Las pulperías en una pequeña ciudad colonial: San Juan de la frontera (1750 - 1790)

El presente trabajo analiza el papel cumplido por las pulperías en el comercio regional y su aporte a las arcas reales en momentos en que se comienza a aplicar una rigurosa política fiscal al conjunto de transacciones comerciales. En ese contexto, la pequeña elite local se las ingenió para combinar la posesión de una pulpería con las actividades políticas y vitivinícolas. Los procesos judiciales, los libros del real ramo de alcabala y el censo de bodegueros de 1773, entre otras fuentes, nos permitirán acercarnos a la realidad comercial de las pulperías de la segunda mitad del siglo XVIII.

La situación periférica de los grandes centros poblados, sumada a la aridez y escasez hídrica, obligó que desde muy temprano San Juan de la Frontera, tuviera como rasgo dominante y movilizador de su economía la producción de aguardiente y vino Si bien la región cuyana dependió administrativamente de la Gobernación de Chile hasta 1778, éstos productos tuvieron como mercados naturales Buenos Aires, Santa Fé, Córdoba y en menor medida, Tucumán debido a los altos aranceles aduaneros. Esta falta de medios estimuló que el reducido sector dominante creara toda una compleja red de intereses, en la que una misma persona realizaba una diversidad de actividades: propietario de alguna viña, comerciante, funcionario en la gestión política o miembro de la curia provincial.
Para entonces, al igual que en otras ciudades coloniales, la elite se fue constituyendo en un proceso de larga duración. Desde muy temprano detentaron el poder y crearon un complejo tejido social, integrado por individuos unidos entre sí por lazos de sangre, y lealtades personales, que controlaron simultáneamente la dirección de los asuntos políticos y la explotación de los recursos naturales.

El cabildo fue el espacio político por excelencia de la aristocracia hacendil-vitivinícola, que durante aquel siglo comenzó a ocupar cargos de mayor importancia, ampliando de ésta forma su red de influencia, llegando incluso a condicionar a través de alianzas el actuar de corregidores y gobernadores. De ésta forma desde el espacio urbano y en particular del cabildo, estimularon medidas tendientes a favorecer la economía local, pero también desde allí opusieron tenaz resistencia a las tasas aduaneras que gravaban la comercialización de los vinos y aguardientes.

Por otro lado, el dominio sobre la producción y comercialización de los vinos y aguardientes se complementaba con la posesión de una pulpería, la cual no sólo dinamizaba la economía regional, sino que también permitía a la peonada rural gastar sus ingresos en alcohol, comida y mujeres, pero también en los juegos de azar.
Las fuentes documentales del siglo XVIII analizadas, muestran como las autoridades intentaron reglamentar hasta los más minimos detalles el funcionamiento de las pulperías; llegaron a pensar incluso que al reducir el número de horas de atención se evitarían las pendencias y muertes. Así por ejemplo el 25 de mayo de 1776 el teniente de justicia mayor don Félix Albarez de Cortinas, los maestres de campos don Pedro Pablo de Quiroga y don Juan de Dios Furque, alcaldes ordinarios de primer y segundo voto ordenaron: "Y en consideración a los desórdenes y escándalos que resultan de hallarse las pulperías de ésta ciudad y extramuros de ella diariamente abiertas aún en los días festivos y más sagrados, resultando de ésto las embriagueces, riñas, heridos y aun muertos, los males y las malas consecuencias que se experimentan de servicio de Dios nuestro Señor; en ésta atención ordeo y mando y mandamos, estén cerradas las pulperías todos los día y las noche, excepto las dos horas que van de las diez de la mañana hasta las doce de la misma o del medio día, y que ésto sólo se concede para comprar lo que se necesite, pero sin permitir en éstas horas que se quede persona alguna dentro o fuera de ésta pulpería a beber lo que se comprase. Así mismo, que en los demás días que son de fiesta se mantengan abiertas todo el, pero sin permitir se congregen más de tres personas a un tiempo, sino es que, despachados unos, puedan entrar otros, evitando el concurso mayor número de gente y de ningún modo consintiendo juegos de dados, naipes...".

Los ediles también dispusieron los días que debían abrir, los horarios en que debían atender, y los productos que podían comercializar; prohibieron taxativamente la venta y el consumo de alcohol, tanto dentro como fuera de las pulperías y la permanencia de personas de extraña condición en ellas. La aglomeración de personas en las pulperías era visto como un síntoma de sedición e insolencia, de allí que los clientes debían ser despachados por los regentes de uno en uno. También los juegos de dados, naipes y la taba, que formaban parte de los entretenimientos de la gente plebeya fueron prohibidos, ya que según las autoridades junto con el alcohol, eran la causa de infinidad de pendencias y muertes. Sin duda que toda ésta reglamentación estaba orientada a poner atajo a los desmanes, pero también fue el intento disciplinador del peonaje que con su género de vida afectaba a los ilustres propietarios, a los objetivos modernizadores del aparato administrativo ilustrado y los propósitos moralizadores de la iglesia.

Pero lo paradójico fue que mientras las autoridades denunciaban los hechos de violencia en su interior, varios de éstos comercios coloniales eran de propiedad de vecinos que de alguna manera estaban vinculados al cabildo
Ese era el caso de Joseph Garfias, Santiago Cortés, Juan Carril, Narciso Carvajal, Álvarez de Courtiñas, Rafael Rocha, Antonio Leites y Tadeo de la Rosa, entre otros. Este último no sólo era dueño de esclavos y viñas, sino que también cabildante, teniente de corregidor y justicia mayor de la ciudad, además fue presidente de la Junta de Temporalidades provincial que administró los bienes de los jesuitas expulsados.
Es decir, existió un doble discurso de la elite local, aquel que intentó condenar las pendencias y las borracheras en el interior de las pulperías, y la que favoreció y estimuló, en alguna medida, el consumo de alcohol entre la peonada rural. El cuadro número uno, muestra algunos cabildantes y tenientes corregidores que poseían pulperías entre 1748 y 1764.

Es importante destacar que éstos hombres se sucedieron una y otra vez en los cargos del cabildo y como dueños de pulperías. El maestre de campo don Juan Echegaray, por ejemplo, fue Superintendente de Poblaciones y fundó por orden de la Junta de Poblaciones de Santiago de Chile, la Villa San José de Jachal; don Pedro Sánchez de Loria, juez comisionado para la expulsión de los jesuitas de San Juan y administrador de los bienes hasta la creación de la Junta de Temporalidades;
Todos ellos poseyeron entre su patrimonio una o más pulperías y que mantuvieron abiertas por años o sólo por algunos meses; también se debe tener presente que varios de ellos eran benefactores, pero también deudores, de la Compañía de Jesús en San Juan.

Las entradas de la Caja Real de San Juan entre 1773 y 1774 estuvieron a cargo del maestre de campo Santiago Jofré, quien elaboró un detallado memorial al finalizar su gestión. Es interesante destacar que un importante procentaje de la recaudación era enviada a Santiago de Chile, otra se destinaba al fuerte de San Carlos, ubicado al sur de Mendoza, y a la construcción y mantención de las obras públicas de San Juan. Entre esos años se contaban entre dueños de pulperías a don Tadeo de la Rosa, don Joseph González, don Juan Joseph Landa, don Santiago el Genovés, don Francisco Alfonso, el Mayorquín de Pueblo Viejo, don Domingo López, Cristobal Varas; todos éstos pagaron los 15 pesos correpondientes al ramo; pero Joseph Morales, Pedro Sarmiento, don Domingo el portugués y el chanchero no realizaron postura, por lo que debieron cerrarlas. Ahora bien, la pulpería de Estanisláo pagó sólo diez pesos, ya que según escribió Santiago Jofré:
"la rebaja se hacía por los cuidados que tenía de avisar de las pulperías que se armaban y por el cargo de recaudador del dinero que se cobraba".
Las pulperías no compuestas, es decir, las no registradas, consignaba el informe, debían pagar 16 pesos con cuatro reales por año. Es de subrayar que en el informe sólo aparece una mujer, Catalina Castro, quien la armó el primero de Julio de 1774.

En 1567 una Real Cédula se estipuló que los impuestos se cobrarían mediante el sistema de arrendamiento, el cual era una forma indirecta de cobro que aseguraba a la Corona obtener por adelantado la recaudación anual. El remate de cada uno de los ramos implicaba una puja entre oferentes, que tenía como base la recaudación del año anterior, el individuo que presentaba la postura más alta se convertía en el Administrador del Ramo. A pesar que el sistema por arrendamiento se mantuvo hasta el año 1749, momento en que los Borbones deciden pasar al cobro directo de los impuestos, en San Juan se hace sentir hasta finales del período colonial.
En 1773 cuando todavía se encontraba el ramo de pulpería en manos del Cabildo, se recaudaron 209 pesos; la recaudación correspondiente al año 1774 se realizó en marzo de 1775 con 150 pesos y durante los meses de enero y abril de ese mismo año se recaudaron 35 pesos adicionales, quedando posteriormente en manos del subastador. Se debe tener presente que al adjudicarse algún ramo, el administrador sólo pagaba una suma fija por tal período, por lo que la diferencia entre lo pagado y lo recaudo era su ganancia. Es por eso que si antes de 1775 la suma cobrada a los pulperos era de 17 pesos anuales, los 209 pesos cobrados en 1773 representaban un total aproximado de doce pulperías controladas por el cabildo, es decir, unas cinco más que en 1748, tres más que en 1749 y más próxima a las existentes en 1750. Por lo tanto, el total de las pulperías que controlaba el Cabildo debieron rondar entre unas 12 en los años 1764 y 1778.

El cambio de dependencia política 1776 trajo aparejado una mayor rigurosidad en la recaudación; se comienza a controlar cualquier posibilidad que significase algún ingreso a las Reales Cajas. La reglamentación borbónica es más evidente y la recaudación fiscal más rigurosa. En 1778 es promulgado el Reglamento de Libre Internación lo que significó un reevalúo del porcentaje de alcabala para las mercaderías que ingresaban a las diferentes jurisdicciones. Este reglamento repercutió directamente en las pulperías, las que a partir de ese momento comenzaron no sólo a declarar los ingresos y egresos de mercaderías, sino que comenzaron a pagar el 4% del valor de las que vendían.

Desde 1778 se comienza a observar como se ajusta impositivamente cada una de las pulperías existentes, ya no sólo debían pagar los 15 o 17 pesos anuales al administrador del ramo, sino unos 30 más por la venta de licor al menudeo y que eran destinados al real de obres y botijas.
La Condillera de los Andes al permanecer cerrada gran parte del año permitío el aislamiento impositivo. El "paraíso fiscal" que hasta ese momento gozaron los pulperos sanjuaninos comenzaba a diluirse con la creación del Virreinato del Río de la Plata; si durante todo el siglo XVIII desde Santiago de Chile se habían enviado autos de como debían proceder los jueces en las causas judiciales, desde 1778 comienzan a llegar desde Córdoba modelos impositivos a los que debían ajustarse las autoridades.
Ese mayor control fiscal permite observar para enero de 1779 unas treinta y dos pulperías. Este cambio es observable en el libro de real alcabala de diciembre de 1778, que incluye y obligaba, a todos los propietarios de pulperías a registrar sus ventas y sus procedimientos de administración, es decir, comienzan compulsivamente a transparentarse las pulperías no declaradas.

Es importante destacar que algunos pulperos aparecen en el censo de bodegueros efectuado entre 1773-1776. Así por ejemplo, don Juan de Dios Furque aparece entre esos años como poseedor de 300 arrobas de aguardiente, 30 pipas y 30 barriles las que computaban un total de 210 barriles; además guardaba en su bodega la producción de don Antonio Bedia y Herrera que consistía en 200 arrobas de aguardiente y la de Miguel Ysacate que eran 25 cargas de aguardiente. También el Maestre de Campo Francisco Blanco poseía 40 arrobas de aguardiente y otras tantas de vino, más 19 pipas, 8 cuartirolas, 77 barriles de carga suelta, y guardaba en su bodega 24 arrobas de aguardiente de la producción de Martín Ricalde, 40 arrobas de aguardiente de Miguel de Tejerina y 4 cargas de barriles, más 80 arrobas de aguardiente de Joserph Irribarren
Por otro lado, el número de pulperías localizadas en San Juan no es menor si pensamos que en 1740 en la ciudad de Concepción de Chile existían veinticuatro, de las cuales diez pertenecían al rey, otras diez a particulares y cuatro eran de propiedad de la Compañía de Jesús. En el caso de éstos últimos, en San Juan sólo poseían una
A diferencia de lo que sucedió en la ciudad de Santiago de Chile donde existía un importante número de pulperías administradas por mujeres y que estaban exentas del pago de alcabala, en San Juan de la Frontera sólo se han podido localizar cuatro para 1780: doña María de la Rosa, doña Xaviera Salinas, doña Justa Torres y Eliana de Oro
También un número importante de bodegueros mostró un particular interés en poseer y mantener una pulpería, ya que no sólo le permitía comercializar entre la peonada rural los caldos no exportados, sino también disciplinar y orientar la mano de obra hacia sus unidades productivas. Es importante destacar que el modo productivo hacendil-vitivinícola estructuró la economía regional definiendo un determinado tipo de ralaciones sociales de produción y que deben ser en un futuro analizadas.

Pulperías y caravanas de Carretas: articuladoras de la economía local
Las pulperías eran centros de distribución de los más diversos productos, su valor final estaba determinado por el costo que suponía el pago de los impuestos y el transporte. El comercio de vinos y aguardientes, que a veces bordeaba los límites de la ilegalidad, le posibilitó obtener importantes ganancias a los comerciantes y que eran reinvertidas en los mismos centro consumidores; yerba, tabaco,paños, papel, encajes, medias, sedas, cuchillos, sombreros, tafetanes, dobletes, fierros, medias de sedas y de lana, toda clase de lanas, pañuelos, gorros, azadones, hachas entre otros objetos, eran trasladados a Cuyo en carabanas de carretas de propiedad de pulperos o de individuos que se dedicaban a realizar fletes.

Es decir, la venta de alcohol no sólo significó un lucrativo negocio para los comerciantes cuyanos en determinados momentos del siglo XVIII, sino también la comercialización de éste producto permitió un mayor dinamismo de la economía local al abastecer a la región de una variedad de productos suntuarios.

En mayo de 1778 don Juan Gómez salió de Buenos Aires con veintitres carretas. En ellas ocho petacas de media carga de efectos de Castilla y ocho de tercios de lienzo para don Francisco Blanco, dos carretas de veintiún tercios de yerba para don Salvador del Carril, en la mismas tres piezas de bayeta de Castilla, una de lienzo crudo, once de bretaña, media pieza de tafetán sencillo, doce de botones, una docena de medias de seda, cuatro piezas de Sevilla y dos tercios de yerba.

El anterior, es un ejemplo de los volúmenes que trasladaban los comerciantes sanjuaninos desde Buenos Aires. Sólo en enero de 1778 entraron a la ciudad seis convoyes con volúmenes importantes y de propietarios distintos, dejando entre ver la dinámica de la economía local.


Mario Solar Mancilla: Profesor de Historia y Geografía Universidad de Talca. Chile. Ilustraciones Molina Campos. Este trabajo se ha realizado sobre la base de una investigación mucho más extensa del autor, presentada en el Decimotercer Congreso Nacional y Regional de Historia Argentina.


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Las pulperías en una pequeña ciudad colonial San Juan de la frontera
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