El último viaje de Sarmiento a San Juan

Texto extraído del libro Sarmiento en su última visita a San Juan. Autor: César H. Guerrero. Publicado en 1973

Antecedentes del viaje

 Sarmiento
había obtenido por decreto de fecha 18 de enero de 1884, del Presidente de la República, general Roca, una misión diplomática cultural para desempeñarla en Chile, con el plausible propósito de suscribir allí un convenio que se extendería a los demás países de América del Sur, sobre la adquisión por parte de cada uno de los signatarios, de un determinado número de ejemplares de las obras literarias que se fueran traduciendo al castellano, de autores extranjeros que se seleccionarían al objeto deseado. Si bien en Santiago obtuvo un marcado éxito, al suscribir en esta ciudad con el gobierno chileno y los representantes de Colombia y Uruguay, el convenio de referencia, fracasó en el suyo, no obstante que de aquí había llevado la misión oficial, al ser rechazado por el Congreso lo que allí había suscripto el diligente embajador, ante representantes autorizados de dichos países. Muy lamentablemente el Congreso argentino de entonces no supo captar la importancia del convenio, al no ratificarlo como correspondía, malográndose con ello una interesante iniciativa, como muchas salidas del privilegiado cerebro de nuestro comprovinciano.

En Chile, mientras tanto aunaba ideas con sus colegas diplomáticos, Sarmiento había sido recibido con aclamaciones, tanto en Valparaíso como en Santiago, donde “se le tributa una recepción triunfal”, nos dice Palcos. Renueva viejas amistades de su largo exilio allí, trayéndose recuerdos imborrables del afecto recibido, sobre todo de doña Emilia Herrera de Toro(1), que lo agasaja con la cordialidad y cariño con que solía hacerlo con los argentinos desterrados en su quinta del Mapocho, y con quien posa ante el fotógrafo para la posteridad.

El viaje lo había efectuado Sarmiento por el Pacífico, es decir, por el Estrecho, pero su regreso a Buenos Aires debió hacerlo por la cordillera, en virtud de una halagüeña invitación que se le hiciera desde su provincia. De tal suerte, cambió el barco por la mula hasta Mendoza y la galera hasta San Juan.

Pues, cuando se disponía partir de Santiago hacia Buenos Aires por el mismo rumbo, recibe un mensaje de su provincia, invitándolo a visitar de paso su terruño, y a la vez sirviera de padrino de la inauguración de la nueva Casa de Gobierno que se terminaba de construir y debía estrenar el nuevo gobierno.

Al principio hubo de resistirse, pero habiendo recibido un cariñoso ofrecimiento de parte de su sobrino Clemente Gómez(2), de llevarle personalmente las mulas que fueren necesarias para el viaje y acompañarle, porque así lo deseaba también su familia y él que se sentiría honrado en acompañarlo. Entonces el viejo patriarca cede y le responde al voluntarioso sobrino así:

“Santiago de Chile, febrero 28 de 1884.

“Señor Clemente Gómez.

“Mi estimado sobrino.

“Con el mayor gusto recibo tu carta ofreciéndome mulas para pasar la cordillera y ser tú el arriero que lleve tan preciosa carga.

“Desde luego que acepto el ofrecimiento, nada más que por el placer de que la cosa suceda, pero no es tan sencillo el negocio. Yo partiré a fines de marzo o principios de abril. El telégrafo dará la fecha. Mas ya he escrito a casa que no voy a San Juan y sólo a Mendoza, donde aguardo a cuantos quieran venir. Aún no me ha contestado para dar órdenes convenientes.

“Ahora, ¿a dónde y hasta dónde iría en mula? Desde Los Andes habré de necesitar 3 sillas por ejemplo y no más de 3 de carga a todo tirar, pues con menos estaría servido.

“¿Para qué tan largo viaje para ir hasta Picheuta, donde dicen que llegan coches de Mendoza y vendrán a mi encuentro?

“Si quieres venir, pues, y no te es gravoso para tus negocios, ven a Aconcagua con las mulas a fines de marzo y pasarás, unos días conmigo en Santiago.

“Lo sucedido en San Juan es de tal manera odioso(3), por las personas y las complicaciones que trae, que yo no debo ir voluntariamente a ser siquiera informado de lo que realmente pasa.

“Tú comprendes lo que digo. Yendo a San Juan, se entiende que yo sé aunque no lo diga la verdad verdadera, no yendo debe presumirse que no sé más que los otros, con lo que me libro de cuentos.

“En Mendoza veré a la familia y comeré uvas durante algunos días.

“Esta desgracia también de la muerte de Klappembach(4), viene a aumentar la tristeza de mi viaje a San Juan a oír llantos y ver miserias.

“Ya habrás visto por los diarios, la recepción que me ha hecho Chile entero, porque esto ha sido universal, en Concepción, Valparaíso y Santiago y continúa en todas partes y ocasiones, con todo el cariño y la sinceridad de que son susceptibles los hombres.

''''''''''''''''“Véngame esto de consuelo por tantos disgustos sobrellevados y por la pobreza en que me han dejado los que reparten los millones de la fortuna que yo contribuí a formar.

“Tú sabes que me negaron una beca para un hijo tuyo.

“Contéstame lo que convenga y dispón del afecto de tu tío  .

Domingo”.

 


El ofrecimiento a que se refiere la carta transcrip­ta, fue lo que hizo factible a su autor la aceptación de visitar a San Juan por última vez, sin que estu­viera en su ánimo hacerlo, por las causas aducidas por él mismo, no obstante que hacía veinte años que faltaba de su casa.

Y Clemente Gómez fue en busca de su ilustre tío, tan pronto como obtuvo su asentimiento, con seis mulas gordas y baqueanas para que pudieran trans­portar “tan preciosa carga” como se lo decía en su carta.

Mientras tanto, Sarmiento escribía a su hermana Bienvenida, a su sobrina Sofía y a su sobrino político Segundino Navarro, advirtiéndoles lo que haría en su visita a la tierra de su nacimiento, de sus mayores y de sus cariñosos recuerdos.

La fuerza de atracción del terruño pudo más en este caso para hacer llegar a él al hombre que no deseaba volver, encontrándose como se encontraba lleno de tristeza por todas partes, tanto por la muer­te de su sobrino político, como por el asesinato de su pariente y amigo el senador Gómez. Pero, quedaban los demás parientes a quienes debía consolar y salu­dar por última vez. ¡Por todo esto no podía negarse a darles su último abrazo, el último adiós!...

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Su llegada a San Juan

Tres meses había permanecido Sarmiento en Chile, a cuyo país visitaba también por última vez, y des­pués de varios días, en Mendoza, descansando de su largo viaje a través del Ande que tantas veces lo cruzara por distintos motivos, arribaba a San Juan, donde fuera recibido como al hijo pródigo, con música y vivas de la gente que se agolpa, mientras él, un tanto agitado por el traqueteo del largo viaje, aunque en galera, siempre cansador, abrazaba con emoción a familiares y amigos de viejo cuño que salían a sa­ludarlo y estrechar su mano.

Era el 26 de abril de 1884 cuando la caravana que había salido a su encuentro, llegaba con él a la ciu­dad, siendo recibido en la plaza 25 de Mayo por auto­ridades y pueblo con el regocijo que hemos anotado y del cual se hicieron eco los diarios de la época. Wherfield Salinas, autor de una biografía del viajero, describe en ella la escena que presenció siendo muy joven, así: “Su arribo fue una apoteósis. Entre los recuerdos de mi infancia no se ha borrado aquel recibimiento ni la figura de aquel hombre, endiosado por sus comprovincianos. Un día, en el aniversario de su muerte, al correr de la pluma, entre el rudo trabajo del periodismo, yo he pintado aquel cuadro.

“Se lo esperaba desde las ocho de la mañana y arribó recién a las tres de la tarde, sin que un solo ciudada­no abandonase su puesto en la plaza, ni un solo alum­no de todas las escuelas sus filas. El general bajó y entonces fue el deslumbramiento de aquel pueblo; embriagado y delirante, se le acerca y le rodea en medio de vítores y aclamaciones, y no contento con verlo, tendían la mano para tocarlo. La banda ejecu­taba mientras tanto el Himno Nacional y las campa­nas de todas las iglesias fueron echadas a vuelo; pero nada de esto se oía: la multitud estaba sorda y ciega y sólo tuvo ojos para verlo. ¿Era aquello, acaso, el presentimiento que lo veían por última vez? Y el viejito, el sublime viejito levantaba los brazos entu­siasmado y llorando, para saludar, mientras decía: “Si, soy yo, que he venido, que estoy entre vosotros.

¡Viva el pueblo de San Juan! Y diez minutos des­pués, tendiendo su mano de águila sobre aquella on­deante multitud que tenía flujos y reflujos como olas de un agitado mar, su voz vibrante saludaba a sus comprovincianos con un simple y cariñoso: Buenas tardes, mis señores, sencillo, sentido como si fuese ayer nomás cuando entre el vacío silencioso de una oposición tenaz, abandonara el gobierno y la ciudad.

“Yo lo he visto orgulloso recibir la manifestación de aquel pueblo y lo he visto, toda una tarde llorar, en tanto que a su frente desfilaban las escuelas brindán­dole las flores de sus jardines y las flores de la elo­cuencia Infantil”.

 La demora en llegar se debió principalmente al mal estado del camino que debía transitar la galera que lo conducía y al hecho de que en Pocito el ilustre Maestro fue obligado a detenerse ante una Escuela que le presentó a sus alumnos que deseaban saludar­lo.
El viejo patriarca, no pudo menos que descender del vehículo que lo conducía, para responder al saludo de los niños que le salían al paso, y al decir de una referencia comentada muchos años más tarde por un vecino de aquella localidad que entonces contaba con diez años y era alumno de dicha Escuela(5), el acto resultó novedoso y emotivo por su significado. Sar­miento comenzó a posar su mano sobre la cabeza de cada uno, decía aquél, sin descuidar a ninguno, para despedirse de ellos con una alocución de la cual so­lamente recordaba que les había recomendado amor a la maestra y al estudio y que fueran puntuales a la escuela, no faltando a clase aunque lloviese.

“Desde Media Agua (Departamento de Sarmiento ahora), nos dice Edmundo Correas, hasta la Capital el carruaje rodó entre doble fila de escolares y com­provincianos que le ofrecían flores y mil pruebas de simpatía. Jamás hombre alguno había recibido en San Juan homenaje semejante. Los veinte días que vivió en su provincia fueron de gloria y dulces evo­caciones. Ya no volvería a ver a su tierra natal”.

Después llegaba a su casa, contento por una parte, al pisar nuevamente aquellos viejos cuartos que le recordaban tantas cosas de antaño; pero triste en cierto modo, por no encontrar en ellos a sus queridos padres que lo hubieran recibido con los brazos abier­tos; triste también porque hacía poco había muerto su sobrino Klappenbach y no hacía mucho tampoco, habían asesinado al senador Agustín Gómez, suceso que lo había consternado por la mancha que represen­taba para su provincia y la política argentina tal tra­gedia.


Sin embargo, la tarde le resultó corta para atender a las numerosas visitas que se agolparon a la casa, para saludarlo con más tranquilidad y contarle cómo andaban las cosas y los institutos que él había fun­dado siendo gobernador de su San Juan: el Colegio de Santa Rosa, la Escuela de Minas, la Quinta Nor­mal, la Escuela Superior de Varones, como el Colegio Preparatorio y la Escuela Modelo de Señoritas que habían sido reemplazados por el Colegio Nacional y la Escuela Normal de Niñas.


Habían dos diarios en la provincia, cuyos reporte­ros andaban a la pesca de las impresiones recibidas por el ilustre viajero a su llegada. Indudablemente que había observado que la nueva Casa de Gobierno le daba a la ciudad otra fisonomía, con la singular ornamentación de la plaza y su fuente al centro, el arbolado y las calles empedradas como él las comen­zara siendo gobernador. Por eso la impresión le re­sultaba grata al espíritu, después de tanto tiempo ausente y encontrarse con todo cambiado, pero mejorado, aunque advierte la desaparición de los seres más queridos de su casa y viejas amistades.

Sin em­bargo, don Domingo se encontraba más animado des­pués de observar el adelanto de la ciudad y estar nuevamente en su casa, rodeado del cariño de los suyos, no obstante la fatiga del penoso viaje, prime­ro en mula atravesando la ancha cordillera y después, aunque en galera, el largo recorrido de Mendoza a San Juan por un camino escabroso y polvoriento.

Así se captaron las primeras impresiones del ave­zado periodista a su llegada a San Juan, donde fuera recibido por sus colegas locales con la cordialidad que su persona merecía, dado la prestancia de su personalidad.


Ver artículo:
-- Los regeneradores. 1875 – 1884. Por Juan Carlos Bataller



Referencias
(1) Sobre sus rasgos biográficos véase “Mujeres de Sarmiento” por el autor de esta obra.
(2) El hijo de su hermana Paula. Igualmente antecedente» de esta hermana, en aquella obra.
(3) Se refiere al asesinato del senador Agustín Gómez, ocu­rrido el 6 de febrero de aquel año,
(4) Agustín Klappenbach, esposo de su sobrina Sofía benoir Sarmiento, hija de su hermana Procesa.
(5) Ramón Guardia, fallecido en 1964 a la avanzada edad de 90 años.

Ver màs artìculos sobre Domingo Faustino Sarmiento



GALERIA MULTIMEDIA
Esta foto de 1884 fue tomada a Domingo Faustino Sarmiento cuando regresó por última vez a la provincia de San Juan, luego de haber estado en Chile
La Casa de Gobierno antes del terremoto. Ubicada sobre calle General Acha, frente a la Plaza 25 de Mayo, la Casa de Gobierno de San Juan había sido inaugurada en 1884 durante un acto que contó con la presencia de Domingo Faustino Sarmiento. La partida inicial para realizar la obra fue de 36 mil pesos fuertes y fue adjudicada a la firma Luis Bertolli y asociados, a los que se agregaron en 1883, otros 4 mil para el amoblamiento. La actividad gubernamental funcionó a pleno en este edificio, hasta que se derrumbó con el terremoto de 1944. La imagen tomada desde la Plaza de Mayo, muestra a la derecha le sigue el Palacio y de Justicia y luego el edificio del Banco Nación que estaba ubicado en las actuales calles General Acha y Mitre. (Foto proporcionada por Alberto Montaña. Textos: Fundación Bataller)