El mundo del trabajo antes del terremoto

Los protagonistas anónimos de la ciudad perdida


En una fresca tarde del 15 de enero de 1944, San Juan, ciudad de Argentina respaldada en la Cordillera de Los Andes, fue asolada por un terremoto que figuró en los registros mundiales. La destrucción material del casco urbano fue casi del noventa por ciento. Pero lo más lamentable fue el saldo de vidas humanas, los cálculos aproximados: diez mil muertos y casi quince mil heridos, en una población urbana y suburbana que apenas alcanzaba los ochenta y cinco mil habitantes (incluyendo Capital, Concepción, Trinidad, Santa Lucia y Desamparados), con secuelas menos trágicas en otros departamentos de la provincia.

Fueron unos pocos minutos de un sábado: el reloj de la Catedral se "clavaba" en las 20:49 horas, cuando la gente salía de los cines; cuando la familia realizaba su paseo sabatino; cuando los niños jugaban en el patio o la vereda; cuando el ama de casa preparaba la cena; cuando los amigos se encontraban en los cafés y los bares; cuando los mayores descansaban bajo umbrosas parras; cuando en las iglesias se realizaban esponsales; y todos los demás cuando de la vida cotidiana de una provincia del interior. Todo cambió en minutos eternos. La naturaleza en forma de terremoto azotó la ciudad de San Juan borrando dramáticamente el casco urbano, para convertirlo en muerte y desolación sin medida.

Luego vino la soledad del dolor, la solidaridad que borró clases y banderías políticas; la difícil situación de quienes perdieron o no encontraban a sus seres queridos; el dolor de la destrucción del techo protector, la tentación de salir huyendo de pánico y la difícil alternativa de afrontar la desgracia y quedarse para reconstruir familias y hogares

Permítasenos utilizar las estrofas del poeta sanjuanino Antonio de la Torre, para testimoniar la impresión de sus coetáneos.

Esta fue mi ciudad. Vedla yacente
bajo la noche. Se agiganta en una
belleza sepulcral cuando la luna
recorre sus escombros, lentamente.

El  cielo serenísimo y ausente
es un mar silencioso que se aduna
de esperanza y de paz ¡Alta fortuna
tener el cielo ante el dolor presente!

El rumor del pasado se levanta
de estas calles sin rumbo y sin aurora,
de este osario querido que me espanta

¡Qué profundo contraste el de esta hora
en que el silencio de la noche canta,
mientras mi tierra desgarrada llora!

 Este discurso poético no puede ocultar la desolación y el dolor ante el espectáculo dantesco de la ciudad caída.

Clausurar la memoria

Mucho esfuerzo espiritual y material se necesitó para levantarse y poner la vista en el futuro. Fue necesario tender un manto sobre el sufrimiento y asumir las perdidas. "Clausurar la memoria", como defensa ante la tragedia, fue la respuesta colectiva de los protagonistas del drama.

El imperativo, manifestado por nuestros entrevistados, fue "seguir la vida en sus pasos naturales" aunque ya nada pudo ser igual que antes. Una constante para quienes no vivieron el terremoto fue que cuando "los mayores" querían o tenían necesidad de hablar de algún episodio de la tragedia, se enviaba a los niños a otro lugar de la casa. Con la excusa de "vayan a jugar a...", sin el objetivo premeditado, se rompió la transmisión del pasado oral y con ello la cadena de la memoria colectiva.

Esa clausura de la memoria, la hemos  encontrado reflejada claramente en varios testimonios de nuestros entrevistados, seleccionamos uno de ellos considerándolo uno de los más explícitos

—En el terremoto deI cuarenta y cuatro, yo me había casado hacia un año y estaba embarazada de mi primer hijo, que nació en Mendoza el 12 de febrero, recuerdo que el Hospital Central aún no había sido inaugurado y lo habilitaron para recibir a los heridos y enfermos. Mi parto venia mal y mi padre consiguió el permiso para mi internación, pero él se quedó en San Juan. Te decía que en el momento del terremoto nos salvamos con mi marido por que habíamos salido a caminar por mi estado. El temblor nos encontró en calle Laprida, fue una pesadilla.

Mi marido me tironeó hasta el medio de la calle y desde allí vimos como caía la iglesia de Santo Domingo. El suelo se movía hacia arriba v abajo y luego hacia los costados, tanto que nos mareaba ¡Fue una eternidad!. Yo creí que perdería a mi hijo y me invoque a la Sagrada Familia, por eso al bautizarlo le puse José María."

Ante la pregunta del entrevistador ¿Hablaban ustedes con los niños sobre lo que había pasado en el terremoto del 44? Ignacia responde con gran énfasis:

—¡No Jamás! ¡Fue demasiado grande el pánico que vivimos! ¡Las pérdidas, la impotencia y el dolor ante la muerte fueron demasiado grandes! Nunca en la familia se habló del terremoto ante los niños. Si entre mayores, por que es necesario recordar para sentirte vivo..............

Nosotros y nuestros amigos queríamos vivir, queríamos... sobre todo un techo!, un techo seguro. Hasta tal punto que no mezquinábamos hierro en las nuevas casas. Eran verdaderas jaulas, con puertas que permitían la salida rápida al descubierto. Nuestra casa nueva tenía la cancel y ¡cinco puertas! Para salir.....

Nunca, nunca les contamos la miseria y el pánico de los días posteriores.

Sobre todo quisimos que tuvieran una infancia normal. Cuando crecieron tampoco ellos preguntaban. Solo sabían que allá habían vivido los abuelos, que acá los tíos. Pero ya no quedaban restos de las antiguas casas. Ni siquiera les contamos la tragedia de mi hermano (un matrimonio y tres hijos aplastados por el paredón frontal de la casa, tres muertos). Nos parecía demasiado espantoso para los niños. Solo les decíamos que habían fallecido con el terremoto. Nunca preguntaron más.

Nuestra intención es que no tuvieran aprensión, o trauma como se dice ahora. Posiblemente fue una forma nuestra de controlar el pánico... pues el temblor es inevitable... y así poder seguir viviendo en esta tierra... que a pesar de todo nos ata tanto a su suelo.

En este texto, puede observarse claramente la clausura de la memoria como elemento defensivo ante la incontrolable fuerza de la naturaleza. El esquema se repitió en otras entrevistas individuales, con diferentes matices de discurso, pero en el fondo los argumentos fueron semejantes.

Las siguientes dos preguntas hacían referencia a nuestro tema: La ciudad que cayó.

—¿Se hablaba entre ustedes de la ciudad de antaño, se les contaba a los niños como era antes?
—Si, era normal hablar de los buenos momentos y recordar lugares, evitábamos nombres de personas desaparecidas, pues nos entristecía mucho recordar su tragedia, cuando conocíamos como había fallecido. Pero sobre todo criticábamos la lentitud de la reconstrucción, pues muchos años vivimos entre baldíos en pleno centro, pero poco a poco abrieron las tiendas que conservaron sus locales, construyeron nuevos y muchas casas particulares con esfuerzo propio y algunos créditos que llegaron.

Fue muy criticado Constantini (le llamaban "el Pibe Topadora"), cuando abrió la Avenida Central y demolió el Cervantes (¿) y la Casa España. Pero la verdad es que la gente tenía miedo a los edificios que habían sobrevivido al terremoto. Nosotros no íbamos al Cine Estornell, porque teníamos la imagen de cómo había quedado todo trizado, a pesar que era un edificio nuevo. Por mucho tiempo se caminaba por la calle o por la orilla externa de la vereda, eludiéndose las paredes de los edificios que habían quedado.

En cuanto a los hijos, se hablaba poco del San Juan de antes. Creo que para ellos no significaba mucho, pues crecieron viendo las nuevas construcciones, pienso que sin darse cuenta se adaptaron tranquilamente a este nuevo San Juan.

Es posible que nosotros también quisiéramos olvidar esa noche de pesadilla. La verdad es que en los primeros momentos ni en familia ni con amigos se hablaba mucho del viejo San Juan. Solo cuando venía alguien de afuera y preguntaba qué había pasado con este o aquel edificio, salían a relucir los recuerdos. Pero la verdad, después de verlos destruidos, no daba gusto recordar.

Por ahí, cuando uno envejece le vienen nostalgias... y recuerda momentos gratos de la ciudad vieja que creía perdidos...

¡Si tengo que decir la verdad, me gusta más la ciudad presente!

Como puede observarse, el argumento de la negación para ocultar malos recuerdos, se reitera constantemente. La resignación por lo perdido y la proyección hacia el pasado posterremoto se convierte en un constante tránsito del pasado al presente. En la mayoría de los casos, al igual que en este, fue necesario formular una repregunta para volver al San Juan caído.

— ¿No siente usted que su vida está dividida en dos partes un "antes" y un "después" del terremoto?.

—Por supuesto! Yo tenía casi 23 años y había iniciado una familia. Atrás quedaban atesorados muchos recuerdos de la infancia, la adolescencia y parte de la juventud. Por otra parte ustedes no se han preocupado mucho por conocer lo que pasó, y aunque lo hubieran hecho no creo que hubieran podido dejar en claro que paso.

Esta memoria individual no es más que el reflejo de la memoria colectiva que junto a sus víctimas enterró la ciudad vieja. No es casual que en la provincia después de 56 años no haya tenido un solo espacio conmemorativo permanente del terremoto y sus víctimas.

Sin embargo a partir de 1994, el velo de la memoria con más de cincuenta años comenzó a rasgarse, primero con publicaciones periodísticas recuperando los testimonios gráficos, luego con estudios de patrimonio cultural en búsqueda de los relictos del pasado, con estudios arquitectónicos y urbanísticos en los últimos tiempos hasta alcanzar una altísima tecnología virtual, poco accesible al hombre común.

Para los jóvenes sanjuaninos se ha producido un fenómeno típico, ya sea por la globalización. La búsqueda de identidad o el síndrome de la tercera generación, que a través del velo rasgado busca sus raíces en formas simples para unir su presente con sus antepasados, han recuperado el interés por llenar este espacio temporal con conocimientos de significación social. Como hemos visto en la última parte de la entrevista introductoria, hay un claro reproche hacia los historiadores académicos por no habernos ocupado de despejar el velo de la década del treinta, creemos que ello se justifica plenamente.

Las generaciones posteriores a 1944 no conservaron memoria de la ciudad caída. Quienes vivimos en San Juan estamos acostumbrados a no tener referencias materiales de la ciudad anterior al terremoto, y si las hay no las percibiríamos nítidamente. Constituimos algo así como "seudo inmigrantes" en la ciudad nueva, sin lazos con el pasado urbano de nuestros antecesores.

Esto trajo como consecuencia una falta de continuidad en la dialéctica con el pasado que se rompe en 1930-1934 y aflora recién después de 1944, esa década se encuentra vacía de conocimientos.

Basta recorrer los libros y manuales de historia local desde los tradicionales a los más nuevos, para encontrar el salto histórico. La historiografía tradicional de los contemporáneos de la década no se refieren a ella, creemos, por dos razones: a) Argumentando la falta de objetividad por que fueron protagonistas, b) Por que el trauma del terremoto y el duelo personal no resuelto les impidió abocarse a su estudio.

Los investigadores posteriores de historia local, ante la falta de un esquema previo y contextualizador, se limitaron a abordar temas puntuales de la época, economía, políticas de un gobierno determinado, situaciones especiales, pero ninguna obra general fue más allá de la simple cronología de gobernadores e interventores mechada con algún concepto evaluativo sobre medidas y gestiones.

De esta pequeña crítica se salva el esfuerzo editorial de El Nuevo Diario , que comenzó a rescatar un archivo gráfico de la ciudad caída en 1944, nucleando una fuente valiosísima para la reconstrucción del patrimonio, edilicio, económico, social y cultural, que hemos utilizado parcialmente en un trabajo mayor sobre la "Ciudad Perdida", de próxima edición.

En el 60° aniversario de la luctuosa noche del 15 de enero, queremos rendir un pequeño homenaje a esa sociedad sanjuanina, que vivía, trabajaba y luchaba en forma cotidiana por superar una situación económica, que se arrastraba desde la crisis de 1930. Un conglomerado urbano, producto de la sociedad criollo- inmigratoria, que se enorgullecía de la cultura del trabajo heredada de sus mayores.

El lector no encontrará en este trabajo nombres notables, solo gente común, con sus problemas cotidianos y las condiciones de vida de la ciudad en momentos previos al terremoto de 1944.



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Calle Laprida, en pleno centro de la ciudad de San Juan en 1944. Pueden observarse las deficientes construcciones que existían en la época. Palos atravesados intentan sostener los muros a punto de derrumbarse luego del sismo del 15 de enero de 1944. (Foto publicada en el libro "Y aquí­ nos quedamos", edición dirigida por Juan Carlos Bataller)
Calle Mitre casi esquina Mendoza. La ciudad de San Juan muy poco después del terremoto del 15 de enero de 1944. Un transeúnte deambula con su bata puesta. Otro hombre, con sus muebles en la calle, lo observa. Atrás, el paredón de la Iglesia de San Agustín sostenido por palos. (Foto publicada en el libro "Y aquí­ nos quedamos", edición dirigida por Juan Carlos Bataller)
La foto fue tomada en la bodega Graffigna. De traje aparece don Santiago mientras recorría la sección tonelería, corazón de la bodega, que alcanzó un gran desarrollo con la llegada de expertos toneleros venidos de Europa.