DOMINGO FAUSTINO SARMIENTO. El personaje que desbordó al ambiente (1862 - 1864)

Si uno lee objetivamente parte de la correspondencia que mantuvo Domingo Faustino Sarmiento mientras fue gobernador de San Juan, llega a pensar que se está frente a una persona con trastornos bipolares. Fueron años realmente tormentosos donde se mezclaron sus problemas familiares con su inserción en un medio que le fue hostil.

  Estaba próximo a cumplir 51 años.
Pero a primera vista parecía una persona de mayor edad. Casi un anciano.

El bigote canoso, más gordo que de costumbre, la calvicie avanzada.

Pero era Sarmiento.

Bastaba que comenzara a hablar para que su figura rejuveneciera, se hiciera atrayente.

 

De nuevo estaba en su provincia natal.

Como una ráfaga pasaron por su mente, otros tiempos, ya lejanos.

Seguramente se preguntó qué quedaba de aquel Faustino Valentín Sarmiento –al que luego le antepusieron “Domingo” en honor del Santo protector de su familia-, nacido el 15 de febrero de 1811.

San Juan era, sin dudas, el recuerdo de sus padres, quienes tuvieron 15 hijos de los cuales sólo vivieron 6.

 

Su padre, José Clemente Sarmiento Funes, sin oficio ni profesión, fue peón, arriero y soldado en las guerras por la Independencia. Sabía que en 1812, cuando él tenía un año, su padre organizó una colecta en San Juan. Quería auxiliar al Ejército del Norte que, en su segunda expedición al Alto Perú (actual Bolivia), comandado por Manuel Belgrano, estaba en Tucumán. Cinco años después, acompañó a San Martín a Chile como oficial de milicias.


Pero la imagen fuerte no era la de su padre. El sostenimiento económico de la familia recayó siempre en su madre. Sarmiento reconoció haberse criado casi en la indigencia, a pesar de que los hermanos párrocos de su madre eran gente pudiente. Ella les ocultaba la situación. No quería depender de ellos ni de otros parientes.


Su madre lo quería cura

 

Aquel hombre ya maduro que venía a gobernar a su provincia seguramente recordaría que fue su tío, José Eufrasio de Quiroga Sarmiento, quien le enseñó a leer. También influyeron en su formación sus otros tíos Domingo y José de Oro. En 1816, cuando ya tenía cinco años, asistió a la “Escuela de la Patria” instalada en San Juan por dos maestros porteños: Ignacio y José Rodríguez.

Sonreiría, seguramente, recordando cuando se negó a iniciar -contra la voluntad de su madre-, una carrera religiosa. La verdad, no se veía como sacerdote…

Le tocó vivir una época convulsionada en San Juan. Tanto que en 1.826, con 15 años acompañó al exilio a su tío José de Oro, con quien en 1826 fundó una escuela en San Francisco del Monte, San Luis.


Volvió a San Juan en 1827. Comenzó a administrar la tienda de campo de su tía, Angela Salcedo, mientras leía las obras de grandes pensadores como Juan Jacobo Rousseau, Fray Benito Feijóo, Benjamín Franklin y Thomas Paine. En esos días, precisamente, presenció la entrada del caudillo riojano Juan Facundo Quiroga con su montonera. Durante la Guerra Civil entre las fuerzas federales del general  Quiroga y el Supremo Poder Militar dirigido desde Córdoba, Sarmiento se incorporó a las fuerzas de Paz como teniente. Recibió su bautismo de fuego en Niquivil. Cuando Quiroga se impuso en Cuyo, Sarmiento se exilió en Chile en 1831. Tenía 20 años.


En Pocura (Chile) el 18 de julio de 1832 nació su hija Ana Faustina Sarmiento, fruto de sus amores con una alumna, María del Jesús Canto. Fue minero en Copiapó. Por entonces tomó contacto con el movimiento romántico europeo.

En 1835 se enfermó de fiebre tifoidea. Volvió a San Juan en 1836 en delicado estado de salud, con autorización -gestionada por influyentes parientes suyos-, del gobernador Nazario Benavides.


Un amor sanjuanino


En San Juan, entre 1835 y 1840, Sarmiento creó una sociedad literaria, filial de la Asociación de Mayo fundada por Esteban Echeverría en Buenos Aires. Y, en 1839, junto con el llamado Grupo de los Cinco -Manuel Quiroga Rosas, Antonino Aberastain, Indalecio Cortínez, Guillermo Rawson y Dionisio Rodríguez- fundó el periódico “El Zonda”. Se editaron seis números en poco más de un mes, dirigidos a no más de cincuenta lectores porque sólo tenían 39 suscriptores. Ese mismo año fundó el Colegio de Señoritas de la Advocación de Santa Rosa de América con el apoyo de su tío, José Quiroga Sarmiento.

En ese tiempo ya era un seductor consumado y noviaba con una de las alumnas del Colegio, Clara Rosa Cortínez, quien sería con el correr de los años una destacada educadora.

Pero poco duró el romance. Pronto, Clara Rosa advirtió que Sarmiento nunca sería un buen esposo, su mayor compromiso tenían poco que ver con las aspiraciones pequeñas de sus comprovincianos.  La joven optó por casarse con un primo hermano, José Victorino Ortega, matrimonio del que nacería un futuro gobernador de San Juan, Victorino Ortega.

 

En 1840 Sarmiento se exilió nuevamente en Chile.

Ya sus contactos con San Juan serían muy esporádicos.

Había sido ministro de Mitre, gobernador de Buenos Aires cuando los sucesos de San Juan culminaron en 1861 con el fusilamiento de Aberastain.

San Juan había visto morir a sus tres últimos gobernadores asesinados en las luchas fraticidas.

Primero fue Nazario Benavidez, el caudillo manso, que gobernó la provincia durante varios lustros. Luego Virasoro, el correntino, salvajemente asesinado cuando dormía con su familia. Finalmente Antonino Aberastain, tras los trágicos sucesos de La Rinconada.

 

Era esta, la muerte de Aberastain, una de las causas que lo indujeron a regresar a su provincia.

Pero había otras cosas.

En primer lugar, sus apuestas nunca fueron pequeñas.

Sarmiento advertía que Buenos Aires no era campo propicio para sus propuestas. Su hora no había llegado.

Tres años como gobernador de su provincia, a la que esperaba convertir en un estado industrial con el desarrollo de las minas de el Total, transformándola de ser una provincia inculta y atrasada en la capital económica de Cuyo, constituía un gran desafío para un hombre de acción que debe hacer un alto en el camino.

 

-Destruida Mendoza (por el terremoto del año anterior), San Juan puede ser la Capital de Cuyo antiguo. Es preciso dar un centro a la civilización en la falda de los Andes. Soy sanjuanino y quiero no estar por siempre proscripto.

 

La frase la escribió Domingo Faustino Sarmiento, en carta al presidente Mitre.

También escribió a su amigo tucumano José Posse. Algunas de las claves de por qué aceptó ser gobernador de San Juan están en esa carta..

 

Estimado amigo:

A la política general he cerrado los ojos y los oídos. Soy sanjuanino, aldeano y nada más. En el correo pasado me escribieron de Buenos Aires pidiéndome mi aceptación a la candidatura de vicepresidente, asegurándome que el general Mitre estaba por don Marcos Paz. Contesté redondamente que no, resuelto como estoy a no salir de la cueva.

Entra en esto un poco de pasión y algo de muy bien razonado.

He hecho treinta años un papel contra natura, escribiendo, hablando, sin poder obrar, en medio de las resistencias. Tengo por fin la acción, en pequeño es verdad, pero la acción.

Y en tres años de gobierno les mostraré los puños que Dios me ha dado.

Presidir esta revolución industrial o, dirigirla en sus primeros pasos, sanar las heridas de San Juan. Tú comprenderás que es gloria más sabrosa que ir de vicepresidente o ministro a disputar y pronunciar discursos”.

 

Pero eso no era todo.

Sarmiento llegaba con el corazón alborotado.

Las relaciones con su esposa, Benita Martínez Pastoriza, estaban quebradas.

Aun escuchaba su voz cuando afirmó rotunda:

-Yo ni loca me voy a vivir a San Juan.

Se vino sólo. Sin Benita. Pero, lo que más le dolía, también sin Aurelia.

 

 

El gobernador Sarmiento

 

Es cierto, fue recibido con todos los honores y elegido gobernador interino por la legislatura a sólo dos días de regresar a la provincia. Era el 9 de enero de 1.862

Don Domingo se había instalado en la casa paterna, con sus hermanas, en el barrio El Carrascal, a cuatro cuadras de la Plaza Mayor, en la calle Ecuador, que algún día llevaría su nombre. Hacía poco que había muerto doña Paula Albarracín, su madre.

 

El 16 de febrero se reunieron los diputados provinciales y los doblantes, electos el día 7 y designaron a Sarmiento gobernador propietario. Resultó consagrado sin oposición. Lo esperaban tres años en el poder de su provincia.

El día anterior le había escrito a Mitre:

 

“Hoy cumplo 51 años y mañana espero ser nombrado gobernador propietario por tres años.

He sentido una triste y melancólica satisfacción al consumar este acto que venía preparado de antemano por la opinión de mis amigos, el clamor de mis compatriotas y mi propio sentimiento.

Digo que con tristeza mezclada de felicidad, como suele ser el tomar estado que nos hace mirar el porvenir, sabiendo que hemos decidido de nuestra suerte, en bien o en mal”.

 

Ya no era el Sarmiento optimista. Y lo confesaba en una carta a su amigo José Posse.

“No es el hombre político el que guarda silencio; es el hombre moral el que ha muerto al dejar terminada la revolución que dirijo y sostuve treinta años.

Soy gobernador de San Juan como un asilo contra mi mismo.

Después que termine este periodo verásme desaparecer en el horizonte político, como aquellos cometas que se disipan por perderse en la profundidad de la nada”

 

El 10 de abril volvía a escribirle a Mitre:

“Continuo organizando milicias sin armas... Siéntese aquí el malestar a causa de la pobreza.

Yo llevo adelante mis proyectos de mejoras en la esfera de lo posible.

Si no fuéramos tan pobres, tan atrasados y tan poca cosa, seríamos algo”.

 

Los recuerdos de Benita

 

En aquellos días los sanjuaninos buscaban acercarse al admirado Sarmiento, el hombre que volvía tras años de exilio primero y de actuación en Buenos Aires después.

Ya había publicado en Chile sus más hermosos libros: Facundo, en 1845 y Recuerdos de provincia, en 1850

El maestro, llenaba sus horas con una increíble actividad.

Pero al llegar al noche, al quedar sólo en la oscuridad, repasaba su vida.

Y recordaba cuando conoció a Benita.

 

Fue en Chile donde su pluma inigualable alumbraba artículos periodísticos en El Mercurio de Valparaiso.

Es allí donde traba relación con el matrimonio integrado por don Domingo Fidel Castro y Calvo y doña Benita Martínez Pastoriza.

Don Domingo Fidel era un ciudadano chileno de buena posición económica que mantenía relaciones comerciales con San Juan.

Fruto de sus actividades, viajaba seguido a la provincia.

En la argentina, Castro y Calvo tenía familiares. Entre ellos, José Martinez Cruz y Juliana Pastoriza, padres de Benita, una joven nacida el 26 de agosto de 1.819.

 

El chileno Castro y Calvo había ya cumplido 55 años, era un hombre de fortuna y preocupado por los negocios poco tiempo había dedicado a las cuestiones del afecto.

En la casa de sus parientes Martínez Pastoriza encontró todo el afecto que un hombre necesita en el codo de la vida.

Y hasta sintió de nuevo que borbotones de sangre juvenil recorrían sus venas cuando Benita, que ya tenía quince años, se le acercaba insinuante.

 

Cuando Benita cumplió los 16, el chileno no aguantó más y habló con su pariente Martínez.

-Tú sabe José que ya estoy viejo y comienzo a sentir achaques propios de la edad...

-¡Vamos, hombre! Todavía eres joven.

-Los dos sabemos que no es así. Pero vamos al grano: quiero que me concedas la mano de tu hija.

-¿De Benita?

-Sí, de Benita.

-¡Pero si es una niña! Acaba de cumplir los 16.

-Veamos las cosas con sentido práctico. Yo estoy sólo y he hecho una gran fortuna. No tengo herederos y seguramente no viviré mucho.

Martínez lo escuchaba con atención.

-Benita es muy joven, es verdad, pero también es inteligente y buena. Es lo que yo necesito a mi lado. Y creo, además, que es la solución para la difícil situación económica por la que ustedes atraviesan. Al convertirse en mi esposa, Benita será mi única heredera.

 

Fueron las palabras mágicas que abrieron el corazón de los Martínez Pastoriza que autorizaron el casamiento de Benita. Transformada ya en la señora de Castro y Calvo, la niña esposa se radicó en Chile y durante varios años fue la esposa de un marido que además era tío, anciano y enfermo, con lo que una gran soledad se transformó en dos grandes soledades.

 

El encuentro con Benita

 

Pasaron los años y en una reunión social realizada en su casa, Benita conoció a aquel sanjuanino del que hablaba todo Chile: Domingo Faustino Sarmiento.

Este Domingo tenía 32 años en lugar de los 61 de su esposo. Con su calva frente, sus mejillas carnosas y sueltas, su mirada siempre fija y osada a pesar del brillo apagado de sus ojos y su tronco que comenzaba a engrosarse y encorvarse, Sarmiento parecía más viejo. Pero cuando comenzaba a hablar todos se llamaban a silencio para escucharlo. Sus palabras tomaban vuelo y pintaban paisajes, mundos, situaciones, futuros, en forma apasionada y atractiva.

 

Benita tenía 21 años y era atractiva por su juventud, aunque no muy agraciada con el don de la belleza.

El caso es que Sarmiento frecuentó cada vez más seguido la casa de los Castro y Calvo.

Y poco importaba que el amigo chileno estuviera postrado en cama. El conversaba con su joven esposa.

Quizás haya sido la presencia de aquel fogoso sanjuanino que despertó los instintos más íntimos de Benita o tal vez la divina providencia. Pero el caso es que a mediados de 1844 aquella sanjuanina, esposa de un anciano postrado y próximo a morir, que ya tenía 23 años, quedó embarazada.

Y el 17 de abril de 1845 nació un hermoso niño, para alegría de don Domingo Castro y Calvo, que ya estaba muy enfermo y pasaba la mayor parte del tiempo en cama.

Domingo Fidel Castro fue bautizado el chico, chileno de nacimiento pero también argentino por derecho de madre. La providencia una vez más actuaba y hacía coincidir el nombre de don Castro y de Sarmiento.

 

El casamiento con Benita

 

Al poco tiempo del nacimiento de Dominguito, murió don Domingo Castro y la relación de Sarmiento con Benita se formalizó.

El 19 de mayo de 1848, de regreso de un viaje a Europa en una misión oficial confiada por el ministro Manuel Montt, Sarmiento se casó en la Parroquia de San Lorenzo, en Santiago, con su comprovinciana. El tenía ya 37 años y ella 26.

 

El matrimonio se estableció en el fundo rural de Yungay, en las afueras de Santiago, propiedad ahora de Benita. Y allí Sarmiento, en aquella casa donde los troncos ardían en la chimenea y a través de la ventana se podían ver los jardines y las galerías con sus parras,  se aquerenció tanto con su hijastro de tres años que se transformó en su tutor y le dio su apellido.

Desde ese día aquel niño, que fue una explosión de ternura en la vida del maestro, se llamó Domingo Fidel Sarmiento.

 

Las relaciones en cambio con Benita nunca fueron fáciles para Sarmiento. Quizás porque no sabía cómo hacerlo o tal vez porque nunca lo quiso, lo cierto es que no estaba preparada para contener los arrebatos del hombre genial y ambicioso que tenía a su lado.

Se había vuelto una mujer de temperamento fuerte, de cierta fortuna heredada y acostumbrada a un nivel de vida aceptable y de relieve social.

Difícil que congeniara con un hombre al que poco interesaban los bienes materiales pero que tenía actividad veinte horas por día y que soñaba con ser presidente de su país.

 

Para colmo, Sarmiento, estuviera donde estuviera, seguía siendo sanjuanino y pensando en su terruño.

Para Benita, San Juan significaba un pasado de estrechez económica, de vida chata, de atraso cultural al que jamás, jamás, estaba dispuesta a volver.

Finalmente había otro elemento que no puede dejarse de lado: Benita era una mujer celosa. Casi diríamos, enferma de celos. Y Sarmiento, ya lo hemos dicho, llevaba el zonda dentro y nunca tuvo vocación de santo.

 

Con el pensamiento en Aurelia

 

Pero no sólo Benita llenaba las horas de Sarmiento en aquellos días de su gobernación.

También estaba Aurelia.

Aunque no era exactamente bella, era una joven muy atractiva, poseedora de una gran cultura, desde niña acostumbrada a moverse en los círculos más altos de la sociedad porteña.

Además, sabía de las luchas políticas, de los sinsabores y las mieles del poder.

 

Todo lo había aprendido de su padre, el abogado más prestigioso de Buenos Aires, siempre haciendo equilibrio en la cuerda floja que lo obligaba a pasar de los salones de los poderosos al destierro de los derrotados.

Dalmacio Velez Sarsfield era ese hombre que supo tener la estancia más preciada de Buenos Aires y también conocer la miseria por las arbitrariedades de Juan Manuel de Rosas.

 

Una muerte no muy clara

 

Aurelia venía de una dura experiencia que fue fuente de comidilla para la sociedad porteña.

En 1853, con sólo 17 años, había contraído matrimonio con su primo Pedro Ortiz Velez, veinte años mayor, graduado en medicina  en la Universidad de Chile y militante de las ideas unitarias.

En 1852 Pedro había sido electo diputado de la legislatura porteña, lo mismo que su tio Dalmacio. Esto hizo que la relación entre ambos se hiciera más estrecha y que Ortiz Velez frecuentara casi diariamente la casa de los Velez Sarsfield.

 

Un día, abruptamente, Aurelia y Pedro decidieron casarse.

Nadie dio precisiones sobre tan drástica decisión.

El caso es que el matrimonio terminó rápido y tan abruptamente como había comenzado.

La versión histórica dice que una noche Pedro, “al levantar la tapa de su reloj para consultar la hora, vio reflejado en el metal la imagen de su mujer que se abrazaba con su secretario, Cayetano Echenique, en un rincón del cuarto contiguo. Cegado por los celos, tomó una pistola y lo apuntó.

El hombre, desesperado, se escondió en un ropero que le sirvió de poca protección, porque Pedro disparó contra la puerta, las balas atravesaron la madera y acabaron con su vida. Luego, llevó a Aurelia a la casa de su padre para no volver a verla”.

Sólo ocho meses había durado el matrimonio.

 

La noticia incluso fue publicada en los diarios. Y La Tribuna, encarnizado opositor a El Nacional que dirigía Velez Sarsfield, publicó el 6 de diciembre de 1853 una resolución de la Sala de Representantes que afirma “haber comprobado el estado de demencia del diputado doctor don Pedro Ortiz Velez al cometer homicidio en la persona de don Cayetano Echenique, e innecesaria la formación de toda causa a ese respecto”, por lo que declaró vacante la banca del legislador.

 

Todos sabían sin embargo que Pedro no estaba loco. Era uno de los hombres más ilustres de Buenos Aires. Por lo que puede presumirse que la declaración de demencia sólo tuvo por objeto salvarlo de la cárcel, lo mismo que a Aurelia ya que en aquellos tiempos el adulterio femenino se pagaba con dos años de prisión.

  

El encuentro de Aurelia y Domingo

 

Era demasiado para la Argentina de 1850.

Pero Aurelia era mujer de valor. Y en lugar de esconderse se transformó en la secretaria de su padre, enfrentó las habladurías y siguió su vida.

Precisamente por su trabajo junto a su padre conoció a un sanjuanino de frente amplia y mofletudas mejillas que comenzaba a ser noticia en Buenos Aires: el sanjuanino Domingo Faustino Sarmiento.

 

Corría 1855 y Sarmiento se radicaba en Buenos Aires para trabajar en El Nacional.

Es entonces cuando se produce el primer encuentro entre Aurelia y Sarmiento.

Ella tenía 19 años y él 44.

“Ella era moderna, inquieta, andariega, altiva, orgullosa, gauchezca, femenina sin ser afeminada”, según se la describe.

En síntesis, una mujer a la medida de Sarmiento.

 

Sarmiento tardó dos años en trasladar a su familia desde Chile a Buenos Aires.

Nadie sabe cuándo se produjo el flechazo. Algunos dicen que fue en el 58. Otros suponen que en el 59.

Lo cierto es que aquella joven bella y de una inteligencia fuera de lo común, se enamoró perdidamente de aquel hombre de apariencia tosca, rudo, imperativo, arbitrario, genial, que sin embargo tenía un mirar de tan serena y triste dulzura, que se metió en su alma sin poderlo evitar.

Treinta años duraría ese amor correspondido. Treinta años en los que Sarmiento redondeará en su persona un personaje único en la historia y ocultará su gran amor.

 

Los primeros sinsabores

 

Pero la vida en San Juan no era un lecho de rosas para Sarmiento.

Algunas de sus medidas habían sido muy mal recibidas por la gente.

Por ejemplo, aquella que fijaba un ceremonial para los actos públicos, exigiendo que las ceremonias fueran previamente programadas y que al gobernador se lo recibiera con honores civiles y militares.

Los sanjuaninos estaban acostumbrado a temer a los gobernantes, a rendirles pleitesía, a conspirar contra ellos.

Sarmiento le transmitía otro mensaje: un gobernador es la representación del Estado. Los honores no se rinden a la persona sino al cargo.

Pero las murmuraciones crecían en aquella aldea: “una guardia únicamente para acompañar a su excelencia” “El sueldo de diez soldados sólo para escoltar al señor gobernador”, se escuchaba decir.

 

Pero no sólo el protocolo causaba resquemores.

Sarmiento era una tromba que quería transformar a San Juan. Convertirla en la capital del viejo Cuyo.

Tenía todo el empuje para lograrlo. Pero era gobernador de una provincia muy pobre. Y cuando quiso subir los impuestos, aparecieron las voces discordantes.

-Ya estamos empachados de progreso...

A los cuatro meses de asumir, ya le escribía a Mitre: “hoy me encuentro sin un centavo en las cajas provinciales, con urgencias que me he creado deseando hacer del gobierno un elemento de progreso.”

 

El viejo hábito de no pagar impuestos

 

En San Juan nadie pagaba impuestos. Y esto lo sabían muy bien los gobernadores. Especialmente Sarmiento. Como que sólo dos años antes de asumir la decisión del gobernador José Antonio Virasoro de aumentar los impuestos para llevar adelante las obras del empedrado de calles y un puente sobre el río San Juan le había costado la vida.

 

O a don Manuel José Gómez que cuando intentó organizar el cobro de impuestos se encontró con que la población le dio la espalda y durante toda su administración nadie pagó un solo peso.

Al asumir, Sarmiento se encontró con una realidad: no había un peso en el tesoro provincial.

Decide entonces dictar un arbitrario decreto: “Habiendo la administración retardataria del gobernador Francisco Domingo Díaz dejado impago a sus empleados y hecho el administrador de la aduana provincial aplicaciones arbitrarias se desconoce cualquier pago o reconocimiento de deuda a cargo del gobierno anterior al 3 de este mes”. Era el 27 de enero de 1.862 y el gobernador daba vuelta la hoja, como si no existiera la continuidad de los actos oficiales.

Es más, dispone un reajuste de sueldos a los empleados, a partir del mes de enero.

 

Pero la gran bronca estalla cuando la Cámara sanciona el 12 de noviembre de 1.862 la ley de sellos y patentes, con las que nadie se salva de abonarle al fisco. En 19 artículos, la ley de sellos fijó ocho papeles sellados diferentes a aplicarse a los distintos actos jurídicos y contrataciones. La ley de patentes tenía 16 artículos y establecía cinco clases de tributos que abarcaban desde la primera clase (50 pesos) que alcanzaba a comercios por mayor o consignatarios de hacienda hasta la quinta clase (10 pesos) que incluía hasta el alquiler de carretillas, las carpinterías y los maestros albañiles.

En el medio quedaba una extensa gama de servicios como en los reñideros, las canchas de bochas, las pulperías, las barracas, las jabonerías, las velerías y hasta los retratistas.

Un decreto de Sarmiento del 1 de febrero de 1862 mandó ejecutar a los deudores morosos. La gente comenzó a pagar a regañadientes, aunque aparecieron los primeros síntomas de malestar.

 

Una carta que trajo cola

 

Es en esos días que su matrimonio con Benita llega a su crisis más aguda: su esposa había descubierto sus amores con Aurelia Velez Sarsfield.

Un hecho fortuito desencadenó el rompimiento. En el mes de mayo, Benita envió a Dominguito al correo en Buenos Aires, a buscar cartas de su padre.

Allí el joven descubrió que Sarmiento enviaba cartas a nombre de una viejita que no sabía leer. Eran las cartas para Aurelia.

Los celos de Benita estallaron en furia incontenible.

Todo Buenos Aires se enteró de los amores entre dos figuras tan conocidas.

 

Pero a su vez, Sarmiento había tenido la confirmación de una sospecha que le preocupaba desde hacía tiempo: Benita también lo engañaba. Tenía un amante y, lo que era peor, estaba embarazada.

La vida de Sarmiento en ese tiempo como gobernador de San Juan fue un verdadero tormento.

No sólo había perdido a su mujer sino que su hijo Dominguito lo repudiaba por su infidelidad y tomaba partido junto a su madre.

Bartolomé Mitre se transforma en ese tiempo en paño de lágrimas del gobernador sanjuanino.

En ellas le cuenta sus pesares con lujo de detalles y le dice que seguramente, “todo Buenos Aires comentaba tamaña afrenta”.

Sarmiento, en San Juan, no aguantó más y se decidió: no volvería con Benita.

 

Mitre le contestó:

“Querido amigo:

Su desgracia ha llegado a mi conocimiento por su carta del 3, la que leí varias veces creyendo haberla comprendido mal y recién cuando recibí a los pocos días la del 9, comprendí toda la extensión de sus dolores.

Esto le probará a usted que la cosa nada tiene de pública, que no ha habido el escándalo que usted teme y que usted será al fin quien habrá de producir una y otra cosa si se dirige a personas menos discretas que yo”.

Mitre había hablado con Dominguito y no había notado cambios en el chico.

“Ese corazón es suyo y usted se apoderará de él siempre, aunque otros quieran alejarlo, aunque él mismo lo quisiera”.

Decía más adelante Mitre:

“Cuenta usted en mí con un amigo, que le servirá como un hermano y le será un consolador con la sola condición de que usted se muestre hombre, mida su desgracia en lo que realmente es, no la exagere, que no haga como un herido que se irrita la llaga gozándose en sus padecimientos.

En una inteligencia como la suya, con los serios deberes que usted tiene en la vida, con los destinos que le esperan, eso sería una degradación moral, que crearía una desgracia mayor que la que usted pretende conjurar con medios tan mortíferos”.

Mitre.

 

En esos días llega a oídos de Sarmiento la confirmación de que Benita ha perdido su embarazo. Le escribe nuevamente a Mitre.

San Juan, 20 de junio de 1862:

“Mucho me ha calmado su carta. ¡Mucho! Pero no todo lo que necesito.

Hace ya un año mortal que gimo bajo el peso de mis tormentos y el tiempo me trae agravación y recrudescencia.

¿Es culpa mía? Será en buena hora. Pero hay algo de fatal. (...)

 

No me exagero el mal.

No es el público lo que me preocupa: es la vida íntima, la degradación moral aceptada y que el crimen triunfante para imponer nuevas condiciones, nuevos martirios como los que he soportado diez años.

Fíjese en esa fecha.

Yo he llevado en el seno una víbora envenenada y disimulado sus mordeduras, hasta que me mordió en el corazón.

No escribiré a nadie en adelante. Hice a designio que muchos conocieran la verdad porque quería poner una muralla de bronce por delante.

He roto con Dominguito, es decir, me he arrancado una parte del corazón. Explotador sin sentimientos caballerezcos, me ha anunciado que estará con ella.

Le he indicado que pida habilitación de edad y se emancipe con su nombre legal, terminando toda correspondencia. Es imposible conservarla con un intermediario”

 

“Sé que mi esposa derrocha dinero con profusión gracias a usted y a la falta de delicadeza de ella para recibir dobles pensiones. Si usted cree conveniente alguna vez suspenderle la pensión que le lleva mi administrador Ocampo, para forzarle por hambre a salir, dígaselo a él de mi parte.

Haga usted caso de mis consejos. Mis medios serán siempre mortíferos como usted lo indica.

 

Una sola cosa exijo: no verla jamás. Sobre todo no ser llevado al presidio horrible en el que se han agotado al fin mis fuerzas.

Me escriben que Rawson es el consultor sino el consejero que ella tiene. Se ha ocupado de callar los rumores, cegar las fuentes. Borrar los rastros y excitar simpatías. Y esta obra ha sido hecha con habilidad, constancia y éxito.

 

Mis agentes no hicieron sino disparates. Le dieron nuevas armas, embozando las que podían herirla y aguzando las suyas.

Un empleado de correo fue puesto por ella, para sustraer cartas. Ya ve que es capaz de mucho.

Ultima y finalmente le escribí a Dominguito que no viniera, como se lo había impuesto. ¿Para qué? Acaso para prolongar su lucha, quedando ese vínculo sin cortarse.

 

¡He quemado mis naves! Necesito no reposo sino restablecer en mi mismo el sentimiento de la propia estimación.

Esta es la llaga, querido amigo, que hay que curar.

Esa era mi fuerza y la he perdido, por los sinsabores domésticos.

Para levantar cabeza necesito poder decir: ¡estoy libre, aunque solo!”.

Sarmiento

 

“La encontré muy valiente y resuelta a dar el escándalo en tribunales”

 

El 18 de julio Mitre le responde a Sarmiento:

 

“Mi querido Sarmiento:

He hablado con Benita y con Rawson y con ambos he sido expreso y categórico en mis explicaciones.

A Rawson le he dicho francamente: “Sarmiento desconfía de usted en este incidente. No sé qué noticias tenga o si esto nace de lo lastimado que debe hallarse su corazón. Pero como creo que esa prevención no es justa y que siendo así debe usted tener medio para satisfacerlo como amigo y darle explicaciones que lo tranquilicen y le quiten ese sinsabor, se lo digo a usted, sugiriéndole que le escriba sobre el particular”.

 

Me dijo que tenía como satisfacerle a usted y quedó en escribirle. Espero que lo habrá hecho.

En cuanto a Benita y sin entrar en la apreciación de lo que ha pasado, le diré que es una mujer bien desgraciada y que, si como me lo dice, tiene toda la evidencia de su falta, está usted vengado y bien vengado pues de todos modos será más desgraciada que usted.

Sin embargo, en las posiciones que ambos han tomado y con las armas que esgrime, es digna de luchar contra usted.

En posesión de las cartas que usted me ha hablado y de otras pruebas escritas, entre ellas declaraciones de las vecinas, la encontré muy valiente y resuelta a dar el escándalo, acudiendo con ellas a los tribunales.

 

Una palabra mía la desarmó: después de hacerle las reflexiones del caso, le dije que usted estaba resuelto a todo, a que todo se supiese, que todo se publicase, a perder hijo, porvenir y todo, antes de ceder en nada. Y que sobre esa base podía proceder contando de antemano de que ella como mujer dejaría todo el vellón en las espinas.

 

Ella convino conmigo en que el temor del escándalo no lo quebraría a usted. Pero en cuanto a salir de acá, con recursos o sin ellos, me declaró también de la manera más resuelta y terminante que no saldría nunca de Buenos Aires, aunque tuviera que conchabarse de criada y que si su hijo optaba por usted, estaba también dispuesta a perder hijo y todo antes que ceder.

Entonces le dije que algo habíamos adelantado con hablar, que era evitar un escándalo inútil y perjudicial para ambos y definir claramente las posiciones de los dos.

 

Tal es el estado del asunto: el escándalo está evitado pero usted no conseguirá arrancarla, no porque crea ser más feliz aquí que en otra parte, según me ha parecido, sino porque así lo ha resuelto.

En vista de esto negocié el viaje de Dominguito a San Juan, ofreciéndole que él volvería a continuar sus estudios aquí. Consintió a ello por temor de que se declarase en contra pero resuelta siempre a quedarse aquí si el se quedará allá y con usted.

Así es que sea que pretenda sitiarla por hambre o por ese afecto, he adquirido en mi conversación con ella la certidumbre de que no la reducirá por esos medios.

 

La insistencia con que algunos amigos le escriben aconsejándole su venida (...) debo decirle  que no es la presencia de ella aquí, como usted parece creerlo, el principal y más serio obstáculo a su aparición en esta escena.

El impedimento más serio para la opinión, para usted y para todos es lo otro, lo que traería sobre usted nuevas tempestades y amarguras.

Y creo por mi parte que ellas serían más seguras, cuando más independiente fuera usted y que será arrastrado por un torrente, aunque usted pretendiera luchar con su propia inclinación, lo que me parece no tiene aun usted la resolución de hacer.

 

Ahora, si yo le hubiera de dar un consejo como amigo, yo le diría que la resolución más digna de un hombre que quiere dejar cicatrizar un poco las heridas abiertas y templado por la meditación, además que dignificado por el trabajo, volver cuando ya se haya serenado un poco a la escena tumultuosa en que usted debe figurar siguiendo su destino. Entrando sencillamente, con seriedad y mansedumbre, al hora triste y frío en adelante, no ya para hacer la vida común en la atmósfera de las simpatías sino para hacer el sacrificio generoso de la felicidad, al porvenir del hijo que le sobrevivirá y que así honrará mejor su memoria.

Levantando de ese modo su autoestimación, se sentirá con fuerzas para absolver a la desgraciada que al fin ha sido su compañera y que debe serlo para el bueno y para el mal tiempo. Y al levantarse a regiones más severas, quizás también tendría fortalezas para pensar humildemente que muchas veces las faltas de las que más nos quejamos, tienen su energía en nosotros mismos. Y cuando en casos semejantes hay faltas recíprocas, no hay balanzas para pesarlas.

Le he dicho todo y a un hombre como usted no debo decirle más.

Bartolomé Mitre.

 

Era un hombre muy sólo

 

Ese año 62, Mitre es proclamado presidente de la República.

Velez Sarsfield es designado ministro de Hacienda.

Guillermo Rawson, también sanjuanino, queda a cargo del ministerio del Interior.

Rawson estaba enfrentado con Sarmiento Este se sentía cada día más sólo en San Juan, continuamente amenazado y enfrentando una situación política complicada.

No obstante, su ritmo de trabajo era increíble.

Sarmiento fue mucho más que un gobernador.

Era un hombre orquesta que planificaba y ejecutaba en materia económica, en educación, en seguridad, en salud.

Redactaba leyes que iban conformando un cuerpo orgánico.

Hasta las carreras de caballo reglamentó.

Y todo en un ambiente que por su chatura le era bastante hostil.

Durante su administración impulsó una Ley Orgánica de Educación Pública. Decretó la enseñanza primaria obligatoria y creó establecimientos de diferentes niveles de instrucción.

Un ejemplo es la Escuela Sarmiento con capacidad para mil alumnos primarios. Se terminó de construir a principios de 1865. El ya no era gobernador pero las nuevas autoridades la nombraron así en su honor. También fundó el Colegio Preparatorio -luego Colegio Nacional de San Juan-, la Escuela de señoritas destinada a la formación de maestras, la Quinta Normal (actualmente Escuela de Enología) y la  Escuela de Minas (actualmente Escuela Industrial).

 

¿Sarmiento bipolar?

 

A esta altura es innegable que Sarmiento –al menos durante su estada en San Juan-  padecía una gran tendencia bipolar.

El trastorno bipolar es una enfermedad que afecta a los mecanismos que regulan el estado de ánimo. El estado de ánimo sufre oscilaciones que van desde fases maníacas (de euforia excesiva) a fases depresivas.

 

¿Qué es la manía? Es un período de exaltación del estado de ánimo, que suele iniciarse con una disminución de las horas de sueño, para seguirse de una actividad excesiva, inicio de nuevos proyectos, gastos excesivos de dinero, alegría extrema, aumenta el impulso sexual y la persona se muestra muy habladora. Poco a poco los síntomas se van incrementando llegando a estar irritable, avasallador, incluso agresivo. En ocasiones, llega a tener ideas falsas de grandeza, que le hacen creer que está dotado de poderes especiales.

Durante esta fase son frecuentes los problemas familiares, laborales, sociales y económicos.

 

Tenía etapas de hipomanía, es decir una fase manía pero de menor intensidad en los síntomas. Resultando un estado de euforia e incremento de la actividad muy agradable.

Y a veces, el coloso se desmoronaba y caía en hondas depresiones como lo expone en sus cartas con Mitre.

En esos días se sentía triste, sin ilusión por las cosas, cansado, con baja autoestima, falta de concentración, ansiedad.

 

La minería es un ejemplo claro de esa alternancia de euforia y pesimismo que caracterizó a Sarmiento durante sus días de gobernador.

El modelo de desarrollo económico provincial planteado durante su etapa como gobernador, tomaba como eje la minería, que serviría como base para la agricultura, la industria, el comercio y la ocupación del desierto.

 

Desde que asumió la gobernación, puso el acento en ese objetivo. Y movió cielo y tierra en Buenos Aires y el extranjero para atraer técnicos y capitales.

“Necesito dos años de seguridad y confianza para hacerle dar a las minas en barras de plata sus frutos”, escribía al presidente Mitre.

“San Juan es un vasto mineral de plata, bastante para transformar a la República”, le decía a su amigo José Posse.

Trajo a la provincia algunos asesores como el mineralogista inglés Francisco Ignacio Rickard y los ingenieros Gustavo Grothe y Enrique Shade y pronto se encontró casi en un estado de éxtasis imaginando fabulosos yacimientos.

-Estamos en vísperas de una época nueva, acaso uno de esos grandes movimientos que han hecho surgir las naciones... Las minas son una realidad como California... En un año exportaremos barras por dos millones de duros... – contaba Sarmiento a Mitre en una carta fechada el 14 de mayo de 1.862.

Y dos semanas después volvía a escribirle al presidente con el mismo entusiasmo:

-Las minas de Chañarcillo (Copiapó, Chile) eran veinte vetas y las de San Juan son mil descubiertas, no se ha descubierto jamás país más mineralizado, más grande... Vancouver ha tenido treinta mil visitantes al anuncio de existir lavaderos de oro y California y Australia son hoy naciones más poderosas que la República Argentina con tres siglos de existencia.

 

Sarmiento vivía obsesionado con el tema minero. Sin ser un especialista, sus conocimientos eran amplios. Fue minero en Copiapó y publicó notas sobre legislación minera en diarios chilenos. Además su pariente, Domingo de Oro, había trabajado muchos años en Chile y por eso lo designó el primer diputado de minas, organismo con facultades de reconocimiento de posesiones mineras y caducidad de las pertenencias, entendiendo en todo lo administrativo y reglamentario.

Sus contactos con el metalurgista inglés Francisco Ignacio Richard, a quién hizo venir desde Valparaíso, lo mismo que al ingeniero Joaquín Godoy al que contrató para que trabajara en la diputación de Minas y su insaciable hambre de progreso lo hacían soñar despierto.

 -En San Juan no hay capitales –le escribe a Mitre- pero espero hallarlos en Valparaíso y Buenos Aires. ¡Qué hacer para obtener 200 mil duros, para poner en marcha esta poderosa máquina! ¡unos pobres 4 millones de papel!

La minería alcanzaba para Sarmiento una dimensión alucinante. Aunque él las veía como la base para el desarrollo integral de la provincia pues sería el sostén de la industria, la agricultura, el comercio y la lucha contra el desierto. En ese sentido, Sarmiento sabía que las minas un día se agotan por lo que consideraba necesario desarrollar otros sectores de la economía.

-Desgraciadamente, las minas tienen los defectos de sus cualidades. Las viñas devuelven en caldos y licores el agua y el sudor que las fecundaron. Las minas, cuando no dan, dejan en la calle al aventurero que le pide millones.

 

A esta altura caben algunas reflexiones. Sarmiento creyó en el porvenir minero de San Juan. Y no se equivocó.

Pero falló en un aspecto: los resultados nunca son inmediatos.

No era soplar y hacer botellas. No alcanzaba con buenas intenciones para atraer técnicos, estudios, capitales...

Hizo cosas positivas, como la creación de la diputación de minas, a instancias de Rickard incluyó la cátedra de mineralogía y química en el Colegio Preparatorio y hasta fundó Villa Rickard en el Tontal para la explotación del yacimiento.

Contradictorio siempre, el mismo Sarmiento advierte que la empresa no es fácil.

-Las minas son una realidad, no del género brillante de Copiapó sino a la manera de la lluvia de invierno, lenta y nutrida…

Pero el optimista pronto sepultaba al realista y no dudaba en afirmar:

-Muerto el Chacho la pesadilla de San Juan y humeando en el Tontal los hornos de Richard, he pagado mi deuda al suelo de mi cuna, la tumba después, donde caiga…

 

El 21 de julio de 1.862 se constituyó la Sociedad anónima de Minas de San Juan, llamada la Compañía de Minas. Medio San Juan –entre los que se encontraban pequeños y medianos capitales- suscribió acciones.

Quedaba la tarea más difícil: atraer los grandes capitales.

Envió a Buenos Aires al diputado de minas Domingo de Oro y al ingeniero Rickard para difundir el proyecto y seguir luego a Inglaterra para comprar maquinaria para el yacimiento y traer inmigrantes para las colonias agrícolas. Gran propagandista, Sarmiento no ahorraba calificativos:

-Las minas son una realidad como en California.

-Se construyen hornos, trapiches y máquinas de amalgamación...

-Estamos en víspera de una época nueva...

-Podemos devolver a usted, a Buenos Aires y a la República entera lo que me anticipen....

 

El gobierno nacional fue esquivo en un comienzo. Pero era Sarmiento quién pedía insistentemente.

Bartolito Mitre, hijo del presidente, visitó los puestos mineros. Y el presidente decidió que la Nación se suscribiera con 12 mil pesos plata en acciones de la Compañía de Minas. Pero, quizás porque no creía en los sueños de Sarmiento y no deseaba que la Nación fuera socia de la Compañía, decidió que las acciones fueran cedidas a la provincia.

Las acciones se emitieron, se construyeron algunos hornos de fundición y se intensificaron los trabajos.

-Las minas están a punto de abrir sus capullos. Los trabajos de Rickard marchan aceleradamente. En dos meses más están montadas las máquinas y hornos de fundición en abundancia... – escribía Sarmiento al presidente.

Pero la realidad se impuso con toda su crudeza. Sarmiento ya estaba con un pie en el extranjero pues había sido designado en Washington. Acongojado escribe al presidente.

-Lo que me tiene perplejo es el estado de la Sociedad de Minas, que se halla en crisis. Hoy se enciende el primer horno para la fundición de metales. Hoy he enviado nueve mil pesos para la compra de metales... Principian los trabajos de producción y no hay metales para sostener el trabajo un mes ni plata para comprar. Hasta hoy no ha llegado ni aviso de que se esté cobrando el tercer pedido en Buenos Aires y esos doce mil pesos fuertes no llegan en un mes, los de San Juan están invertidos en metales pues basta quince o veinte cajones para absorber aquella suma. Y los hornos paran y los salarios de Rickard, horneros, encargados y maquinistas nos devoran. La desconfianza cunde, el cuarto pedido no puede hacerse y la sociedad quiebra... La caída será tan estrepitosa que hasta Londres llegará el rumor y la decepción...

 

Nada quedó de aquel gran sueño. La minería no perdona los emprendimientos que no se asientan en modernas tecnologías y grandes capitales.

Tampoco guarda recuerdos de aquellos sitios donde no se tomaron recaudos para que el desarrollo sea sostenido cuando el mineral se agote.

Aparte de vestigios de las plantas de fundición de Hilario y Sorocayense, un trapiche en el alto del Tontal, ruinas de máquinas y vías Decauvile, nada quedó...

Villa Ricard nunca figuraría en los mapas.

 

Gran hacedor

 

En solo dos años de mandato, Sarmiento instrumentó proyectos muy variados. Introdujo en la provincia una imprenta, reabrió el periódico “El Zonda”, y mejoró el servicio de correos. También trazó el primer plano de la provincia, abrió caminos y ensanchó calles. Edificó baños públicos, hospitales y promovió comunidades agrícolas.

 

Sí, hizo mucho.

Pero también fue el centro de discusiones que tuvieron repercusión nacional.

Como cuando en 1863 declaró en San Juan el Estado de Sitio. Y, como coronel, asumió personalmente la dirección de la guerra contra el caudillo riojano “El Chacho” Angel Vicente Peñaloza, que había invadido la provincia. Derrotado en Caucete, Peñaloza se refugió en Olta, donde lo mató el mayor Pablo Irrazabal. Aunque Sarmiento no había ordenado esa ejecución, el Gobierno nacional lo responsabilizó.

 

El presidente Mitre sostuvo que la represión contra Peñaloza debía ser policial y no militar. Y el ministro del Interior de la Nación, el sanjuanino Guillermo Rawson, consideró que la aplicación del estado de sitio era una medida que sólo podían disponer las autoridades nacionales sólo en casos excepcionales. Nunca los gobiernos de provincia.

San Juan no estaba preparado para comprender tantas ansias de progreso.

 

“Este hombre está triste”

 

La presencia de Dominguito en San Juan, trajo alivio al gobernador.

El joven fue agasajado por la sociedad sanjuanina y se reconcilió con don Domingo, trayendo sosiego a su alma.

Pero la situación política  se complicaba.

 

Regulo Martínez, hombre de Mitre y amigo de Sarmiento, le escribe al presidente.

“Llegamos y nos encontramos con un hombre flaco, triste y desencantado. El me había dicho días antes que no esperaba que los sucesos ocurridos se realizaran como ha sucedido.

Yo sufría de no verlo participar de mi contento.

Le dije que había sospechado cuando entré a su casa, que estaba lleno de malas pasiones.

-Ya sé -me dijo- usted ha creído que los celos me devoran..

Tuve que confesarle que eso pensaba,

Me dijo que él aspiraba al puesto de Franklin (Rawson, ministro del Interior) y se contentaba con ello.

 

El 9 de octubre de 1862 insiste Régulo Martínez:

“Esta provincia está quebrada y no tiene más porvenir que las minas, que a Dios Gracias son buenas. Tengo mucho temor que el señor Sarmiento no concluya su periodo.

Este hombre está triste. Quiso realizar un pequeño gobierno de Buenos Aires en una provincia y, naturalmente, esto no se puede conseguir. De manera que los sufrimientos domésticos lo han agobiado y refluyen, como es consiguiente, en las cosas de gobierno.

O más bien, hablando en plata, Sarmiento es un magnífico tribuno, un publicista de primera clase, pero inconveniente para gobernar.

 

Creo que VE le haría un inmenso servicio si pudiera enviarlo en alguna misión al extranjero, porque en Buenos Aires no quiere permanecer mientras subsista el obstáculo (la presencia de Benita) que VE conoce.

Sarmiento es al revés de VE; se muere en la inacción y desgraciadamente no ha sabido darse maña para tener en su casa un círculo de lo mejor que el país puede ofrecer”.

 

Mitre decide sacarlo de San Juan

 

La carta enviada por Régulo Martínez al presidente Mitre, temiendo tropiezos en el gobierno y pidiendo que se lo enviara en alguna misión al exterior, tuvo el efecto deseado.

¨El personaje ha desbordado al ambiente¨, dijo el presidente Bartolomé Mitre. Y lo nombró ministro plenipotenciario en los Estados Unidos.

El gobernador agradeció el “espíritu del presidente de honrarme y servirme... y en verdad lo necesito”.

  

Sarmiento renunció el 5 de abril de 1864 y la Cámara de Representantes la aceptó en el día.. Se fue, a lomo de mula, ante la indiferencia colectiva, con rumbo a Chile, desde donde se embarcaría a los EEUU, sin que la multitud “se midiera por varias cuadras de polvo en el camino” como irónicamente comentó en una carta a Mitre “ni me acompañara el pueblo entero en mi salida”.

 

Años más tarde, cuando ya Sarmiento había sido Sarmiento, lo convencieron para que aceptara postularse como  candidato a legislador nacional. Un oscuro policía de apellido Cabezas, le ganó la elección. Ni siquiera su más prominente hijo había podido ser profeta en San Juan.

             
Fuentes
García Hamilton - Cuyano alborotador
Araceli Bellota – Aurelia Velez, la amante de Sarmiento
Horacio Videla - Historia de San Juan
Héctor Arias y Carmen Peñaloza - Historia de San Juan
César H. Guerrero - Mujeres de Sarmiento
Manuel Gálvez - Vida de Sarmiento, hombre de autoridad
Juan Rómulo Fernández – Sarmiento gobernador de San Juan
Biografías de El Historiador
Wikipendia
Escritos de Juan Carlos Bataller – El Nuevo Diario
Escritos de Fernando Mó – Cosas de San Juan
Especiales de Diario Clarín


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GALERIA MULTIMEDIA
Domingo Faustino Sarmiento cuando gobernó San Juan.
Ana Faustina Sarmiento.
Entre 1835 y 1840, Sarmiento creó una sociedad literaria, filial de la Asociación de Mayo fundada por Esteban Echeverría en Buenos Aires.
Benita Martínez Pastoriza.
Aurelia Velez Sarsfield.
Bartolomé Mitre.
Guillermo Rawson.
Años más tarde, cuando ya Sarmiento había sido Sarmiento, lo convencieron para que aceptara postularse como candidato a legislador nacional. Un oscuro policía de apellido Cabezas, le ganó la elección. Ni siquiera su más prominente hijo había podido ser profeta en San Juan.
Guillermo Rawson
Domingo Faustino Sarmiento cuando gobernó San Juan.