José Carrieri: “Nunca seguí las modas en el arte”

Autor del Monumento al Deporte, José Carrieri es uno de los grandes artistas de San Juan. A pesar de su amplia obra como escultor y docente, siempre optó por un bajo perfil que lo mantuvo alejado de las exposiciones. Carrieri nació en Mendoza el 16 de septiembre de 1921 y falleció a los 93 años el 22 de marzo de 2014. Estaba casado con la artista plástica Leonor Rigau con quien tuvo cuatro hijos

 José Carrieri al terminar la secundaria en su Mendoza natal, su primer impulso fue inscribirse para ser aviador. Pero un accidente cambió su rumbo y terminó ingresando a la Academia de Bellas Artes, donde inició una prolífica carrera como escultor.

Becado en 1952 por el gobierno francés para estudiar en París, José Carrieri aprovechó para absorber la riqueza cultural de esta ciudad. Motivado por una gran sed de conocimiento, se convirtió en discípulo del ruso Antoine Pevsner, fundador del movimiento constructivista y una de las grandes figuras de la escultura moderna.

Tras recibirse de Profesor Nacional de Bellas Artes, Carrieri se destacó en el ámbito académico y llegó a ocupar importantes cargos, como Jefe del Departamento de Arquitectura de la Facultad de Ingeniería, decano de la Facultad de Filosofía de la UNSJ y vicerrector de esta casa de estudios.

Como escultor realizó numerosas obras en Mendoza y San Juan, entre las que sobresale el “Rosetón de los Deportes”.

Con su trabajo a la vista en diferentes puntos de la ciudad, fue reacio a realizar exposiciones y mantuvo un perfil muy bajo, basado en su rechazo “al vedettismo en el arte”. Hoy, a meses de cumplir 90 años, sigue lúcido, activo y fiel a los principios que guiaron su carrera.

—¿Por qué no realiza exposiciones?
—En general nunca hice las cosas por moda sino porque me atrapan. Soy libre y eso es una condición necesaria en el arte. Hoy muchos quieren ser famosos a cualquier precio. A esta edad tampoco me interesa la fama y aunque algunos pueden pensar “lo que está haciendo Carrieri ya no se usa”, a mí no me importa. Hoy en ciudades como Buenos Aires están pendientes de lo que se cotiza y ni siquiera lo entienden. Yo he visto hacer cubismo a gente que nunca lo entendió. Buenos Aires es muy esnobista y por eso nunca habría vivido allá. Es más original estar en provincia, donde la vida es más auténtica. En Francia aprendí a darme cuenta qué era moda y qué propuestas eran reales.

—¿Qué es lo que más le gustó de París?
—Me gustó que en París pasa de todo. Por la beca yo tenía que estudiar en algún instituto y pasar informes pero sólo encontraba talleres en los que tenía que estudiar como principiante. Por eso, mientras buscaba otro profesor, me dediqué a ir a museos, conciertos y conferencias magistrales y pasaron dos meses sin que diera ningún informe. Así me llamó la vicedirectora del comité de los becarios para decirme que iba a perder la beca. Me pidió la carpeta con fotos de mis trabajos y después que la hizo evaluar por expertos de escultura, me dijo “lo verá con ojos de artista, así que haga lo que quiera” y me permitió quedarme hasta que encontré a Pevsner.

—¿Cómo se convirtió en el discípulo de Pevsner?
—Cuando lo conocí, él ya tenía más de 70 años y estaba solo en su taller. Me presenté para pedirle estudiar con él, pero me dijo que no tenía becarios. Le dije que aunque sea me mostrara su taller y me dejó porque le caí bien por ser provinciano. Accedió a que estuviera en su taller y poco a poco me tuvo confianza hasta que al último ya era como un padre y quería que me quedara. Incluso me dejó meter mano hasta en sus trabajos.

—¿No pensó quedarse en París para triunfar en Europa?
—Sí lo pensé porque en ese momento tenía asegurado el porvenir. No sé si hubiera sido “famoso” pero una media fama habría tenido. Pero yo era muy orgulloso como argentino y mi idea era hacer mega—esculturas en nuestra tierra para que al no poder ser trasladadas, la gente tuviera que venir a verlas a las provincias. Me quedé en San Juan porque la gente me trató muy bien y en la Facultad de Ingeniería tuve experiencias muy lindas.

—¿Nunca se arrepintió de no haberse quedado en Francia o irse a Buenos Aires?
—Me ofrecieron ser profesor en la Facultad de Arquitectura de Buenos Aires pero no hubiera ido ni loco para dar clase a 400 o 500 alumnos. Creo que sin un contacto más personalizado no hay docencia. Yo tuve suerte porque tenía pocos alumnos y podía enseñar como en la época del Renacimiento. Tampoco me arrepentí de no haberme quedado en Europa porque acá me casé con Leonor y tuve cuatro hijos regios. Si me hubiera quedado en París quién sabe qué habría pasado.

—Uno de sus hijos heredó la vocación por el arte y ahora tiene una galería de arte en Alemania.
—Lucas desde los 16 años insistía en irse porque se quería comer el mundo. Nos peleábamos porque yo quería que se recibiera primero. Cuando lo hizo le dije “ahora te podés comer el mundo”. Mi segunda hija se hizo monja, aunque yo soy intelectualmente agnóstico y sentimentalmente católico por razones históricas familiares. Antes le hablaba mal del Vaticano, porque tenemos muy buena comunicación, hasta que un día me tapó la boca cuando me dijo que yo los había educado libres y ella había elegido esa vida libremente. Me di cuenta que tenía razón y decidí no hablarle más mal del Vaticano (risas).

El encuentro con Picasso y Henry Moore
Durante su estadía en Europa, su admiración por las diversas formas del arte lo llevó a conocer a Pablo Picasso y Henry Moore, entre otros grandes del siglo XX.

—¿Cómo conoció a Picasso?

 —Fue en 1953, a través de Palau, un poeta catalán amigo mío que conocía a Sabertés, el secretario de Picasso. Un día Palau me preguntó si quería conocer a Picasso y quedó de concretarme una entrevista. Fuimos a verlo a una galería a la orilla del Sena pero quedamos de juntarnos en el sur de Francia. Viajé con Gómez Morales, otro becario, y nos recibió en una casa muy sencilla. Le conté que fui a ver una exposición suya en París en la que su pintura nos desconcertó porque era totalmente cruda, como de alguien que recién comienza. A mí me pareció que quiso experimentar la emoción poética de alguien que nunca pintó. Se enojó cuando se lo recordé porque me dijo que había fracasado en su intento de parecer principiante... el que es maestro ya no puede retroceder. Igual después se rió y seguimos hablando amenamente.

—¿Qué impresión tuvo de este artista?
—Cuando hablaba tenía esa expresión con la que sale en las fotos con los ojos duros, pero era muy sencillo, muy español e impulsivo para hablar. Era un semiólogo sin darse cuenta porque era tan talentoso que sacudía lenguaje pictórico por todos lados. Yo llevaba una cámara fotográfica y hubiera podido tomarme un rollo entero con él pero no saqué ninguna foto porque mi amigo, con la actitud sobradora de los porteños, me dijo “me imagino que no vas a sacarte un montón de fotos con Picasso” porque cuando estás en esos ambientes y podés conocer personas célebres ya no te parece tan extraordinario. Pero cuando volvimos a la Argentina, el más arrepentido era él por no haber sacado fotos.

—Usted también conoció a Henry Moore.
Estuve con él en Londres y me atendió muy bien al saber que era discípulo de Pevsner. Las esculturas de ambos no tenían nada que ver pero se respetaban porque eran serios en sus tendencias. Le mostré un libro de Lorenzo Domínguez, un profesor chileno que tuvo una obra fabulosa y me dijo “qué buen escultor”. Le ofrecí que se hiciera una escultura de él en la Argentina y una de Domínguez en Londres. Le pareció bien. Sólo había que pagarle los pasajes y hasta elegimos los materiales. Pero la idea se cortó cuando sacaron al intendente de Mendoza. Eso nos muestra la poca visión que había porque si hubiera una escultura de Moore en Mendoza, eso tendría una resonancia internacional.

“Cuando fui vicerrector le salvé la vida a muchos chicos”

 —Usted fue vicerrector en la época de la dictadura ¿cómo vivió esa época?
—En la época que yo era decano de Filosofía, era rector Aparicio Mendoza, que me dijo que tenía que aceptar ser vicerrector porque si no nos hacíamos cargo nosotros, hacían pelota la facultad. Desde esa posición defendí a alumnos que eran de izquierda y los querían matar. Creo que le salvé la vida a más de uno. Me venían a preguntar nombres y yo no les decía nada, aunque era un riesgo para mí. Una vez llegó un camión con soldados a mi casa y revisaron todo. Los habían mandado porque les dijeron que yo era “rosadito”, o sea que defendía a los comunistas.

—Usted vivió distintos períodos del país y gobiernos. ¿Sigue interesándose por la política?
—Soy políticamente independiente pero me gusta cómo piensa Vargas Llosa y lo que dijo en la Feria del Libro porque demostró un gran sentido de lo liberal. No me gustan las dicotomías y que se pretenda dividir al país en dos. Tengo muchos amigos artistas pero nunca cuajé con ellos porque rechazan al que no es comunista. Lo sentí cuando volví de Europa, en reuniones que me hacían el vacío por no pensar como ellos. En realidad no soy comunista pero tampoco anticomunista. Mi mejor amigo es Luis Quesada, un artista muy conocido de Mendoza que es de izquierda y puedo hablar de todo con él a pesar que pensamos distinto.

La Colección Carrieri y el “Rosetón de los Deportes”
 Por su trabajo como escultor y profesor universitario, Carrieri recibió diversas distinciones a lo largo de su carrera. En abril de 2011, la Facultad de Arquitectura de la UNSJ inauguró el “Taller Puesta en Valor de la Colección Carrieri” y habilitó una muestra permanente en homenaje a su obra pedagógica, realizada en el taller de Plástica, durante el período 1956-1972.
Pero si hablamos de sus esculturas, la obra más representativa es sin duda el Monumento al Deporte, que según Carrieri es en realidad el “Rosetón de los Deportes”. Esta mega escultura de 8 metros de alto fue realizada en 1970 con motivo del XIX Campeonato de Hockey sobre Patines.

“El gobernador José Augusto López me pidió que hiciera una escultura que simbolizara el deporte y pensé en hacerlo en hormigón armado, aunque me habían dicho que era algo imposible. Le mostré la maqueta a López y le pareció difícil de realizar, pero como me tenía confianza, encaramos la obra y la terminamos antes que terminara el campeonato” cuenta el artista.

Ver artículo:

-- José Carrieri: el artista y el legado. Por Edudardo Peñafort

GALERIA MULTIMEDIA
1970 – Carrieri y su obra: el monumento al deporte / Esta imagen fue tomada durante la construcción del monumento al deporte, un símbolo emplazado frente al Parque de Mayo, en la misma manzana del estadio abierto Vicente Chancay y el cubierto Aldo Cantoni. En la foto están el artista y diseñador de la obra, José Carrieri y, a su derecha, el ingeniero Patiño, durante una de las jornadas de trabajo. La edificación del monolito fue encargada por el entonces gobernador José Augusto López y fue inaugurado en mayo de 1970, cuando San Juan se convirtió por primera vez en sede del Mundial de Hockey sobre Patines. El monumento está constituido por superficies regladas sobre la base de cinco cilindros entrelazados que simbolizan los anillos olímpicos que, a su vez, representan a los cinco continentes. Los materiales utilizados para la obra fueron hierro y cemento y se necesitaron dos grúas para poder colocarla en el lugar que ocupa actualmente. El trabajo fue criticado por muchos sanjuaninos. Sin embargo, según los especialistas, artistas y críticos del arte, se trata de una obra única en la provincia. (Foto gentileza Leonor Rigau)
José Carrieri: “Siempre fui orgulloso como provinciano. Por eso quise hacer mega-esculturas que no pudieran ser trasladadas, de modo que la gente tuviera que venir a verlas a la provincia”
“Sin un contacto personalizado no hay docencia” dice José Carrieri, el artista que fue profesor en la UNSJ durante décadas
La obra más representativa es sin duda el Monumento al Deporte, que según Carrieri es en realidad el “Rosetón de los Deportes”. Esta mega escultura de 8 metros de alto fue realizada en 1970 con motivo del XIX Campeonato de Hockey sobre Patines.