El apellido Godoy siempre estuvo emparentado con la política sanjuanina. Pero el Ruperto Godoy que en los años ’40 llegó a la Casa de Gobierno pasó a ganarse un lugar en la historia sanjuanina como el gran pacificador de los enfrentamientos que durante tantos años ensombrecieron la vida política lugareña.
Don Ruperto no tuvo una infancia feliz. Era hijo de Ruperto Godoy Carril, quien también fuera gobernador de San Juan y hombre de fortuna, quien se casó con una mujer mucho más joven, doña Elena Gallo.
Godoy había nacido el 28 de marzo de 1898 y cuando sólo tenía seis años muere su padre y su madre se casa con Eusebio Zapata, con quien tendría otros dos hijos, Eusebio Baltasar que llegaría a ser importante hombre público y Josefa (Nena), casada con Carlos Guell.
Ruperto es enviado a Buenos Aires con sólo 6 años, como internado del Colegio Lacordaire, donde realizaría sus estudios primarios y secundarios y egresaría con el título de bachiller.
Pero no sólo había sido solitaria su niñez sino que una afección en una pierna lo dejó rengo, hecho que, sin duda, lo afectó en la juventud.
Ruperto Godoy se radicó durante un tiempo en Rosario, donde trabajó en la delegación del ministerio de Trabajo.
Ya de regreso en San Juan, Godoy –que era un enamorado de la política- militó en el Partido Demócrata Progresista y trabajó como martillero asociado con Novoa.
La primera aparición política de Godoy en San Juan fue para las elecciones del 8 de noviembre de 1931 integrando la fórmula Arturo Storni – Ruperto Godoy que presentó la Alianza Demócrata Socialista que se opuso a Justo en la Nación. En esas elecciones obtuvieron 3.970 votos, el 13,2 por ciento, ocupando el segundo lugar detrás del bloquismo que con la fórmula Federico Cantoni – Vicente Cattani, superó el 70 por ciento.
Pero hasta mediados de la década del 40, cuando se incorpora activamente al trabajo político junto al coronel Juan Domingo Perón, a Godoy se lo recuerda como un hombre muy sencillo, despreocupado por los negocios, absolutamente desinteresado en cuestiones de dinero, cuyo mayor pasatiempo era conversar con amigos en la Plaza 25 de Mayo, adonde se hacía llevar todos los días por un coche de plaza y actuar en el pequeño Partido Demócrata Progresista.
Y así habría, seguramente, transcurrido la vida de don Ruperto sino hubiera sido por la aparición en la escena política de Perón.
•••
Perón, Godoy y Cantoni
El 24 de febrero de 1946 se realizaban las elecciones.
El coronel Perón no tenía armada una estructura política en San Juan.
Su nombre recorría el país y atraía cada día más adeptos.
Pero para ganar elecciones había que contar con la fuerza de un partido organizado.
En San Juan existía un partido que en gran medida había llevado a la práctica en los años 20 y 30 muchas de las propuestas que representaba Perón.
Ese partido era el bloquismo cuyo conductor, Federico Cantoni -hombre rápido en cuestiones políticas- advierte que un acuerdo con Perón puede significarle el regreso al poder provincial perdido en 1934.
A Perón le habían advertido sus amigos:
-¡Cuidado con Cantoni, coronel, es inmanejable!
-Miren, muchachos, el peronismo no es un partido, es un movimiento. Y como tal se nutre con gente de todos los sectores. Claro que van a venir radicales, socialistas, bloquistas... Pero todos van a terminar siendo peronistas.
-No se olvide coronel que lo mismo pasó con el radicalismo en los años 20. Cantoni terminó enfrentando a Irigoyen y conduciendo su propio partido.
No obstante las advertencias, Perón aceptó participar de un acto que organizó Cantoni.
Ese fue el día que se enfrió su entusiasmo por Federico.
Estaba lleno el Estadio del Parque de Mayo.
Y eran muchos los que vivaban al joven coronel que entusiasmaba a los trabajadores.
Pero una gran parte de la tribuna era ocupada por cantonistas. Y de allí salía un sólo grito:
-¡Viva Cantoni, carajo!
Dicen viejos justicialistas que Perón se fue con bronca de San Juan. Y aunque no cortó relaciones con el bloquismo, se decidió llevar fórmula propia en las elecciones.
Es así como surge un nombre: el doctor Juan Luis Alvarado, un veterano dirigente proveniente del grupo FORJA, de la Unión Cívica Radical.
Dicen que Mercante fue el hombre que más influyó para que el compañero de Alvarado fuera un hombre que en el ministerio de Trabajo había demostrado fidelidad y una entrega total: Ruperto Godoy
Como en todo el país, el Partido Laborista arrasó en San Juan.
Godoy no sólo era el vicegobernador.
Para Perón, para Evita, para Mercante, era "el hombre del peronismo en San Juan".
En política nada es estático. Todo está en continuo movimiento. A cada acción se produce una reacción.
El caso es que el 12 de febrero de 1947 renuncia Alvarado, asumiendo el gobierno Godoy. Estaba próximo a cumplir 49 años.
A todo esto, Federico Cantoni considera que existiendo el peronismo, no tenía razón de ser un peronismo opositor. El caudillo congela su partido y es designado embajador en la Unión Soviética.
Mientras "don Fico" se va a Rusia, llevando entre sus colaboradores a un joven abogado que años después sería gran protagonista de la política sanjuanina, llamado Leopoldo Bravo, muchos bloquistas se suman al peronismo, al que ya no dejarían nunca.
Entre los que se suman estaba un joven profesor de literatura, Eloy P. Camus, quien años más tarde sería gobernador de San Juan y conductor del Partido Justicialista.
Godoy en familia
Ruperto Godoy estaba casado con doña Hélida Basualdo, hija de Honorio Basualdo –conservador de gran actuación política en los años 30- y de Amelia Correa. Muchos años mayor era don Ruperto que su esposa, que sólo tenía 17 años cuando se casó.
El matrimonio Godoy Basualdo tuvo dos hijos: Ruperto Honorio, que nació en Rosario y Juan Carlos, que murió con sólo dos años.
Precisamente Ruperto Honorio, que luego sería gobernador durante poco más de 40 días en los años de la Revolución Argentina, era con 25 años el secretario privado de don Ruperto.
Quienes fueron colaboradores de Godoy recuerdan que “pocas veces se debe haber dado un caso de tan estrecha relación entre un padre y un hijo. Peto hijo sentía respeto, admiración, amor, casi adoración por su padre.
Y lo mismo ocurría con don Ruperto por su hijo. Al extremo que a las 7 de la mañana ya estaba Godoy llamando a la puerta de la casa de su hijo para encargarle tareas y preocupado hasta de lo que comía cuando engordaba un poco.
-No comas eso que vas a engordar-, recuerdan que decía el padre. Y Ruperto hijo detenía el tenedor haciendo caso a su padre a pesar de ser ya un hombre.
Godoy era hombre de “buena mesa’. Le gustaba comer e invitaba amigos. Benita, la cocinera de la Casa de Gobierno en aquellos años, le preparaba sus platos preferidos, bajo la atenta supervisión de doña Hélida, una experta en el arte culinario que cuando murió el gobernador se dedicó a dar clases de cocina.
Doña Hélida siempre fue la que atendió las cuestiones económicas de la familia pues Godoy además de desprendido era un hombre absolutamente desinteresado en cuestiones de dinero.
Era, además, un hombre que dormía muy poco. A las 7 de la mañana ya estaba en funcionamiento. Y no paraba hasta las 3 de la tarde por lo general. Volvía a su despacho a las 5 y a las 11 de la noche caminaba los pocos metros que lo separaba de la residencia que ocupaba en la casa de gobierno donde dormía un rato. Pero a las 2 de la mañana ya estaba de nuevo en pie y con sus amigos y colaboradores Carlos Guimaraes –que era jefe de Policía- y César Camargo salía a recorrer comisarías.
-A la policía hay que controlarla, especialmente de noche–, decía el gobernador.
Una vez por semana, en los jardines de la Casa de Gobierno se realizaban las audiencias públicas. Se colocaba un escritorio y don Peto se sentaba detrás, mientras apoyaba la pierna lastimada en un banquito que le acercaban. Una multitud concurría a esas audiencias. Era el peronismo de los primeros tiempos en su máxima expresión.
-¿Y a vos que te hace falta? –, preguntaba el gobernador.
-Yo necesito una máquina de coser, señor gobernador.
-Anoten nombre y dirección y la envían hoy mismo-, decía Godoy.
Y ese mismo día llegaba la máquina de coser a la casa de quien la había pedido.
Godoy era, por sobre todas las cosas, un hombre con gran sentido práctico.
Una anécdota contada por el historiador Horacio Videla lo pinta de cuerpo entero.
En 1948, el peronismo era muy afecto a estatizar empresas. Había pasado con la electricidad, los teléfonos, los ferrocarriles.
En San Juan se hablaba de privatizar el Banco de San Juan, entonces entidad mixta.
Don Ruperto Godoy llamó al jefe de abogados del banco y dió una orden terminante:
-Pare inmediatamente el proceso de provincialización. Gobierno con banco queda mal con los amigos o el banco es el descrédito del gobierno.
Además de su hijo Ruperto, Godoy tenía otros hombres que eran sus amigos personales y de confianza.
Entre ellos estaban los ya nombrados Guimaráes y César Camargo. Otra persona muy cercana a los afectos de Godoy era su médico personal, el doctor Ramón Peñafort y también lo visitaba casi diariamente, su kinesiólogo y amigo Rieznik.
Godoy fue el primer gobernador que vivió en la Casa de Gobierno, donde existían cuatro casas hoy destinadas a oficinas.
En la Residencia de Gobierno también ocupaban casas el presidente de la Cámara de Diputados, don “Balta” Zapata, medio hermano del gobernador y el ministro de Reconstrucción, ingeniero Juan Melis. Durante algún tiempo, Peto hijo y su esposa, Marta Echegaray, ocuparon una pequeña vivienda ubicada en el sector que da a la avenida Libertador, adonde luego estuvo la dirección de Tránsito.
La muerte del gobernador
Durante los festejos por el triunfo electoral de 1950, que le permitiría gobernar San Juan por cuatro años más, Godoy sintió fuertes dolores en el pecho. Lo atendió el doctor Castillo Odena, quien diagnosticó un infarto. Quisieron internarlo pero el gobernador se opuso.
Contra los consejos médicos, continuó atendiendo a las visitas desde su lecho de enfermo.
El 28 de mayo, a las 23, los doctores Juan Torcivia, Carlos Basualdo, Ramón Peñafort y Antonio Torcivia dieron un parte médico donde explicaban que Godoy “ha sufrido una repentina indisposición a consecuencia de su intensa actividad desplegada en los últimos tiempos, que hace necesario someterlo a un reposo absoluto”.
El día 30 de mayo de 1950, murió Godoy.
Y es en ese momento donde se descubre la dimensión que había tomado la figura de Ruperto Godoy.
Porque ese hombre rengo, de infancia poco feliz, que hasta pocos años antes podía encontrarse todos los días en la Plaza 25 de Mayo o en la confitería La Cosechera, charlando con amigos, fue capaz de reunir en su despedida final la mayor concentración humana que se recuerde en la provincia.
Nunca se vio una cantidad igual de coronas.
En la Casa de Gobierno, donde se realizó el velatorio, se calcula que había más de dos mil y ocupaban todos los rincones. No quedó una flor en la florería y el diario Tribuna informó que “los jardines de San Juan han quedado exhaustos”.
Hasta vino Eva Perón
A las exequias vinieron Eva Perón –su gran amiga- en un tren especial, el ministro de Comunicaciones de la Nación y otras autoridades.
Pronto se impondría el nombre de Godoy a la calle General Acha, a escuelas, a barrios y hasta a una estación ferroviaria de la provincia de Buenos Aires.
Y es acá donde cabe una reflexión.
La inteligencia, la astucia, los conocimientos, todo es importante en la vida.
Pero también es importante estar en el lugar justo, en el momento justo.
Y Godoy, un hombre que reunía condiciones pero que no era ni un orador brillante ni un intelectual de renombre ni un avispado hombre de negocios, fue el hombre justo de un momento.
No necesitó de décadas de ejercicio del poder para ganarse el corazón de la gente. Sólo dos años gobernó San Juan.
Simplemente, tuvo la virtud de saber abrir la puerta cuando la historia pasó a su lado.
Volver al índice