Próceres sanjuaninos: Doctor Francisco Narciso Laprida

 Presidió el Congreso de Tucumán durante el mes de julio de 1816, cuando el cuerpo declaró la independencia. Pero ese no fue el único mérito de este sanjuanino. En esta página, una semblanza de uno de los próceres de San Juan, escrita por el historiador Juan Rómulo Fernández.

Del campo del Pilar surge una vislumbre cuyas estrías se proyectan hacia todos los rumbos del horizonte. Es la sombra de Laprida, aquel varón estoico que habiendo presidido el Congreso de la Independencia, fue, como en el carro de una gloria sin estrella, a morir oscuramente, abrazado por el primer turbión de la barbarie cegadora —las guerras civiles—, de espaldas al azul y blanco de la bandera nacional.
Los principios morales de sus padres fijaron derrotero a Francisco Narciso Laprida y Sánchez de Loria. La niñez y la juventud a la espartana eran herencia de una raza de hidalgos que tenía sus raíces en la Península del siglo XVIII. Como los jóvenes de su clase, Laprida fue a Chile, una vez cursado el bachillerato en el Colegio San Carlos de Buenos Aires, y allá, en el país hermano, se doctoró en jurisprudencia.
El movimiento emancipador, que se manifestó en Chile en septiembre de 1810 tocó los sentimientos del joven y es así como decidió volver a su patria dispuesto a participar en la contienda que señalaba el dedo en alto del destino. Intervino en la revolución contra el teniente gobernador Saturnino Saraza, primera revolución de una larga serie que ha tenido a la ciudad de San Juan por teatro. Colaboró en la administración de José Ignacio de la Roza, desde 1815. Al ser convocado el país argentino a un Congreso General, a reunirse en San Miguel del Tucumán, Laprida, por el voto del pueblo sanjuanino, fue elegido diputado para completar el binomio que integraba fray Justo Santa María de Oro. La presencia de Laprida en la ciudad norteña, tan blasonada en su sociabilidad, fue recibida con francas muestras de simpatías. El diputado sanjuanino, de hermosa estampa y afable trato, hallóse en ambiente señorial. Por cierto que las tucumanas, mujeres de ojos negros y de carácter dulce como la caña de azúcar, miraban con buenos modos al huésped.

Amigo del general San Martín, el jefe que llegaba sin recelos a las proximidades del Congreso a instar por la pronta declaración de la independencia nacional, Laprida fue un eficaz colaborador y puso parte de sus bienes personales para reforzar la caja del Ejército de Los Andes.
Creóse un estado nacional en torno al espectáculo que en días de julio (1816) ofrecía la sala del Congreso. El más joven de los diputados presidió las sesiones. Era Laprida. Pareció que orlaba su frente un resplandor misterioso. Así fue el momento en que de pie, grave y solemne, tomó el juramento y suscribió, el primero, el Acta de la Independencia.
Cerca hallábase, cual un Domingo de Guzmán en la tribuna sagrada, su compañero de representación por San Juan, seguramente invocando al Ser Supremo, “fuente de toda razón y justicia”.
Posteriormente, y ya el Congreso trasladado a Buenos Aires, el doctor Laprida formó de nuevo parte de la mesa directiva. Se estaban tratando los grandes problemas de la nueva nación.

El motín del regimiento 19 de Cazadores de Los Andes, en San Juan al comenzar el año 20, tomó de sorpresa a Laprida, y, a poco, fue víctima de los desmanes del capitán Mariano Mendizábal, promotor del motín. En 1824 Laprida fue elegido diputado por San Juan al Congreso General Constituyente, realizado en Buenos Aires y el que creó la presidencia de Rivadavia. También Laprida presidió este Congreso, y desde tal cargo contribuyó a la sanción del proyecto del Canal Los Andes, ideado por Rivadavia: canal destinado a unir, por agua, a San Juan, con el río Colorado, y, consiguientemente, con el océano Atlántico.

La entrada de Juan Facundo Quiroga en San Juan obligó a un éxodo, en el cual estuvo Laprida. La noche de brutalidad en el Pilar, Mendoza, en la que los Aldao, borracho el uno, torpe el otro, envolvió en la confusión y en el polvo al varón prominente y esclarecido patriota que fue Laprida. El joven subteniente Domingo Faustino Sarmiento, oyó sus últimas palabras y salvó la vida. Ni siquiera pudo individualizarse el cadáver de la víctima inmolada en semejante calvario.
La vislumbre del Pilar enciende la lámpara votiva que en la Catedral de Buenos Aires señala el sepulcro de San Martín.

Para ampliar información ver también:

» Laprida, ese ilustre ignorado

» San Juan en la declaración de la independencia




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Francisco Narciso Laprida, según un retrato de Santiago Paredes.