¡Pelar duraznos, desgranar maíz!

 El otro día nos encontramos con Jorge Escudero (el poeta) en el bar de Los Douglas y como no había yogur, optamos por tomar un vinito. Lindo descubrimiento este vinito, parece que aviva el pensamiento y moviliza los recuerdos, porque después de no haber otro yogur y siendo el corazón de los viejos un cofre de recuerdos, abrimos ese cofre y como quien echa a volar pajaritos, al rato nomás, el aire del bar estaba lleno de gorriones y nuestros corazones llenos de mariposas. ¡Qué lindo es recordar y qué barato; una de las pocas cosas que todavía no pagan impuestos! Ojalá que el riojano de Economía (N de la R: por entonces el ministro era Erman González) no se entere de esto o correríamos el riesgo de que a los recuerdos les pongan un impuesto… o que los conviertan en BONEX!


Así estaban las cosas, cuando cayeron al Douglas otros “yogurteros” Como Sergio Guardia, Cacho Bustos, Néstor Torresán y Pocholo Amín y eso fue como echarle especias a la olla donde se cocinaba el guiso de la amistad: los aromas y sabores que nos permiten degustar la gran fiesta del vivir. De pronto estábamos conversando de la TV  y haciendo comparaciones con los tiempos de antes, cuando la mesa era un intercambio de opiniones y un arreglar la armonía de la familia, y las sobremesas un prolongado vuelo de la imaginación a través de los cuentos, sucedidos y consejas o en la lectura para la familia, de algún libro. ¡Qué diferencia en los tiempos! Ahora  no sabés si estás cenando, conversando con la familia o viendo televisión y salís de la reunión sin haber conversado con el hijo, sin haber acariciado al nieto y sin haber aprendido (o enseñado) nada de nada. Es decir, te vas como has llegado, lleno de cosas que no has podido compartir y que ya empiezan a molestarte, porque los bienes del alma, o se comparten o se pudren. Porque los tesoros del alma alguien te los dio para que los compartas y no para que se oxiden en un rincón. Somos simples depositarios del Amor, que se nos dio para que lo compartamos, y al Amor, como al buen vino, hay que trasegarlo y cuidarlo y cuando esté en sazón de bondad, meterlo en otro cuerpo para que el Amor transite entre los Hombres y no esté guardado como el tesoro del avaro que a nadie sirve, o como un venero de agua fresca que estuviera vedado a la sed de los hombres. ¡Todo lo que poseemos es lo que compartimos!


Esta es una de las facetas del mal uso de la televisión: Que no es útil, y puede llegar a ser perniciosa. Antes, en cambio, fíjese lo que decía Escudero (que por algo es poeta):
Dice Escudero que cuando era chico y vivía en una vieja casona en Marquesado, las sobremesas eran largas y conversadas. Los corazones se abrían a la confidencia como granadas maduras y la imaginación se poblaba de extraños seres que venían del pasado dejando su indescifrable  mensaje y tornaban a sus sombras, a sus muertos y a sus futuros. Esos seres venían todas las noches, nos habitaban, dejaban en nosotros sus cargas y tornaban al tiempo y la soledad, que es donde se encuna la sabiduría.


Claro que mientras la familia Escudero vivía y criaba esa tradición, cada miembro de la familia hacía algo útil: ¡Trabajaba!

Jorge pelaba duraznos para hacer huesillos; Lily y Margarita rayaban membrillo para hacer el dulce o aliñaban frutas o verduras para poblar la despensa de conservas y charquis, protegerse del invierno, agasajar amistades y llenar el pecho de orgullos por el deber cumplido. Papá Escudero y mamá Mugnos presidían el sagrado y oculto rito familiar y mantenía viva la llama de sus corazones llenos de proyectos y de trabajo. Y así eran las noches de aquellos tiempos. Tiempos en que fructificaban los esfuerzos (gozosos esfuerzos) del trabajo; tiempos  en que la unión de los hermanos y la autoridad de los padres hacían innecesaria la protección del Estado y el hábito de la usura. Tiempos de dignidad, orgullo y trabajo, de hacer y creer; tiempos en que ni se soñaba que un día veríamos una patria postrada y humillada.


Y mientras en Marquesado, a Jorge Escudero le pasaban esas, al que escribe, en Huinca Renancó, en la inmensa y despoblada pampa argentina, le tocaba idéntica suerte. Claro que yo, en Huinca, no pelaba duraznos sino que con una mazorca en una mano y un marlo en otra, restregaba fuertemente desgranando maíz, o con los hermanos elegíamos las finas chalas de choclo para hacer colchones y papá hacía un banco o un mueble y el olor de la madera bendecía la reunión de la familia.


Y así eran aquellos tiempos en que no había televisión. No es que yo diga que la televisión sea mala y no sería mala si mientras la vemos, mientras la ven los chicos, pudieran unos pelar duraznos y otros desgranar maíz. Y me está pareciendo que ese es el más grave problema de nuestro país: Todos nos hemos puesto a ver televisión… y nadie pela duraznos o desgrana maíz.

¡Cuando dejamos Los Douglas, el yogur había subido de precio!

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Ilustración: Pelar duraznos, desgranar maíz