Veremundo Fernández

Veremundo Fernández fue sacerdote, fue director de un colegio, cosechador de algodón, albañil, ladrillero, camionero y barrendero. Luego docente universitario y vicerrector de la UNSJ. Artículo publicado en Revista Universidad en la edición 42 de junio de 2009 realizado por Omar Cereso

 Veremundo Fernández nació en 1934 en el seno de una familia pobre y de marcada ascendencia religiosa de la provincia española de Navarra, por aquel tiempo bastión del catolicismo hispano. Seis de sus tíos carnales fueron religiosos, situación que influyó de manera sustancial en el curso que tomó su vida a muy tierna edad.

Con apenas 11 años, y cuando toda España padecía las crisis de su posguerra civil y de la Segunda Guerra Mundial, ingresó en el seminario para consagrar el resto de su existencia a la vida religiosa, dentro de la Orden de los Agustinos Recoletos. “Eran tiempos en los que vocación se escribía con ‘b’ de ‘boca’”, dice hoy Veremundo con cierto dejo de humor, y luego explica: “Por entonces muchos ingresaban en el seminario porque era la única forma de tener un plato de comida diario, aunque debo aclarar que en mi caso también fue por vocación, escrita con ‘v’”.

 

A los 24 años se ordenó sacerdote, y en esa condición viajó a la capital de España para zambullirse en el mundo de la matemática. Al mismo tiempo que cumplía con acciones ministeriales para la Iglesia, y sin demorar un día más de lo establecido en el plan de estudio, el joven sacerdote obtuvo en la Universidad de Madrid el título de Licenciado en Matemática, herramienta que le permitiría años más tarde abrirse paso en los momentos más duros de su vida.

 

Empezó a ejercer la docencia en un colegio religioso de Motril, en la provincia de Granada, donde fue enviado en misión sacerdotal.
Allí, al cabo de un tiempo breve, el activo clérigo no sólo se convirtió en el director del prestigioso Colegio San Agustín, sino que también se transformó –muy a pesar de las autoridades eclesiásticas y civiles- en un reconocido líder social, especialmente respetado por los más desprotegidos, gitanos en su mayoría.
“Había mucha gente que me seguía, y eso generó oposición de algunos sectores y conflictos para la Orden. Decían que era una contradicción brutal que siendo el director del colegio más prestigioso del lugar me la pasara mezclado con los gitanos”, recuerda. Para el cura y matemático el mundo de aquellos tiempos ya no se parecía en nada al que le mostraron durante su formación.
La pobreza y la exclusión de los demás le dolían en su propio cuerpo, y ante esa realidad no podía mantenerse indiferente. Pero el problema se resolvió con un pasaje a la Argentina, otorgado por sus superiores religiosos.

 

Corría el año 1972 y un nuevo capítulo se abría en la vida de Veremundo. “Yo conocía mucho de Argentina por las novelas de Hugo Wast y sentía simpatía por este país ya que había ayudado a España, después de la guerra”, dice.
Su primera experiencia de vida en tierra gaucha se dio en el -por entonces- creciente conurbano bonaerense y en las villas miserias de la capital. El contacto con los villeros reafirmó su compromiso con los desposeídos. Más tarde viajó a Chaco para enrolarse en la diócesis de Presidencia Roque Sáenz Peña, que dirigía el Obispo Ítalo Severino Di Stéfano.
Allí se hizo cargo de una capilla de Villa Ángela, lugar en el que ejerció diferentes oficios, al mismo tiempo que cumplía sus funciones sacerdotales. Primero fue camionero, luego albañil, más tarde ladrillero y por último carpidor de algodón, como la mayoría de los pobladores humildes de la zona.

Fue también en ese lugar donde Veremundo sintió por primera vez brotar desde lo más profundo de su ser el amor por una mujer. “Eso generó en mí una profunda crisis interior y pedí regresar a Buenos Aires, porque necesitaba tiempo para reflexionar”, recuerda. Aquel amor fue un punto de inflexión en su vida como sacerdote. La carrera de religioso estaba próxima a culminar.

 

Tras el regreso a Buenos Aires, el protagonista de esta historia conoció a quien él define como su hermano de fe: Mauricio Silva Iribarnegaray. Era un sacerdote que durante casi un año compartió con Veremundo, además de su pequeña habitación en un conventillo porteño, su trabajo de barrendero en la Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires, su militancia en la juventud peronista y el sueño de construir una sociedad más justa para todos.
Fue por aquel tiempo cuando el amor volvió a conmover la humanidad del sacerdote; pero esta vez sin dejar lugar a las dudas. Veremundo renunció a la vida de religioso, desempolvó su título de matemático y junto a quien hoy es su esposa viajó rumbo a San Juan para empezar una nueva vida.

 

Promediaba la década del ’70 y el país se asomaba a su etapa más oscura. Los antecedentes del ex sacerdote lo convertían en un blanco fácil para el terrorismo que no entendía de amor. “Presenté mi curriculum e inmediatamente me dieron trabajo en la Facultad de Filosofía; luego, cuando empezó la dictadura, tuve que esconder todos los libros de la Teología de la Liberación y los que se les parecían”, rememora.

Fue también por esos aciagos días que se enteró que su amigo Silva había desaparecido, y las sospechas eran las peores. Como no podía ser de otra manera, Veremundo no pudo quedarse indiferente y poniendo en riesgo su vida viajó a Neuquén a pedir por su “hermano” ante el Obispo Jaime de Nevares, quien había sido compañero de seminario del malogrado sacerdote. Pero el esfuerzo no dio el resultado esperado. A pesar de las gestiones del obispo neuquino y del Nuncio de Argentina, nunca se supo nada del desaparecido. “Me llegaron muchas versiones sobre él, incluso que fue torturado en Campo de Mayo y que llegó a ser una de las víctimas de los vuelos de la muerte”, cuenta Veremundo, aún dolido por la suerte de su amigo, que todos los 14 de junio -día de su secuestro en 1977-, es recordado en los Corralones de la Limpieza de la Ciudad de Buenos Aires, donde se celebra en su homenaje el Día del Barrendero.

 

 Veremundo Fernández es padre de cuatro hijos y sigue compartiendo sus días con la psicóloga Magdalena Cullen, que conoció en Buenos Aires cuando era empleado municipal. El compromiso con la justicia lo sigue movilizando tanto como en los tiempos en los que defendía los derechos de los gitanos de Granada. El mismo compromiso por el que sigue luchando para saber qué pasó con Mauricio Silva, su hermano de fe, y con Raúl Tellechea, uno de los primeros amigos que hizo cuando llegó a San Juan.

Textual

Argentina:

“Ha sido y es un país con un potencial muy amplio, así lo muestran sus logros científicos, tecnológicos y artísticos. Pero en lo político no consigo entender lo que pasa. Creo que es necesario achicar las diferencias sociales y distribuir mejor la riqueza. En lo social, la Argentina de hoy me hace recordar mucho a la España de mi infancia”.

 

Un deseo:

“Descubrir lo que pasó con Raúl Tellechea y que aparezcan los responsables de su desaparición forzada, como está caratulada su causa. Raúl y su esposa de entonces fueron integrantes del primer grupo de amigos que hicimos con mi mujer en San Juan. Los directivos de la Mutual de la UNSJ mancharon el nombre de nuestro amigo después de que desapareció en septiembre de 2004 y los poderes públicos se dejaron llevar por lo que dijeron de él. Con el grupo Todos x Raúl seguimos trabajando para descubrir la verdad y lograr que se haga justicia”.

El celibato:

“Es un tema que no puede reducirse a la sexualidad. Mantenerse célibe es una cosa grandiosa, siempre y cuando no coarte la vitalidad y el amor. Hoy, y siempre, hay muchos célibes por el Reino de los Cielos, que reproducen en el mundo el modelo de una auténtica paternidad o maternidad, distinta de la biológica; también se dan bastantes casos de defección entre el clero de la Iglesia Católica. A la hora de definir mi posición, yo votaría por el celibato libre y no obligatorio para los sacerdotes y religiosos”.

 

Dios:

“Sé muy poco sobre Dios, aunque procuro mantener la fe. Me animo a dar testimonio sobre Jesús de Nazaret, que nos enseñó cómo es Dios. Continúo estudiando su vida y analizando el evangelio para descubrir cada vez con más claridad su mensaje, que consiste en procurar la fraternidad universal, porque todos los hombres somos con él hijos de Dios y herederos de los bienes de su casa, en el cielo y en la tierra”.

Fuente: revista.unsj.edu.ar

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San Juan Canta: Veremundo Fernández y Magda Cullen.
Veremundo Fernández, licenciado de matemática y ex sacerdote.