San Juan y el 9 de julio de 1816

El 25 de mayo de 1810  es el antecedente principal del 9 de julio de 1816, tanto que sin el primer acontecimiento no hubiera podido producirse el segundo; seis largos años transcurrieron entre uno y otro, lapso en que la patria navegó a la deriva, viviendo épocas extremadamente difíciles.

En la gesta gloriosa de julio le tocó a San Juan una participación muy activa, a la sazón, formaba parte de la intendencia de Cuyo; ya había demostrado su fervor patriótico durante la Revolución de Mayo que depuso el autoritario gobierno colonial.

En la ciudad de los Jufré, tres hombres ilustres configuraron los acontecimientos de julio; el doctor José Ignacio de La Roza (1788-1839) último teniente gobernador de San Juan; Fray Justo Santa María de Oro (1772-1836), distinguido sacerdote y el doctor Francisco Narciso de Laprida (1786-1829) destacado patriota y jurisconsulto.

Los sanjuaninos conocían las inquietudes provocadas por la necesidad apremiante de convocar un congreso declarativo de la independencia de los pueblos que durante más de un lustro se gobernaban en nombre de un monarca español, a pesar de haber destituido a su representante, dándose bandera y escarapela, acuñando monedas, entonando su propio himno patrio, eligiendo autoridades, dirigiendo sus ejércitos y otros actos de inocultable ejercicio de soberanía.

Mientras sucedían los acontecimientos, la ansiedad crecía inusitadamente pues aún no se había convocado el congreso nacional que debía declarar la independencia y elegir la forma de gobierno de la nueva nación; la patria asistía el desaliento provocado por la derrota de Rondeau en la  batalla de Sipe Sipe.

Se temía que la gesta sanmartiniana fuera anulada por la acción del ejército español triunfante en Rancagua; asimismo no se descartaba que los godos consiguieran dispersar las huestes de Miguel Martín de Güemes que vigilaban la frontera norte del país contra los ataques del Alto Perú.  Tan grande era la inquietud que el estado mayor del ejército en formación llegó a pensar en en la posibilidad de cambiar la táctica ofensiva por una actitud puramente defensiva. Felizmente el genio del futuro libertador se impuso, resolviéndose precipitar por todos los medios la declaración de la independencia cuyo pronunciamiento permitiría la partida inmediata del ejército, casi totalmente organizado; consecuentemente, se mandó reforzar los pasos que desembocaban en San Juan y Jáchal; en Calingasta operaban los “gauchos de la invensión” (100 integrantes) a quienes se proveyó de gorras y algunos uniformes con el importe obtenido, en buena medida, con la venta del copón de Fray Justo Santa María de Oro quien lo donó a tal efecto.

Por fin el 17 de mayo de 1815, el director José Ignacio Alvarez Thomas convocó “a los pueblos unidos de la provincia del Río de La Plata” al anhelado congreso, eligiéndose como sede a la ciudad de San Miguel de Tucumán que había mantenido cierta equidistancia respecto de los últimos ajetreos políticos de la época. Tres eran los problemas fundamentales que debía resolver el Congreso: elegir el Director Supremo, declarar la independencia y sancionar una Constitución que organizara el Estado en forma permanente y definitiva.

El congreso integrado por treinta y seis duputados que se incorporaban a medida que llegaban, se instaló solemnemente el 24 de marzo de 1916 en la casa patricia de doña Francisca Bazán de Luna, previa misa en la iglesia de San Francisco; don Bernardo Aráoz facilitó la mesa y sillas para los congresales. En el decir de Mitre, era la última esperanza de la Revolución de Mayo.

La  noticia llegó a San Juan el 7 de abril siendo recibida con gran beneplácito; se ofició un tedeum, iluminándose la ciudad durante tres noches, prestándose público juramento de fidelidad a las resoluciones que aprobara el citado congreso; el juramento tuvo lugar en las casas consistoriales, interviniendo el vecindario y todas las corporaciones.

El teniente gobernador Ignacio de la Roza convocó al pueblo el 12 de junio, para el día siguiente, con la finalidad de elegir en el aniversario de la fundación de San Juan al diputado Fray Justo Santa María de Oro, sacerdote sanjuanino que desempeñaba las funciones de prior vitalicio y vicario general de la Recoleta dominicana de Santiago de Chile, con residencia en San Juan.

Fuente: Cosas de San Juan – Tomo IV – Fernando F. Mó

Nota publicada en “La Revista”  de “El Nuevo Diario” el 7 de julio de 1995, edición  714.

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Francisco de Laprida y Fray Justo Santa María de Oro, ambos diputados por San Juan en el Congreso de Tucumás, tuvieron una actuación preponderante en la Declaración de la Independencia.