Más vidas que un gato (1926). Los atentados contra Aldo Cantoni



Las veces que quisieron matar a Aldo Cantoni

Los años 20 se caracterizaron por las luchas intestinas en el radicalismo. El asesinato de Amable Jones el 20 de noviembre de 1921, determinó el enfrentamiento definitivo de Federico Cantoni con el presidente Hipólito Yrigoyen y la aparición del bloquismo como partido independiente. La intervención al gobierno de Federico, el no reconocimiento de su diploma como senador, la intervención al gobierno de Aldo y la participación activa de Federico en las campañas contra Irigoyen en su segunda postulación a la presidencia, se inscriben en ese marco, caracterizado por la violencia extrema y el enfrentamiento entre la Nación dominada electoralmente por don Hipólito y la provincia con mayoría cantonista.
Aunque el bloquismo también estuvo enfrentado con el sector conservador, no es en esta década sino en la siguiente, depuesto ya Yrigoyen, cuando el enfrentamiento entre ambos movimientos marcará la política sanjuanina de los años ‘30.

Salvado por un error

—Tomá, estoy muy cansado. Manejá vos.
El que había hablado era Aldo Cantoni, electo gobernador de San Juan, quién debía asumir su cargo pocos días más tarde.
Era la noche del 30 de noviembre de 1926.
Aldo había salido a cenar con Belisario Albarracín, electo diputado provincial y Fernando Santamaría.
Llegaron en el coche del gobernador electo, guiado por Cantoni y durante un par de horas cenaron y charlaron sobre la inminente asunción, en el hotel Bristol, que hasta poco antes se llamaba Galmes. Este hotel, cuyo propietario era simpatizante bloquista, constaba de 14 habitaciones “con agua caliente y fría” y estaba ubicado en la calle Mitre 648, es decir a mitad de la cuadra entre General Acha y Tucumán.
El automóvil, esta vez guiado por Santamaría, arrancó. Estaban llegando a la esquina de Rivadavia y Tucumán cuando desde un Dodge amarillo comenzaron a dispararles.
Las balas apuntaban a un blanco preciso: el conductor.
Santamaría murió en el acto.
Aldo y Belisario Albarracín descendieron rápidamente del auto y dispararon contra los ocupantes del Dodge amarillo. Estos huyeron en la oscuridad de la noche.
—Fíjate como está Santamaría... –ordenó Aldo.
—Creo que está muerto.
Aldo corrió el cuerpo y conduciendo el automóvil se dirigió rápidamente al hospital Rawson. Los médicos sólo pudieron certificar la muerte.
—Hijos de puta... Las balas eran para mí. Creían que yo manejaba. –dijo el futuro gobernador.

Pronto la noticia se conoció en todo San Juan.
Nadie durmió aquella noche. Cantoni denunció el asesinato en la policía.
—A estos los mandaron. Hay que averiguar si fueron los conservadores o los radicales.
Una multitud se había reunido junto al gobernador electo.
—Debemos hacer la denuncia ante el ministro del Interior, exigiéndole garantías–, se opinó.
Minutos después salía el telegrama.

El interventor Broquen fue informado del hecho.
—Hay que evitar que esto termine en un motín. Que la policía encuentre a los culpables– fue la orden.
Inmediatamente salieron varias patrullas policiales mientras la multitud estaba encolerizada.
La conducción bloquista, a todo esto, se reunía a puertas cerradas.
—Tenemos que encontrarlos antes que la policía. Es la única forma de hacer justicia.
A primera hora del día salió el grupo bloquista tras los ocupantes del Dodge amarillo.
Integraban la partida Mario y Héctor Valenzuela –excelentes tiradores—, Wilfredo Kenny y dos jóvenes.

El grupo de “justicieros” bloquistas viajaba a caballo. Tomaron para el lado de Zonda y al llegar a los baños de salud encontraron el Dodge amarillo. Pero ni rastros de sus ocupantes.
—Este es el auto en el que anda Guillermo Morales—, dijo uno de la partida.
Morales era afiliado al Partido liberal y más de una vez había realizado “trabajos sucios” para los conservadores.
Siguieron tras las huellas de los asesinos y los encontraron al llegar a Calingasta. Allí estaba Morales junto a su hijo Guillermo, de 16 años, Carlos Bossio –conocido matón- y un peón que era el que les había facilitado las mulas para escapar.
Hay quienes aseguran que Morales estaba en ese momento defecando y no oyó llegar al grupo cantonista. Su cuerpo quedó acribillado a balazos.

Fue el único muerto. Y desde Calingasta regresó la partida también a lomo de mula. Hay quienes aseguran que el cuerpo de Morales lo debió cargar su hijo y que cuando el chico llegó a San Juan tenía el pelo blanco del susto que pasó.
La dirigencia bloquista entregó el cuerpo de Morales y a los otros detenidos a la policía. No sólo eso, le informó a los investigadores que Morales había sido el autor material del asesinato de Santamaría y que en el hecho habían participado también Carlos Bossio, Justo Antonio Pereyra y Salvador Rosas. Estos dos últimos fueron detenidos a los pocos días.
Según los diarios de la época, Aldo Cantoni se presentó a la policía cuando llegó la partida de Calingasta. Bossio quedó petrificado al verlo pues estaba convencido que lo habían matado.

La historia se repetiría una vez más
El proceso se inició como homicidio con premeditación y alevosía.
Y terminó siendo un “suceso revolucionario”.
La violencia política y el crimen, no eran patrimonio de un solo partido.
Algunas cosas quedaron en claro:

Quisieron matar a Aldo Cantoni para que no asumiera.
Que el atentado fue por encargo.
Que los autores materiales fueron los señalados.
Que los dueños del Diario Nuevo, Domingo Elizondo y Héctor Conte Grand, miembros del Partido Liberal, instigaron el crimen, según declararon los acusados.
Que Leandro Flores, Gregorio Valdez, Blas Amarfil, Ramón Saravia y Eduardo Quiroga, proporcionaron elementos para la fuga y participaron en la preparación del atentado.

La sentencia definitiva dictada por el juez del crimen Manuel Ignacio Castellanos, condenó a prisión perpetua a los autores materiales. Waldo Quiroga, considerado coautor, recibió la misma condena mientras que Flores, Valdez, Amarfil, Saravia y Eduardo Quiroga fueron declarados cómplices y condenados a 15 años de cárcel.
Pero la historia no terminó allí porque a fines de 1927 los autores materiales afirmaron que sus primeras declaraciones fueron sacadas mediante torturas y que habían complicado falsamente a los periodistas Conte Grand —se encontraba ese día en Buenos Aires— y Elizondo.
—Actuamos con el fin muy patriótico de conjurar por medio de la eliminación de un ciudadano, la larga serie de crímenes y barbaridades que cometería bajo su gobierno por cuanto el ciudadano que iba a asumir tales funciones no sería otra cosa que un ciego instrumento de su hermano Federico que fue un verdadero azote para el pueblo de San Juan– sostuvieron los acusados.
Quedó de alguna forma expuesta la posibilidad de que Elizondo y Conte Grand fuera ajenos al hecho. Pudo ser así ya que Diario Nuevo era furibundo opositor a Cantoni y este es muy posible que haya querido cargarles un crimen del que no participaron.
Pero igual que ocurrió cuando los bloquistas sancionaron una ley de amnistía para los autores del asesinato de Jones, en 1929 fue el interventor Modestino Pizarro quien indultó a los instigadores y los autores materiales del hecho sobre los que no habían dudas ya que habían declarado su culpabilidad.
Todo había sido producto de “una reacción individual” de buenos muchachos que “habían sufrido cárceles y vejaciones durante los gobiernos cantonistas”.
Un año más tarde, el 21 de febrero de 1930, el juez que dictó la sentencia, Manuel Ignacio Castellano, era abogado del cantonismo y fue asesinado en su casa por elementos de Modestino...
La justicia sanjuanina siempre tuvo color político...

Modestino en acción

—Tenga cuidado, doctor, San Juan no es fácil y mucho menos los Cantoni.
La advertencia se la hizo a Modestino Pizarro el ministro de Interior, poco antes que aquel emprendiera el viaje a esta provincia.
Modestino acababa de ser designado interventor, nombrado por Hipólito Yrigoyen.
Corría el mes de diciembre de 1928 y en San Juan el calor era agobiante, no sólo por cuestiones climáticas sino, también, porque la temperatura política iba en progresivo aumento.
Pizarro venía con su discurso preparado y acompañado por los doctores Néstor Aparicio y Miguel L. Denovi. Descendió del tren en la estación de Mitre y España y pronto advirtió que el ministro se había quedado corto en sus apreciaciones.
Dos fracciones de su propio partido, la Unión Cívica Radical, los “zavallistas”, que respondían a Justo Pastor Zavalla, ex ministro de Amable Jones y los “guerreristas”, estaban dirimiendo sus diferencias a los tiros, en la misma plazoleta de la estación.
Tuvieron que intervenir los regimientos 2,5 y 8 de Infantería que habían concurrido para protegerlo de los bloquistas pues corría el rumor que la intervención sería resistida.
Pero Modestino no era un Jones, ajeno al mundo político. Representaba un estilo distinto, también, al de los interventores antipersonalistas que mandó Yrigoyen, como el general Broquen en 1925.
Modestino venía a “sanear el ambiente corrompido y sanguinario”.
A “radicalizar San Juan” a cualquier precio.
Acompañado por su comitiva y quienes lo habían ido a esperar, Modestino recorrió caminando el trecho que separa la estación de la Casa de Gobierno, ubicada frente a la plaza de Mayo.
Muchos salieron de sus casas para saludar al interventor, cuya figura regordeta sonreía y apretaba la mano de quienes se le acercaban.
Modestino y sus acompañantes llegaron a la plaza 25 y allí estaba hablando Aldo Cantoni a sus seguidores. Y siguió hablando, vociferando contra el presidente Yrigoyen y la intervención, como si no hubiera llegado nadie a la provincia.
Al día siguiente, Pizarro acusó a los bloquistas del tiroteo y de querer dinamitar los puentes del ferrocarril en el que llegó a San Juan. El primer detenido fue el depuesto gobernador, Aldo Cantoni. Luego le seguirían muchos otros dirigentes del partido de la alpargata.
Una de las primeras medidas de Modestino fue liberar a los autores del atentado del 30 de noviembre de 1926, previo indulto firmado por él.
Las cosas ahora estaban “en su lugar”: la víctima, Aldo Cantoni, preso y los asesinos, libres. ¡Y Modestino que afirmaba que venía a “combatir el crimen político”!.

El extraño viaje a Jáchal

Este era el clima de aquellos años. Y es en esos días que se produjo un extraño hecho, relatado por la esposa de Aldo, doña Rosalía Plaza de Cantoni.
“Aldo Cantoni y sus ministros Carlos Valenzuela y Domingo Vignoli estaban detenidos hasta que se concretaran las evidentes intenciones de eliminación personal.
Sin previo aviso hacen ascender a los tres procesados a un camión del Ejército, custodiados por el teniente Jáuregui en lugar del teniente coronel Cuello que en principio debió compañarlo y que antes de salir tuvo un incidente con el doctor Aldo Cantoni, por lo que se resolvió que otro oficial subiera al camión con soldados del Ejército con rumbo desconocido.
Una llamada anónima al domicilio de Desamparados (el actual Chalet Cantoni, donde vivían Aldo y su familia) daba a la esposa de este la noticia que en ese momento salía de la Central de Policía un camión del Ejército en el que llevaban a Cantoni, Vignoli y Valenzuela, con rumbo desconocido.
Sin perder tiempo, la señora de Cantoni, acompañada por una hermana y su hijo Aldo Hermes de seis años, alcanzó al camión y al llegar a la primera posta del camino, observó un raro movimiento de soldados que apuntaban con armas hacia donde se encontraba su esposo, en el camión, acompañado por sus ministros. Todos los soldados habían descendido.
Al ver llegar el auto, para ellos desconocido, se dispersó el grupo de soldados armados, ubicados detrás de unos ranchos destruidos. Se acercaron a los recién llegados, los requisaron de armas, que no encontraron, tomaron sus datos personales y les pidieron que regresaran a San Juan.
—De ninguna manera, yo voy a Jáchal por una vía pública, ustedes no pueden impedírmelo— dijo Rosalía Plaza.
“Llegados a Jáchal se produjo otro incidente, esta vez entre el doctor Cantoni y el jefe de Policía de apellido Carriego, que lo esperó con provocaciones e impertinencias no sabiendo qué explicación le daban al viaje”
No habían pasado 24 horas que la extraña caravana (el camión del Ejército y el auto de la señora de Cantoni) estaba de regreso en San Juan”.

Nuevo atentado

El 25 de febrero de 1929, Aldo, que estaba alojado en la cárcel de Marquesado, debía declarar ante el juez José González Ramirez por el proceso que se le seguía.
Era un secreto a voces que algo se tramaba contra la vida del ex gobernador.
Enterado de esa versión, Federico Cantoni que era senador nacional electo aunque no había podido asumir su cargo, denunció lo que se comentaba al jefe de Policía.
—Lo van a matar cuando salga de Tribunales-, aseguró Federico.
El diputado nacional Videla Rojas envió un telegrama al ministro del Interior, exponiendo el carácter y la gravedad de las amenazas.
El caso es que desde tempranas horas de la mañana había grupos de un comité radical ubicado en las inmediaciones de Tribunales, que proferían gritos contra Cantoni.
A las 12,30 Aldo Cantoni terminó su declaración y salió de Tribunales.
En lugar se hacerlo subir al furgón de la policía se lo hizo ascender a un automóvil.
Estaba ya adentro cuando se produjo un corto tiroteo.
Aldo resultó herido en una pierna.
Nunca se supo quién fue. Los radicales personalistas que rodeaban el auto no fueron detenidos y Pizarro sólo dijo que era “muy dificil contener el odio que la multitud sentía por los Cantoni”
El único detenido ese día fue Federico Cantoni, por insultar al juez González Ramírez cuando no lo dejaron entrar al hospital para ver a su hermano herido.
Aldo se había salvado por tercera vez en tres años.
Federico no podía permanecer detenido porque era senador nacional electo.
Ante esta situación, según relató tiempo después Cantoni en el Senado nacional, Pizarro informó lo que había ocurrido al presidente Yrigoyen y luego, hablando con Elpidio Gonzalez, ministro del Interior, se produjo el siguiente diálogo:
Pizarro: Tatita: ¿lo largo o no lo largo al senador este?
Ministro Elpidio González: Cumpla las órdenes de la justicia y déjese de embromar.


Los principales protagonistas


Aldo Cantoni

Era el segundo de los hermanos Cantoni. Hasta que se produjo el asesinato de Jones, a fines de 1921, vivió en Buenos Aires donde ejerció su profesión de médico, fue uno de los principales dirigentes del Partido Socialista Argentino y presidió la Asociación del Fútbol Argentino. Muerto Jones, se sumó al bloquismo y fue la mano derecha de su hermano Federico. Fue electo senador nacional en 1923, durante el primer gobierno cantonista y el 31 de octubre de 1926 electo gobernador, con 34 años, asumiendo el 6 de diciembre de ese año. Durante su gobernación, Cantoni convocó a elecciones de constituyentes. La reforma constitucional de 1927 dió por primera vez en el país el voto a la mujer y ofreció a los sectores obreros una serie de derechos que en la Nación sólo alcanzarían veinte años más tarde con Juan Domingo Perón.





 
Modestino Pizarro
Intervenida San Juan el 5 de octubre de 1928, Modestino Pizarro fue designado interventor federal designado interventor federal. Cuando llegó a San Juan tenía 42 años. Había nacido en Buenos Aires pero era hijo de una tradicional familia cordobesa. Hombre ligado al radicalismo personalista, había ocupado diversos cargos en la provincia de Buenos Aires. Falleció en 1934.










Carlos Eduardo Broquen
 El 8 de agosto de 1925, Federico Cantoni fue depuesto al ser intervenida la provincia por el Congreso Nacional. Gobernaba Alvear y la misión federal fue confiada al general Eduardo Broquen. No traía la consigna de extirpar la bloquismo de la vida provincial y tampoco de restituirlo al poder. Su gestión fue discutida por conservadores y radicales que sostuvieron que la tibieza de Broquen permitió que el bloquismo fuera nuevamente gobierno en 1926.


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Ver De nuestra historia: Aldo Cantoni

Ver Angel Cantoni, un piamontés que tuvo tres hijos médicos dedicados a la política

Ver 1927 - Aldo Cantoni Gobernador

Ver libros del autor



 

GALERIA MULTIMEDIA
Aldo Cantoni
Modestino Pizarro
Carlos Eduardo Broquen.
Las veces que quisieron matar a Aldo Cantoni.
Esta curiosa foto fue tomada en Jáchal y aparecen en ella, Aldo Cantoni, su esposa Rosalina Plaza y su cuñada, Isolina, que se casó con Carlos R. Porto. (Foto publicada en el libro "El San Juan que ud. no conoció" de Juan Carlos Bataller)