Un quiebre en la economía

El terremoto significó, sin duda, un quiebre en la economía sanjuanina. De lo estrictamente urbano surgió la necesidad de crear fuentes de trabajo y una más pujante economía. En todos los sectores anidó la vocación por impulsar una nueva agricultura e industrias que sostuvieran la renovación edilicia y otorgaran mejores niveles de vida. Es difícil dividir esta etapa de la vida de San Juan en el lapso estrecho de una década. Hay una razón muy simple: la reconstrucción fue un proceso. Que reconoció etapas. Pero que tuvo una continuidad. Y que significó una inversión cuantiosa.

En ese lapso hubo laboriosidad y creatividad. Se sentaron las bases para una nueva ciudad. Las construcciones crearon un verdadero emporio de trabajo. Se formaron nuevas empresas. La población no temió endeudarse para construir o ampliar sus actividades. Y al amparo de la construcción surgieron oportunidades para oficios que demandaron la radicación de mano de obra altamente especializada. Por aquellos años y hasta la década del ’70 San Juan tuvo la mejor mano de obra del país en el sector de la construcción. Arquitectos, carpinteros, ingenieros calculistas, técnicos constructores, electricistas, plomeros, pintores, jardineros, eran disputados por las empresas. Pero todo esto recién comenzaría a producirse cuando la década estaba por terminar.

El incremento de los fondos de coparticipación federal que tenían como destino la reconstrucción, sumado a los créditos que se otorgaron en forma por demás ventajosa hizo que volvieran muchos de los que habían emigrado a raíz del te-rremoto a la vez que la radicación de obreros de la construcción profundizó un fenómeno que ya estaba en marcha: la emigración hacia la ciudad. Es en estos años cuando se produce una marcada expansión urbana. La gente viene a trabajar a la ciudad y comienzan a crecer de un modo imparable Rawson como a partir de los años 60 lo haría Chimbas. El censo de 1947 señaló que ya el 32 por ciento de la población de San Juan –que era de 261.229 habitantes—, vivía en el Gran San Juan.

Pero si bien San Juan vivía una situación particular, digamos que el país se propuso una etapa de transformación a partir del Primer Plan Quinquenal puesto en marcha por el gobierno de Juan Domingo Perón en 1947. Perón partía de un hecho que condicionó al país desde la colonia. Buenos Aires y los intereses del puerto constituían el gran emporio a partir del cual en forma radial o de embudo se diseminaban economías regionales aisladas entre sí y sólo vinculadas con el puerto o el gran mercado consumidor. El país fue dividido en 74 zonas económicas. En ese esquema, San Juan aparecía dividido en tres áreas, que respondían a distintas realidades. Una era la ciudad y toda la zona sur. Otra, el norte del mapa (Jáchal, Iglesia y Valle Fértil). Calingasta integraba por su parte la región sudoeste.
Por su tardía integración vial y ferroviaria en el caso de Jáchal, tanto el norte como el oeste se debatían en el estancamiento tras conocer épocas de esplendor y sumidas en la explotación de cereales y forrajeras. Mientras aquellas zonas se despoblaban y empobrecían, el Valle de Tulum crecía alimentado por la prosperidad que traía el cultivo e industrialización de la vid y el fenomenal aporte inmigratorio que había recibido.

Se plantearon tres objetivos: la ampliación del área bajo riego, la electrificación de la zona rural y la diversificación productiva. Se planificaron dos obras importantes para lograr un desarrollo más armónico: el dique San Agustín, en Valle Fértil y el Punta Negra, sobre el Río San Juan. El primero sería una realidad. El segundo debería esperar muchas décadas antes que volviera a hablarse de su concreción. Paralelamente se propició la explotación minera, recibiendo especial atención los sulfatos en Calingasta. En materia agraria se propició una diversificación del sector de la producción, tratando de estimular cultivos como la cebolla, el ajo y el tomate en Jáchal y la manzana en Calingasta e Iglesia. En 1946 nace la Clancay, en Jáchal, que significó un gran aporte para la industrialización de los productos agrícola que, de esa forma, podían enfrentar el costo de los fletes.

En materia vial se trabajó en lo que hoy se llama el Corredor Andino, construyéndose el tramo Iglesia – Calingasta y se mejoró el camino Barreal – Uspallata, a la vez que el Ejercito construía el camino Soldado Argentino, por Maradona, que unía la ciudad con Barreal. En busca de la integración con Chile se iniciaron las obras del camino internacional por Agua Negra que, en aquellos años fue muy bien recibida del lado chileno. La obra fue interrumpida por la llamada Revolución Libertadora.

Digamos finalmente que en estos años, la vitivinicultura siguió creciendo. Cuando terminaba la década, San Juan había destinado a la vinificación casi 300 millones de kilos de uva, con la cual se produjeron 220 millones de litros de vino, el doble prácticamente de lo que se elaboraba en 1940.




Fuente: Libro “El Siglo XX en San Juan”. Autores Juan Carlos Bataller y Edgardo Mendoza. Impreso en el mes de octubre de 1999

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Esta es una imagen patética del éxodo. Centenares de sanjuaninos buscaron otras latitudes en refugio al horror. La foto fue tapa del periódico “Ahora”, del 25 de enero de 1944.