La medicina en la época colonial

La medicina en el tiempo de la colonia era una suma de charlatanerismo y pomposidad hueca. Existía una mezcla de teorías caprichosas y extravagantes con doctrinas basadas en ciencias ocultas. No había una división muy precisa entre el médico científico y el médico popular o curandero, según explica en un libro publicado en 1944 el doctor Antonio Carelli. En el Archivo general de la Provincia -dice Carelli- figura una cuenta de honorarios médicos y medicamentos presentada por el doctor Isidro Elías a los deudos del finado Juan de la Landa, hombre adinerado a quien atendió durante su enfermedad. Entre los remedios proporcionados figuran: dragmas (medida antigua) de ojos de cangrejo, coral rubio, jacintos, cuernos de ciervos de madreperlas, de truaca, libras de maná, cuartos de sen, onzas delamedor de Orozus, ungüento blanco y artánico y aceite de manzanilla.

Los protos

Durante la colonia, el ejercicio de la medicina se hacía a través del protomedicato, una institución creada por Juan 2º de Castilla en el siglo XV y que existió hasta 1.822, al crearse en España las Facultades de Medicina, Cirugía y Farmacia.
Se trataba de un tribunal que examinaba y reconocían la suficiencia de quienes debían ejercer la disciplina. Era además cuerpo consultivo del gobierno y asesor de la justicia para las faltas y excesos de quienes ejercían legal o ilegalmente la medicina.

San Juan de Cuyo dependió en un principio del Protomedicato de Lima. Luego pasó a depender del de Chile, al crearse éste y, finalmente, del de Buenos Aires.

No obstante, esa medicina ”oficial” era minoritaria pues la gente, por lo general, optaba por curanderos, barberos, sangradores, hechiceros y herboristas.

Un médico realista

Gerónimo de Larra había nacido en España en 1770 y se doctoró -según se cree- en la Universidad de Salamanca con el título de médico-físico-cirujano.
Terminada su carrera se trasladó a Perú donde trabajó un año de médico y de allí a Chile.
Invitado a instalarse en San Juan, lo hizo en 1.797 y se casó con Ana de la Roza, hermana del doctor Ignacio de la Roza, en 1810.
Larra ejerció muchos años en San Juan y en Jáchal y ocupó importantes puestos en el Cabildo.
Pero Larra estaba contra la causa revolucionaria y cuando en 1815 le impusieron una contribución de 100 pesos para el mantenimiento del Ejército patriota, no pagó y desapareció. El gobierno ordenó su captura.
El único dato posterior a esa fecha es uno de 1825 que indica que Larra había vuelto a ejercer en la provincia y asistía a los soldados heridos.
Ya había dejado de ser opositor al gobierno patrio...

Médico y farmacéutico


Durante toda la época colonial e incluso en parte del siglo XIX, la función de médico y farmacéutico se ejercían en un mismo local.
El médico dictaba la receta al farmacéutico o preparaba él mismo las medicinas.

El Hospital

En el acta de fundación de San Juan de la Frontera, figura en el plano de la ciudad, una manzana dedicada a la construcción de los hospitales, uno para los naturales y otro para los españoles.
En el Archivo Provincial, en cambio, sólo hay antecedentes del funcionamiento de un hospital a partir de 1662.

Alrededor de 1770 se fundó el Real Hospital San Juan de Díos. En aquella época los hospitales eran dirigidos por religiosos, la mayoría de ellos venidos desde Chile.

El Hospital de San Juan de Díos se mantenía con noveno y medio de los diezmos de la iglesia y un noveno de las entradas reales. En el año 1.797, llegaban a mil pesos anuales las partidas para el hospital.

La epidemia de cólera

En el verano de 1868 se desarrolló una gran epidemia de cólera en San Juan.
Era la época de la triple alianza contra el Paraguay y se supo que el cólera había causado estragos en otros puntos de América del Sur.
Pocos conocimientos científicos se tenían sobre la forma de combatir el mal pero el gobierno dispuso una enérgica campaña disponiendo de varios médicos.
En lo que era la Capilla de Dolores (que estaba ubicada en la esquina de Caseros y Rivadavia, en la esquina oblícua a la Plaza Aberastain) se estableció un lazareto.
En esos días se supo que un médico francés, el doctor A. de Grand Boulogne, recomendaba beber una infusión de menta piperina, tratamiento con el que había doblegado al mal en Marsella, por lo que se ordenó traer carros de esa hierba de una propiedad de la familia Ruiz en Ullum.

RECOMENDACIONES DE LA EPOCA

“Síntomas precursores del cólera y medios ciertosde conocerlos y combatirlos”
Testigo de catorce epidemias de cólera, me propongo decir suscintamente todo lo que importa saber acerca de las señales precursoras de esta terrible enfermedad.
Sus causas íntimas y naturaleza son totalmente desconocidas, ignorándose asi mismo el modo de curarlas, si descuidando los primeros signos que la anuncia, se deja tiempo para desarrollarse todo el conjunto característico de sus horrorosos síntomas.

Empero si no es dado a la ciencia humana salvar a un colérico cuyas extremidades estén ya frías y amoratadas, viscosa la piel, la voz apagada e insensible el pulso, nada es más fácil que curar a un enfermo de esta clase si se practican a tiempo los remedios.

La vida, pues, depende de la oportunidad de estos hasta el punto de que en la primera hora del ataque, la curación es segura, pero en la cuarta hora la muerte es casi cierta.

La mayor parte de las veces, los médicos de los hospitales y casas de socorros tienen que curar coléricos de la cuarta hora, lo cuál explica el espantoso número de defunsiones.
El mejor servicio que se puede hacer a una población amenazada del cólera no es tanto de multiplicar los socorros como dar a conocer a cada individuo la manera de curarse por sí propio. Esto es precisamente lo que nos proponemos enseñar con esta breve instrucción.

Los casos fulminantes son muy poco frecuentes. De 20, los 19 empiezan con una diarrea.
En saber distinguir si esta es o no colérica estriba la línea de conducta que hay que seguir en tiempo de epidemia, época en que se ha de observar con atención el más insignificante flujo de vientre.

Cuando las evacuaciones son amarillas, verdes u oscuras, más o menos ligadas o consistentes, es una diarrea mucosa o biliosa, que no ofrece peligro. Es bastante para detenerla beber agua de arroz con goma o medio vaso de agua azucarada con algunas gotas de laudano.

Si por el contrario las deposiciones fueran acuosas, parecidas a café con leche muy claro, a cocimiento de arroz con cuajarones o sin ellos, a agua de fregar o bien a té revuelto con unas cuantas cosas de leche, en este caso sea cual fuere el estado general de la persona y aunque no experimente dolor ni debilidad, se halla bajo el enflujo de la epidemia. Esto es, tiene cólera”.

¿Qué se debe hacer?

Nada es más fácil que impedir el desarrollo de la enfermedad. Para conseguirlo se prepara inmediatamente una infusión de mentapiperina y se bebe cada cuatro horas media taza muy caliente y convenientemente azucarada, añadiéndole dos cucharadas de ron o de cognac viejo y 20 gotas de estracto de canela.
Enseguida, si el enfermo se siente con fuerza para ello, deberá pasearse a prisa procurándo con un ejercicio violento llamar el sudor.

Pero si estuviese débil y abatido, se acostará, administrándole una ayuda compuesta de medio vaso de agua fresca y una cucharadita de éter sulfúrico.
Se abrigará bien como para sudar y seguirá tomando cada cuarto de hora la citada infusión (mentapiperina con ron o cognac y canela) hasta que las deposiciones hayan desaparecido, resultado que en la mayoría se consigue en menos de tres horas.

Caso de que esta bebida produjese al enfermo principio de embriagues, no hay que alarmarse con ello, antes al contrario, indica que el paciente está fuera de peligro.

Si le sobrevinieran vómitos, se deja la infusión y se le da a beber cada cuarto de hora una copita de cognac viejo. Si el enfermo tuviera sed tomará buchadas de agua de Zols o bien pedacitos de hielo que dejará derretir en la boca.

Los vómitos exigen además la aplicación de anchos sinapismos en el estómago y el vientre, no quitándolos hasta que la piel empiece a rojear y el enfermo a sentir un vivo escorzor.
Con el uso de estos medicamentos por demás sencillos y que están al alcance de todo el mundo, se combaten los primeros síntomas de la enfermedad.

En cuanto a los fenómenos característicos del período álgido no es fácil exponer en pocas palabras un plan curativo, en razón de que los casos varían y pueden poco más o menos, obtener con seguridad felices resultados por medio de bebidas o infusiones aromáticas alcoholizadas, ayudadas de agua fresca con bastante éter sulfúrico, friciones con bayeta bien enjuta o bien con estracto de alcanfor, de espligo, etc., presiones y empleando el calor artificial. En una palabra valiéndose de cuanto puede reanimar la circulación y castigar el sistema nervioso.

Tan pronto como el enfermo entre en convalescencia, se procurará darle algún alimento, empezando por caldos muy descargados, continuando por sopa, pudiéndo dársele a las 24 horas alimentos más sustanciosos, cuidando empero de no sobrecargarle el estómago.
Mientras durase la epidemia en nada deberá alterarse el régimen de la vida a que está uno habituado con tal que no se oponga a una buena higiene.

Es evidente que han de evitarse más que nunca toda clase de excesos. Los hombres harán bien en tomar después de las comidas una copita de licor y las mujeres una infusión de menta por la noche, precedida de 8 gotas de éter en un terrón de azúcar.

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Doctor A.de Grand Bolougne
París, 30 de setiembre de 1865.

Se previene que la Botica del Cóndor, de la esquina de la plaza media cuadra al sud, calle de Mendoza, estará al servicio público todas las horas de la noche.

San Juan, febrero 25 de 1868
Eulogio Enciso
presidente
Pascual E. Echauri,
secretario interino.

Recomendaciones dadas por la Comisión Central de Salubridad con motivo de la epidemia de cólera, en la que hacía conocer el tratamiento que aplicaba en Francia con éxito el doctor Grand Bolougne.
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El legado de Amán Rawson

Amán Rawson era un médico estadounidense, nacido en Boston o Massachusset, de religión protestante, que se radicó en San Juan en 1818. Era de los llamados médicos homeópatas, que estaban de moda en esa época.
Fue una de las personas más queridas y respetadas de San Juan. A pesar de ser norteamericano, fue ministro de Nazario Benavides, diputado, y participó de la sanción de la ley electoral de 1823, considerada la mejor de la República en esa época.

Amán Rawson poseía además una farmacia y era agricultor. Con otras personas compró al gobierno tierras de lo que hoy son los departamentos Caucete y 25 de Mayo.
Pero dejó otro legado a los sanjuaninos. Casado con María Jacinta Rojo, tuvo hijos que llegaron a ser famosos: Guillermo Rawson, gran médico que fuera ministro del Interior de Bartolomé Mitre; Amán, también médico y Franklin Rawson, considerado uno de los máximos pintores de la provincia.

Los primeros documentos

El primer médico registrado en la ciudad de San Juan

Lo tenemos registrado en 1696 (debieron haber antes) consta en una causa incoada contra Sebastián de Aguilar y Francisco de Cabrera, por agresión al teniente corregidor de San Juan don Manuel de Tovar Urquiza, que fue apuñaleado en ocasión de haber estado jugando a los naipes rodeado de gente armada, el doctor Luis de la Cueva era el médico de la ciudad.

El primer certificado médico
Años más tarde el doctor De la Cueva expidió lo que sería el primer certificado médico dado en San Juan, por lo menos registrado.
...le halló diez heridas en la cabeza, una más grave en la frente, en todas las cuales hubo de dar treinta puntos, que tiene otras de cuatro dedos de la tetilla izquierda entre las dos costillas, de dedo y medio, que rompieron la membrana que rodea el corazón; una cuchillada en el brazo izquierdo, cerca del codo de cuatro dedos; y otra de un geme de largo, hecha con espada en el muslo izquierdo, un dedo más abajo del lagarto y que sale por el otro lado.
Fdo. doctor de la Cueva, 25 de noviembre de ¿1707?

Para la época chilena serían médicos en San Juan, el citado doctor de la Cueva.
Entre 1770 y 1772 está Juan Bautista Chrisman cirujano y Juan de la Cruz Calvo que era médico clínico.

El primer curandero registrado
Entre los curanderos, tenemos que alrededor de 1700 apareció en San Juan, el salteño Luis de Nóbrega, quien decía que era “profesor en derecho físico y medicinal”, en realidad era un impostor, su verdadero oficio era bordador y puntillero.
Para ese entonces era cura párroco de Santa Ana, la primera iglesia de San Juan, el padre Diez Zambrano, quien lo denunció ante el Cabildo, no solo no tenía licencia, sino que cobraba exorbitancias para la época:
Por curar de la vista a una mujer exigió 200 pesos, por atender a un mestizo sirviente pidió otro tanto, por unas curas a doña Petrona 50 pesos y a Josefa Vargas a quien recetó una ensalada, que la empeoró también 50 pesos.
A mediados de 1719 el Cabildo lo hizo comparecer a Fábrega, confesó no tener título, ni estar autorizado para ejercer la medicina, se le prohibió seguir en la práctica, pero al decir de Furlong después de diez años seguía “curando”, pero de manera oculta.
El hospital recién en el siglo XVIII, figura con el nombre de San Juan de Dios, como dijimos anteriormente y se sostenía en 1778 con el 1,8vo. de los diezmos.
El nosocomio siempre tuvo problemas de mantenimiento, entre ellos por el gasto de botica, falta de médicos y personal especializado, cosa que se ponía en evidencia cuando había epidemias.
Por ejemplo: 1791-92 fue un año de peste generalizada en toda la provincia.
El mayor estrago se produjo en el bajo pueblo, compuesto de indios, mestizos, mulatos y negros y en los “botados” (es decir abandonados a su propia suerte).
La población blanca española era reducida, como se comprueba por la demografía parroquial.
En 1815 fr. Fulgencio Güiraldes, de la orden de San Agustín fue capellán del hospital quien siguió con el cargo hasta 1819.

“No hervir el agua”

Según cuenta en su libro “Historia de la medicina de la provincia de San Juan” el doctor Antonio Carelli, durante la epidemia del verano de 1868 se reunieron los médicos locales para analizar las medidas a adoptar para combatir el cólera.

El doctor Daniel S. Aubone, un abogado presente en dicha reunión, explicó que había leído que se recomendaba hervir el agua por considerar que era el mayor vehículo de transmisión de los vibriones coléricos.

La comisión de médicos se opuso terminantemente pues consideraba que, por el contrario, lejos de matar el vibrión el agua hervida producía dispepsia.

Una comisión de médicos venida de Buenos Aires puso las cosas en su lugar y recomendó hervir el agua.


El descubridor de la “miona”

Juan Guilles era un escocés, nacido en Edimburgo, que se radicó en Mendoza en 1820, pasando luego a San Juan, donde ejerció la medicina.

Acá compró un terreno a Amán Rawson en lo que hoy es el departamento 25 de Mayo.

Guilles hizo serios estudios sobre la flora y fauna sanjuaninas. Pero si un lugar se ganó en la historia médica local fue por un descubrimiento que incluso llegó a conocimiento de la Real Academia de Medicina de Londres.

Se trataba de una hierba cordillerana que curaba la “estranguria” o dificultad para orinar.

La planta, en su honor, fue llamada “guillesia” pero la gente la conocía por otro nombre: “la miona”.



Leonor Paredes de Scarso

Profesora de Enseñanza Media y Superior en Historia titulo otorgado por la Universidad Nacional de San Juan.
Ex-profesora titular exclusiva de historia del Cercano Oriente en la Antigüedad.

Historia de Roma y directora del gabinete de estudios Clásicos y Medievales de la Facultad de Filosofía, Humanidades y Artes de la UNSJ.

Metodología y Técnica de la Investigación en el Profesorado de Enseñanza Primaria y Diferencial de la UNSJ.

Catedra extracurricular “Las advocaciones Marianas en San Juan” Universidad del Salvador (Cap. Federal).

Historia Argentina en la Escuela de Comercio Libertador San Martín y en el Colegio Nacional Monseñor Pablo Cabrera, ambos de San Juan.

Es miembro correspondiente de: la junta Historia Eclesiástica Argentina.

Academia Provincial de Historia de San Juan Junta Historia de San Luis.



Fuentes:
(1) Horacio Videla: Historia de San Juan, Buenos Aires, Academia del Plata, Universidad Católica de Cuyo, 1972. Tomo 1, 1972, pág. 547.
(2) Juan Luis Espejo: La provincia de Cuyo del Reino
de Chile, tomo II, pág. N.357, citado por Videla, op. cit. tomo I, pág. 548.
Al decir “lagarto” se refiere al músculo grande entre el hombro y el codo. (3) Carlos Romero Sosa: Tres médicos coloniales en Salta en Publicaciones de Cátedra de Historia de la Medicina, Buenos Aires, 1944, pág. 208-209, citado por Guillermo Furlong;
Médicos Argentinos durante la dominación española, prólogo de Aníbal Ruiz Moreno, Buenos Aires, MCMXXLVII, Edit. Huarpes, pág. 58.(4) L.2, C.4, f.54 en AAHPSJ. (5) Diario Tribuna, San Juan, 18 de marzo de 1933, pág. 8
(6) José Aníbal Verdaguer: op. cit. Tomo I, cap. XVII, pág. 477.


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Durante la colonia, el ejercicio de la medicina se hacía a través del protomedicato, una institución creada por Juan II de Castilla.
La comisión de médicos se opuso terminantemente en que el agua no se tenía que hervir pues consideraba que el agua hervida producía dispepsia.
Un médico francés, el doctor A. de Grand Boulogne, recomendaba beber una infusión de menta piperina.
Amán Rawson era un médico estadounidense, de religión protestante, que se radicó en San Juan en 1818.
Se descubrió que una hierna cordillerana curaba la "estranguria" o dificultad para orinar.
Leonor Paredes de Scarso
La comisión de médicos se opuso terminantemente en que el agua no se tenía que hervir pues consideraba que el agua hervida producía dispepsia.