era el hombre elegido para intentar encarrilar una situación económica que era muy difícil y sortear los escollos que representaban los espíritus enardecidos.
Maurín era un gran terrateniente, poseedor de una propiedad que se extendía desde la Villa Colón hasta las cercanías de la Difunta Correa y de otras fincas en 25 de Mayo y Pocito. Su padre, Juan Estanislao Maurín, también había militado en política en las últimas décadas del 1800. Había sido uno de los fundadores del Club Social en el ’88 y del Partido Constitucional y la Unión Cívica Radical Intransigente, enamorado de la prédica de Leandro Alem. Hasta que en 1902, don Juan Estanislao fue protagonista de un hecho lamentable pero típico de la época.
Ocurrió que para las elecciones de 1902 se presentó como candidato a gobernador, llevando como compañero de fórmula al ingeniero Ramón Moyano. Fueron elecciones muy escandalosas. En Pocito el oficialismo no dejaba votar a los constitucionalistas. Y como a las 10 de la mañana, Manuel Maurín –hermano de Juan Estanislao-, Yanzón y otros dirigentes, llegaron con sus peones y con armas y se produjo un tiroteo de padre y señor nuestro que arrojó un saldo de seis muertos y varios heridos. Aquel mismo día trágico, el periodista opositor José Echeverría fue muerto en Desamparados.
Ante esos hechos, Maurín padre tuvo que exiliarse por un tiempo y dejó la política.
Pero si por el lado de los Maurín el flamante gobernador traía sus vinculaciones económicas, sociales y políticas, su casamiento en 1905 con Victorina Navarro lo emparentaba con la historia. Victorina era hija de Segundino Navarro, un destacadísimo hombre público, político, escritor y autor del Himno a Sarmiento y de Victorina Lenoir, sobrina nieta de Domingo Faustino Sarmiento.

Desde un primer momento Maurín enfrentó las políticas de Cantoni. Ya en 1926 se había puesto al frente de la Liga de Defensa de la Propiedad, el Comercio y la Industria, que resistía los altos impuestos del gobierno bloquista.
Pero igual que era firme en sus convicciones, Maurín era un hombre pacífico, tranquilo, amable y hasta bromista en la vida de relación. No era un intelectual ni un orador fogoso. “No soy hombre de palabras sino de acción”, se definió en su primer discurso ante la Legislatura.
Sus estudios no habían sido muchos. Había cursado como interno en el Colegio Sacoudes de Buenos Aires, hasta que un infarto de su padre lo obligó a regresar a San Juan y ponerse al frente de los hermanos menores y los intereses familiares, que incluían una importante bodega en Caucete. Pero era, sí, un hombre práctico, poseedor de la sabiduría que dan los años y el enfrentarse desde joven a cosas concretas.
Amante de la buena mesa, defensor de la familia patriarcal en la que los problemas no se llevaban a casa, habitué del Club Social y de agasajar a sus amigos, Maurín tenía buenos contactos en Buenos Aires, lo que le permitió enderezar las finanzas provinciales, bajar los impuestos y realizar importantes obras, como los puentes sobre el río San Juan y la pavimentación de toda la ciudad. Las cloacas y el pavimento que hoy tiene San Juan fueron obras de Maurín y su intendente, Silvio Baistrocchi.
Precisamente, el presidente Justo y su esposa visitaron San Juan durante la gobernación de Maurín y fueron agasajados por el mandatario, con una gran cena a la que asistieron 80 invitados, entre ellos los miembros del gabinete y los diputados de todos los sectores con sus esposas, a la que siguió un gran baile en el Club Social.
A su esposa, doña Victorina, se la recuerda como una mujer muy religiosa –cuando rezaba en la Catedral su voz sobresalía sobre todas- y activa participante de entidades de beneficencia.
Durante su gestión Maurín no sólo tuvo enfrente a los cantonistas. Hombre de convicciones conservadoras, también debió vérselas con los problemas internos de su partido y soportar los embates que le prodigaba el ala más ligada a la iglesia y a los intereses empresariales, comandada por Santiago Graffigna y su bastión periodístico: el diario Tribuna.
La lucha en aquellos años no sólo se hacía en los comités. También los diarios eran trincheras políticas. Y si desde Tribuna lo atacaban a Maurín, desde el diario La Acción, propiedad de su amigo Marcelo Zunino, se lo defendía sin claudicaciones.
Por aquella época los gobernadores no vivían en la Casa de Gobierno, ubicada frente a la Plaza 25 de Mayo. Un año antes había adquirido a Victor Manuel Quiroga -hijo de otro ex gobernador- y su esposa Maruja, la hermosa casa de tres plantas (sótano y dos pisos superiores) que aún se conserva en la esquina de Santa Fe y Sarmiento. A pesar de la violencia de aquellos años, Maurín no aceptó nunca custodia oficial y conservó amigos entre las filas bloquistas, como don Domingo Rodríguez Pinto y el enólogo Luis Cattani, hijo del vicegobernador de Cantoni y profesional que atendía su bodega. Los hermanos Zunino –Marcelo, que fuera diputado, criado en Inglaterra y Antonio, su secretario privado, criado en Alemania- fueron también amigos de toda la vida, lo mismo que Horacio C. Videla, padre del historiador.
Maurín no pudo terminar su mandato. Los problemas internos en el conservadorismo dividieron al partido y todo hacía presumir un nuevo triunfo cantonista por lo que desde Buenos Aires optaron por intervenir a San Juan.
Maurín falleció el 6 de octubre de 1953, en Buenos Aires, en la casa de su cuñado, el médico Juan Carlos Navarro, donde había sido trasladado luego de una operación de urgencia practicada en San Juan por el doctor Vasallo tras un cuadro de congestión pulmonar con complicaciones.


Anécdotas

La nena enferma

Esta anécdota de la familia Maurín Navarro ocurrió en los años 20 del siglo XX.
Los policías buscaban armas, y según se afirmaba, las tenían guardadas los Maurín en la finca de Caucete. Como era verano, la familia del entonces futuro gobernador pasaba las vacaciones en la finca. Y el sobresalto fue general cuando llegó la policía.
Para colmo, aquella noche don Juan no estaba en casa por lo que doña Victorina Navarro fue la encargada de atenderlos. Durante horas revisaron la casa de punta a punta. Mientras tanto, doña Victoria Navarro iba y venía llevando paños con agua fría que colocaba en la frente de su hija menor, Raquel (que luego casara con el doctor Fernando Mó).
-La nena tiene mucha fiebre porque tiene sarampión, que es muy contagioso-, decía la mujer. La búsqueda policial fue infructuosa y los efectivos se fueron como habían llegado. Fue entonces cuando doña Victorina dejó de llevar paños fríos a su hijita y sacó las armas escondidas entre las sábanas.

Una canita al aire

Eran tiempos bravos en la política sanjuanina. En cada elección todos los protagonistas de la vida provinciana sabían que no sólo estaban en juego las ambiciones y los ideales de cada uno. Hasta el pellejo estaba en juego. Y en esto no había distingo de colores. Lo mismo ocurría con los conservadores que con los bloquistas o los radicales.
Esta historia tuvo lugar a mediados de los años 20. Gobernaba Cantoni y a los conservadores les tocaba sufrir. Don Juan Maurín, que luego sería gobernador en 1934, vivía entonces en la calle Mendoza, casi llegando a 9 de Julio. Era verano y Maurín con su familia –como lo hacía siempre para la época estival— estaba instalado en la finca de Caucete.
Pero aquel día don Juan tenía un compromiso político en la ciudad. Tenía que ayudar a salvar la vida de un correligionario. El caso es que desde hacía algún tiempo Maurín tenía escondido en una finca de su propiedad en Pocito a un hombre al que buscaban los cantonistas por deudas pendientes. Y, vaya a saber por qué, los cantonistas habían dado con el paradero. Urgía entonces sacarlo de aquella finca.
El operativo se puso en marcha. Al hombre lo traerían disfrazado de mujer. Y lo esconderían en la casa de Maurín hasta que pudieran sacarlo de San Juan. Maurín envió a hombres de su confianza a buscarlo en su coche tirado por dos caballos.
—Cuando comience a atardecer ustedes lo traen. Si está todo tranquilo yo los estaré esperando en la puerta de mi casa. Si no estoy en la puerta o alguien me acompaña, ustedes sigan de largo porque significa que hay problemas.
Llegó el atardecer y don Juan se instaló en la puerta de su domicilio. De pronto vio aparecer por la calle Mendoza su coche. Y en ese mismo momento se le acercó don Salmuni, colchonero vecino. Y comenzó a darle conversación. El caso es que los hombres que iban en el coche tirado por caballos vieron a Maurín acompañado y siguieron de largo, con aquella extraña mujer a bordo. Y Maurín que no sabía cómo hacer para que terminara aquella tarde con Salmuni. Pero entre que “la tarde está calurosa”, que “cómo está la familia”, que si “en Caucete hace más o menos calor”, los minutos pasaban.
Maurín vio que su breack volvía a aparecer a lo lejos. Y él no podía meterse en su casa porque su ausencia significaba que había problemas. Y no podía estar acompañado por la misma causa. Eran las instrucciones que él mismo había dado. La única posibilidad era que Salmuni volviera a su negocio y lo dejara solo. Para colmo de males, Salmuni era simpatizante bloquista. Maurín era un hombre muy formal. Y cuando el coche pasó por segunda vez no tuvo más remedio que intentar un recurso desesperado.
—Don Salmuni, tengo que hacerle una confidencia.
—Lo escucho, don Juan.
—Se trata de algo reservado...
—Por favor, don Juan, si usted no lo desea nadie sabrá lo que usted me diga...
—Usted sabe que mi familia está en Caucete...
—Así es...
—Bueno, yo había decidido aprovechar la ocasión para... no sé cómo decirle... bueno, recibir a una señorita.
—Pero don Juan... – contestó Salmuni con una sonrisa cómplice.
—El caso es que para que esta señorita venga... yo no tendría que estar acompañado. ¿Me entiende no? Ella prefiere mantener su anonimato.
—Por supuesto que lo entiendo.
—Por lo que si usted no tiene inconvenientes ni se opone a lo que... bueno... a lo que yo voy a hacer, le pediría que me dejara un momento solo acá hasta que la señorita venga y entre.
—Faltaba más, don Juan y pierda cuidado que esto nadie lo sabrá.

En la tercera pasada el breack se detuvo y la extraña mujer descendió, entrando rápidamente en la casa. Aquel hombre que llegó disfrazado permaneció varios días escondido en la casa de Maurín que continuó con sus vacaciones en Caucete. Doña Josefa González, que vivía por la calle General Paz entre Mendoza y Entre Ríos, al lado de la casa de su primo segundo e importante dirigente cantonista, Rodriguez Pinto, fue la encargada de traerle todos los días comida y lavarle la ropa. Josefa no se visitaba con su pariente y gozaba de la confianza de Maurín en cuya casa trabajaba cada tanto.
Tiempo después el hombre fue sacado de San Juan y enviado a La Rioja. Don Salmuni nunca habló del episodio. Pero comentaba Maurín –que nunca quiso revelar el nombre del perseguido a su familia—, que más de una vez lo miraba como diciendo:
— ¡Quién iba a decir que don Juan Maurín también era capaz de tirarse una canita al aire...! (Anécdotas contadas por Raquel Maurín de Mó)
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1936 - Juan Maurín en la radio
Política en las primeras décadas del siglo XX

GALERIA MULTIMEDIA
Don Juan Maurín fue gobernador por el conservadorismo en 1934.
Don Juan también supo participar de los fragores que caracterizaron las luchas políticas en aquellos años. En la foto posa con un grupo de revolucionarios que derrocaron a Federico Cantoni en 1934.
Maurin acompañado por sus colaboradores más cercanos en la estación del ferrocarril San Martín, en uno de sus viajes a Buenos Aires.