Federico Guerra. El Gatica sanjuanino

Esta nota fue publicada en El Nuevo Diario, en el suplemento deportivo en la edición 603 del 23 de abril de 1993

 Fue un boxeador extraordinario, cuando había abundancia de valores. Ganaba y perdía con los mejores. Hace cinco años le ganó al alcohol, aunque con ayuda. Su vida tuvo un paralelismo con la del "tigre" puntano. Las malas juntas impidieron un hoy próspero. Fue rudo, duro, granítico, gladiador. Le dio batalla a todos. Acaso, por necesidad, debió arreglar algunos combates con Luis Federico Thompson, aunque él, personalmente, lo niega. Su vida, sus anécdotas se reflejan en esta nota.

 

Sus gestos, su voz, sus desplantes, su suficiencia, su capacidad granítica para absorber golpes ya integran un capítulo grande de una historia turbulenta y mucha veces al borde de la histeria. Durante mucho tiempo fue casi invencible. Brillante, veloz, convencido que era un grande del boxeo. Su infancia, su vida, su trayectoria se parecieron mucho a José María Gatica, otro cuyano que dio que hablar en el mundo del boxeo argentino. Federico Guerra, un sanjuanino del barrio de Concepción, fue de los boxeadores que hicieron sentir su presencia en el orden nacional cuando Argentina tenía el mejor boxeo del mundo.

Quizá lo suyo no fue para ejemplo de la vida privada, pero como deportista lo dio todo. Si hasta sintió el extraño placer de burlarse de algunos aficionados, en Tucumán, pero en connivencia con un compadre. Fue desafiante y feroz, sin respetar, boxísticamente, a nadie, acaso porque supiese que el estruendo era, naturalmente, el enemigo enconado del silencio y el silencio era, al fin, sólo olvido.
Hoy está olvidado, atesorando recuerdos en el aire, porque hasta el álbum de fotos que tenía lo perdió. Pero ganó una compañera de "fierro", María Elena Videla, quien hace cinco años lo sacó de las tinieblas del alcohol. Lo convenció de que Dios existe, que el amor es más amor, cuando se entrega sin intereses.

El Nuevo Diario estuvo con quien le dio innumerables satisfacciones a los aficionados del boxeo. También fue, casi nadie lo duda, el "Gatica sanjuanino”.

Hubo momentos en que se creyó invencible, pero el tiempo y las malas compañías lo vulneraron. La gloria se apagó tan rápido como se encendió.

Hoy recuerda que en sus momentos de esplendor ayudó a muchos y, hoy por hoy, son muchos los que le volvieron la espalda. Vive humildemente con una jubilación en Villa Obrera, Chimbas, dejando pasar el tiempo. Abrazado a la vida, recordando con lágrimas sus buenos y malos momentos de la vida.

Federico Guerra

 En primer término debemos consignar que Federico Guerra nació en Mendoza, el 15 de mayo de 1930. Su padre era sanjuanino y completaba la familia con cuatro hermanos y su mamá, doña Adela Muñoz, una española de 91 años de edad, que vive en el Barrio Municipal, con su hermana Isabel Elisa (Porota). Al papá se le ocurrió regresar en 1945. Federico contaba con 15 años. Poco afecto al trabajo decidió acercarse al Club Julio Mocoroa, donde Armando Quiroga fue su primer profesor. Al poco tiempo debutó en categoría liviano contra un caucetero (que no recuerda su nombre) y ganó por puntos. Más adelante clasificaría campeón cuyano de amateur, en Mendoza.

Su espíritu aguerrido y opción franca por ir a los golpes lo hicieron muy popular. "Fue muy guapo, valiente, buena cintura; veloz en las manos. Duro. Su forma de combatir fue un imán para la multitud. Lástima lo desordenado de su vida. Si se hubiera cuidado habría llegado a los planos mundiales", nos comentó Guillermo Pereyra, un especialista en boxeo. "Cómo sería de duro, que una vez vino un sastre a pelear con Guerra. Se llamaba Guillermo Giménez. No pudo regresar de inmediato, porque al finalizar la pelea con Guerra se estableció que se había quebrado las dos manos. Enyesado estuvo dos semanas en el Hotel Bristol (por aquel entonces en Mitre y Alem), le dábamos de comer en la boca, pues no podía manejar sus manos”.

Otra anécdota fue que trajeron a un cordobés para pelear con el "valija" Julio Vergara, por entonces, el crack sanjuanino. Inesperadamente, el visitante le gana dos veces por abandono al "valija”. Lo hacen enfrentar a Junco con Guerra y éste le gana dos veces, en el estadio montado donde hoy es el Hotel Nogaró. Guerra fue extraordinario e integraba un grupo de por lo menos 50 boxeadores que tenía, por entonces, el club Justo Suárez", concluye Pereyra.

 Retornando a los inicios de Guerra, viaja a Buenos Aires y se consagra campeón argentino de los Trabajadores, en la categoría liviano. Ya orillaba los 20 años y como se salvó de cumplir el servicio militar, decidió profesionalizarse.

Esos tiempos no eran de llevar a un boxeador de apoco, como ahora.
Guerra comenzó a pelear con los grandes directamente. Su primer combate lo gana en el Luna Park de calle Sarmiento; empata con un zurdo chileno y, ahí nomás, traen a un invicto porteño, Angel Olivieri, que luego sería gran campeón. Y Guerra gana por paliza. Tras cartón, derrota al chileno Manuel Torres y viaja a Chile para vencer al campeón chileno, Mario Salinas.
Todo esto despertó el interés de la empresa Luna Park y en 1951 debuta enfrentando a Francisco Meneses, ganando por puntos. Al poco tiempo, pelea nada menos que con José María Gatica. Se enfrentaban dos gladiadores, aunque el puntano tenía más golpe y más cancha, pero los dos estaban signados casi por el mismo modo de vivir. La pelea fue a doce asaltos. Guerra puso todo, pero Gatica era Gatica. A pesar de que la platea soñaba y hacía fuerza por Guerra, éste no pudo. Terminó con las dos cejas partidas y en el décimo round, los hermanos Porzio arrojaron la toalla. Eran tiempos de Manuel González, Eduardo Lausse, Rafael Merentino, Mario Díaz, Kid Cachetada, Alfredo Prada, etc.

Guerra gana en la pelea con Gatica 47.000 pesos. Era una suma fabulosa. Tanto que le compró una casa a su madre en cinco mil y, muchos años después, la vendió en 30.000. El resto lo dilapidó con amigos, amigas, bebidas, gauchadas.

Subió a la categoría medio mediano y se fue a Brasil. En San Pablo estuvo seis meses. Combatió con Paulo de Jesús dos veces y en ambas perdió por puntos. Otras dos las ganó a boxeadores locales. Fue bien atendido, pero volvió por Montevideo, donde perdió por puntos con el campeón uruguayo. Otra vez fue a Río de Janeiro donde peleó con éxito y, finalmente, se dedicó a boxear en todo el país, incluyendo varias veces el Luna Park de la Capital Federal.

Una vez fue a combatir en Mar del Plata, con un mendocino. Ganó por nocaut y ganó 21.000 pesos. Se le ocurrió conocer el casino. Tomó un brandy Sello Rojo; "ha­bían unas niñas bonitas. La fui de pícaro. Jugué con el apoyo de las chicas (sola­mente apoyo moral) y que­dé desplumado. Tanto que debí volver a pie al hotel y al día siguiente tuve que pedir­le plata al mánager para poder regresar en ómnibus a Buenos Aires", comentó a El Nuevo Diario.

 Cuando estaba en lo mejor de su campaña se casó con Mercedes Páez una cordobesa y tuvo dos hijas: Hilda Mercedes y María Cristina, que son ca­sadas y viven en Córdoba con su madre. Fueron sus padrinos Natalio García Or­tega y Aburnio Verd. En la luna de miel se gastó todo y debió pedirle a los hermanos Porzio una pelea para seguir gastando. Su vida irregular hizo que su mujer no lo to­lerara y cuando tenían dos hijas se separaron.

Guerra se vino a San Juan. Entrenó un tiempo y fue a Mendoza a combatir con un negrito panameño, que había debutado per­diendo con Gatica en el Luna Park: Luis Federico Thompson. Alguien que se­ría un capítulo importante en la vida de Federico Gue­rra.

Le dio la revancha en San Juan y aquí empataron. Siguió combatiendo y fue a Córdoba tratando de recon­ciliarse. No pudo. El alcohol era más fuerte.

Tuvo auto, ayudó a mu­chos. Tuvo un almacén y una panadería en Córdoba ("fui y soy maestro panade­ro", nos dice). Peleó en Salta, Tucumán, La Rioja, La Pampa, Corrientes, Santa Fe y muchos partidos del Gran Buenos Aires.

El entonces goberna­dor, José Augusto López le dio trabajo en el Auditorio. Allí fue transferido a la Di­rección de Deportes y el entonces director, Amín Raed lo jubiló.

 

 

Malas compañías
Federico Guerra, hoy en El Nuevo Diario, cuando ya todo pasó:
"Siempre mi vida transcurrió con malas compañías. Orillé la delincuencia, pero sólo cumplí con no robar. Tuve líos de todo tipo, pero respeté la honradez que debe tener un hombre. Tal vez sea lo único que tengo, pero vale. Hoy debo agradecer haber encontrado a María Elena. Ella me salvó. Me sacó del alcohol, al cual yo estaba abonado. Aunque la jubilación es muy escasa, de alguna manera vivimos", nos dijo el ex gladiador sanjuanino.


Los grandes combates con Federico Thompson
 Federico Guerra no recuerda o no quiere recordar las peleas que sostuvo con Luis Federico Thompson. Consultando algunos archivos, habrían combatido una docena de veces, en distintos lugares. El hecho de que uno sea peleador nato (Guerra) y el otro muy técnico (Thompson), conformaban un ideal para destruir cualquier pensamiento sobre “tongo”. Guerra recuerda un incidente así:
“Estaba en Córdoba, con fiebre intestinal. Me ofrecieron la pelea con Thompson por 20.000 pesos. Pedí 30.000 y me los otorgaron. Busqué un manager y le dije: cuando llegue el quinto round, yo me iré al suelo.

Cuando caiga por segunda vez, usted me tira la toalla. Me tiro y el segundo ahí nomás arrojó la toalla. Y se armó una batahola. La gente rompió las instalaciones del club, vociferó. Me querían matar. Me quisieron encarcelar. Al final, cobré 15.000, por retención de bolsa”.

Le preguntamos si hubo otras peleas del mismo tenor con el panameño y sonriendo dijo: "No. Con Thompson siempre fuimos en busca del espectáculo”, aunque otras voces afirmaran que fueron detrás del dinero para pasar la mishiadura.


GALERIA MULTIMEDIA
Federico Thompson, púgil que enfrentara Federico Guerra. Fuente: boxrec.com
Federico Guerra con su manager de siempre, don Feliz Rojo Lafitte
Felix Rojo, Federico y Juan Guerra, Elio Ripoll y Pedro Núñez, plantel de boxeadores del Club Justo Suárez
En 1993 Federico Guerra estuvo en El Nuevo Diario donde habló de su vida privada y del box.
Federico Guerra en El Nuevo Diario cuando se le realizó la entrevista en 1993
Federico Guerra en El Nuevo Diario cuando se le realizó la entrevista en 1993