De palabras en juicios y prejuicios en torno a Antroponimia aborigen. De la pluma del Dr. César Quiroga Salcedo
Esto es, se adoctrinaría en huarpe, pero apenas y pobremente.
Hay que pensar que el Padre Valdivia no bajó a adoctrinar en persona
y que era necesario el concurso de otros sacerdotes que aceptaran la oferta de aprender una lengua reducida a grupos en extinción.
De todas maneras
ya estaban los materiales con los que los sacerdotes pudieron haber llegado al
disperso y escaso pueblo huarpe, casi condenado a la extinción por todas estas
circunstancias adversas, propias de pueblos alejados, marginales, pobres y poco
evolucionados.
En
medio de este período, signado por la desaparición y el desmembramiento étnico
y cultural, sólo algunos pocos indios varones pudieron salvarse del destierro
definitivo. El camino probable (y no siempre Seguro ante la prepotencia de los
encomenderos) debió ser el casamiento cristiano, de manera que un doctrinero o
pastor pudiera
salir en su defensa a evitar la separación corporal y prolongada de su cónyuge, situación expresamente defendida por las Instrucciones Sinodales.(1)
En tal caso la salud y vida del joven huarpe debió haber quedado en las manos y
a criterio de los curas de indios, quienes podían autorizar o no el matrimonio
de los naturales. El problema no residía en los adultos mayores, ya juntados
con una o más mujeres, ni tampoco con los viejos o viudos. Las dificultades
sobresalían imperiosamente entre los más jóvenes y robustos (precisamente
quienes eran buscados y privilegiados por la ambición del
encomendero). Al joven huarpe de la segunda mitad del s. XVI no le quedaba sino
una encrucijada vital: o dejarse llevar a Chile como mitazgo, o conservar su
tierra.
(1) Sesión Segunda, Tercer concilio, cap.34-36 (Durán
19892: 145).
(*) Ex directora del Instituto de Investigaciones Lingüísticas y Filológicas Manuel Alvar (INILFI) de la FFHA de la UNSJ. Miembro de la Academia Argentina de Letras
Fuente: Publicado en La Pericana, edición 458 del 21 de
septiembre de 2025