Cruzando las soledades, 
perdida en los campos secos, 
murió sedienta una madre 
y entró en el alma del pueblo.
 
El hijo en su pecho frío 
quedó llorándole al viento. 
La hallaron entre unos quiscos 
y así le cantó un arriero:
 
¡Ay! Difuntita Correa, 
por lo que sufriste vos 
te pido alivio a mis penas, 
te pagaré con amor.
 
De sed murió en Vallecito 
y habrá dejado por eso 
el corazon como un río 
brindado al mundo sediento.
 
Hoy llegan los promesantes 
y desde el fondo del alma, 
enfermos, novias y madres 
le dicen con esperanza: 
(Estribillo)
Jorge Leónidas Escudero
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