Los Dominicos en San Juan y la custodia de las cenizas de los muertos por el terremoto de 1944

Los restos cremados de los muertos por el terremoto de 1944 en San Juan descansan en la Iglesia de Nuestra Señora del Rosario del Convento Santo Domingo de la provincia. Este artículo sintetiza una investigación realizada a los fines de comprender las razones por las cuales esto es así, en el marco de una indagación más amplia sobre el rol que en ese momento le cupo a la Iglesia de San Juan.

Los fenómenos naturales como el terremoto que sacudió a la provincia de San Juan en aquel año de 1944, provocan daños terribles, que marcan una generación o varias, y necesitan en la circunstancia, que se tomen medidas rápidas, por el bien común, en este caso, el proteger a los vivos, del perjuicio que pueda causarse el dejar restos humanos sujetos a la descomposición y a la suerte de las alimañas.

San Juan es un pueblo católico, y por lo tanto, frente a la desgracia, a lo inevitable, al dolor por las pérdidas, salta la necesidad del consuelo cristiano, por el alma de los que se fueron, y por el acompañamiento de los que sobrevivieron. De ahí el hecho de tener en cuenta la labor de la Iglesia, de sus pastores y sacerdotes en el momento de dolor y angustia, en la crisis espiritual y material provocada por el terremoto.
La Iglesia es una institución espiritual, pero a la vez temporal, como el mismo hombre. Por ello, además de intentar con la siguiente investigación responder un simple interrogante, queda abierta la puerta, para indagar sobre el aporte espiritual y material de la iglesia a la reconstrucción de San Juan.
El presente trabajo está dividido en dos partes. En la primera de ellas, veremos a la ciudad de San Juan anterior al terremoto de ese año y las trágicas consecuencias materiales y humanas que trajo el sismo.
En la segunda parte, nos detendremos a considerar el papel del dominico Fray Gonzalo Costa con posterioridad al terremoto, y su decisión de resguardar las cenizas de los muertos con el movimiento telúrico.
Cerraremos esta parte, con el traslado a la provincia de San Juan de los restos del Padre Costa, en el año 1988, a partir del deseo de un sinnúmero de personas que no olvidaron el papel que le cupo a este fraile en la historia de la provincia.

1944. La ciudad de San Juan cae

“San Juan era en sus cualidades y sus defectos una de las más españolas de entre las provincias argentinas”. Nos dice Horacio Videla(1) citando a Octavio Gil.
El 15 de enero del año 1944 a las 20:53 horas y por espacio de 18 segundos (1) , un terremoto sacudió a la provincia de San Juan, dejando un saldo nunca confirmado de más de 10.000 muertos, y la destrucción de más del 80% de su edificación, en su mayoría de adobe. En algunas zonas de la capital más cercanas al epicentro, como es el caso de la localidad de Concepción, la “destrucción fue total”.
El sismo tuvo una intensidad de 7,8º en la Escala de Richter (el cual mide la energía liberada) y magnitud de 9º en la Escala Mercalli (que registra los daños producidos).
Si bien el de mayor intensidad registrado en nuestro país fue el de San Juan del año 1894 según el I.N.D.E.C. (Instituto Nacional de Estadísticas y Censos), este es el que mayor destrucción material y cantidad de víctimas causó en la historia de la República Argentina.
Son numerosos los testimonios de los sobrevivientes que dan cuenta de su crudeza y magnitud.

El historiador mayor de San Juan, Horacio Videla, testigo de la tragedia, manifiesta:
“En un abrir y cerrar de ojos todo quedó destrozado, convertido en un montón informe de escombros mientras una bruma de oscuridad y polvo se posaba sobre el valle. Edificios públicos, templos centenarios, estaciones ferroviarias, teatros, escuelas, bibliotecas, asilos, hospitales y casas de particulares quedaron en más un noventa por ciento destruidos o en ruinas que no podían repararse”.1

El periodista Manuel Gilberto Varas, agregará: “Fue un remezón violentísimo. Casi, diría que me arrojó al centro de una patiecito de cuatro por cuatro, hacia donde arrastré a mi esposa antes de que ocurriera lo peor. Entonces, fue como si toda la casa, paredes, techumbre, moblaje, fueran sacudidos con furia por una mano monstruosa. Levantados con ímpetu, se elevaron para caer luego con estrépito entre una densa nube de polvo que hacía irrespirable la atmósfera. Todo estaba consumado ante nuestro estupor, asombro, terror, incomprensión” (Varas, 1945:4).

Y el poeta sanjuanino Antonio de la Torre, en uno de sus poemas llamado “Esta fue mi ciudad”, gime de dolor al decir:

Esta fue mi ciudad. Vedla yacente bajo la noche; se agiganta en una belleza sepulcral cuando la luna recorre sus escombros, lentamente. El cielo serenísimo y ausente es un mar silencioso que se aduna de esperanza y de paz.¡Alta fortuna ser tan lejano y parecer presente! El rumor del pasado se levanta de estas calles sin rumbo y sin aurora, de este osario querido que me espanta. ¡Qué profundo contraste el de esta hora en que el silencio de la noche canta, mientras mi tierra desgarrada llora! (De La Torre, 1945:83)

Larga y oscura noche. Las primeras acciones

El terremoto sorprendió a la ciudad con las últimas luces del día. Habiendo terminado la jornada de trabajo, la gente colmaba salones y confiterías de la ciudad. En las iglesias de Nuestra Señora de los Desamparados y de la Inmaculada Concepción se celebraban a esa misma hora, sendos matrimonios, sorprendiendo en plena ceremonia a niños y mayores que, agolpados en la puerta, aprovechaban para “vichar” a los enamorados o se dedicaban a pedir “moneditas”.
La noche cayó pesada y terrible para los habitantes de este pueblo.

No hubo luz y el resto de los servicios se interrumpió por la catástrofe. Las casas derrumbadas cayeron sobre las calles, haciendo muy riesgoso el traslado de los sobrevivientes, que intentaban rescatar a sus familiares, guarecerse, pedir auxilio.
Durante toda la noche se registraron remezones, lo que aumentó el pavor y desconsuelo.
Gracias al valor de un telefonista, quien arriesgó su vida por dar la voz de alarma a Mendoza, la ayuda comenzará a llegar de todas partes.

De la antigua y hermosa ciudad colonial, se puede decir que no quedó “piedra sobre piedra”.
La ciudad entera ha caído, pocas construcciones siguen en pie. Más de 10.000 sanjuaninos yacen entre los escombros y un número mayor presenta heridas diversas.
La labor de rescate comienza. El pueblo de San Juan despierta del letargo en que ha quedado sumido, y la organización sucede al voluntarismo que había caracterizado la acción.
No se estaba solo. A las pocas horas, sacerdotes, médicos, tropas del ejército llegan a San Juan desde Mendoza fundamentalmente y otros vecinos. Con los días, todo el país y países limítrofes (Chile, el primero de ellos), luego el mundo entero, se sumará desde la solidaridad material, monetaria y espiritual, al pueblo de San Juan.

En la ciudad hay que actuar pronto. Se procederá primeramente a la atención y rescate de los sobrevivientes. A quienes presentaban alguna gravedad se los trasladó a Mendoza cuyo Hospital Central fue puesto al servicio de los evacuados. Otros partieron a Buenos Aires.
En una segunda acción se procederá a la búsqueda y extracción de los restos mortales.
Los cadáveres entran en descomposición y hay que levantarlos para evitar las epidemias, y dejarlos a la suerte de alimañas. La cremación se impone, la urgencia de la hora lo reclama. Por la salud de los sobrevivientes.

El rescate de los restos mortales y el sitio de su cremación

El movimiento telúrico afectó a todos y a todo. En casos excepcionales, las construcciones resistieron. Pero fueron eso, excepciones.
En la ciudad de San Juan y alrededores cayeron casi todas las iglesias. Solo quedaron en pie la Iglesia de María Auxiliadora y la de Santo Domingo, condenada esta última a ser demolida por sus daños.
Pocos edificios resultaron ilesos al sismo. Hasta el Cementerio Municipal de la Capital de San Juan sufrió los efectos destructivos.

El cronista Homero Di Russo, del Diario Tribuna, en un detallado artículo titulado “Tampoco respetó el terremoto la sagrada mansión de los muertos”, comenta que las paredes exteriores del cementerio cayeron, se produjo el hundimiento de las bóvedas y destrucción de las galerías, lo que provocó entonces que los ataúdes saltaran al piso desarmándose, provocando que restos humanos, se esparcieran por todo el terreno.(1)
Para evitar saqueos, el ejército se hizo cargo de su cuidado.

Mas allá de la destrucción sufrida, debió prestar funciones de enterratorio. Hasta allí eran llevados los cadáveres recogidos, para ser cremados.
Para esta acción se emplearon camiones y se tomaron “voluntarios” entre los sobrevivientes.
¿Existe referencia a algún lugar determinado donde se llevó a cabo la incineración? Sí. Al parecer, en la última galería del fondo de la necrópolis se improvisó una fosa de 4 metros cuadrados y un par de metros de hondo, donde se iban acumulando las cenizas. Los testimonios sostienen que la ceniza se acumuló a montones, tantos que hasta llegó a formar una especie de pirámide.
Gilberto Varas nos hace una descripción sobre un retrato de situaciones traumáticas que se dieron en la ciudad los días posteriores al terremoto que pocos conocemos:

Velatorios

Entre las calles Güemes y Laprida la velaron; en esa esquina, sin cajón, porque no lo había; tan solo dos cirios.
En la noche obscurísima, el que pasaba por esa esquina, deteníase impresionado.
Un hombre, con la cabeza entre las manos, lloraba en silencio. Tal vez el esposo. A su lado, dos niños dormitando en brazos de la hermana mayor. Más allá, un hombrecito de poco más o menos dieciséis años, contemplaba la escena en pie. Cuidaba que las velas no se apagaran, despabilándolas de cuando en cuando.

No todos los cadáveres se trasladaron al cementerio.
Por un lado, el estado de descomposición, al correr de los días, hizo imposible tal medida. ¿Qué se hizo con tales restos?
En estos casos se los cremaba in situ, con materiales deleznables tomados de las mismas viviendas donde habitaban o se encontraban.
Para ello, se colocaron urnas o cajas en algunas esquinas de algunas cuadras, para el depósito de las cenizas de algún cadáver cremado en el lugar, que después era llevada al cementerio.
En otros casos, algunos pudieron ser enterrados al poder contar con ataúdes.

Una empresa de servicios fúnebres, San José S.A. fundada en San Juan en 1939, entregó gratuitamente los cajones y armazones de chapa a todos aquellos que en la urgencia fueron a pedirlos. José González Amaya se llamaba su propietario, un hombre de bien que en la hora difícil, cuando muchos aprovechan para lucrar, actuó con generosidad cristiana, compadeciéndose del dolor ajeno.

Entre aquellos que pudieron conseguir un ataúd para enterrar a sus difuntos, tenemos el caso concreto de Horacio Videla, quien llevó el cuerpo de su madre y lo enterró en una finca de su propiedad justificando tal medida, la de evitar la cremación, por razones de fe. Luego de muchos años lo trasladó al cementerio municipal.
Todavía en esa época los restos mortales se colocaban en nichos, no existiendo la idea de enterrar en el suelo o en este caso la cremación de los cuerpos.

Fray Gonzalo Costa y el resguardo de las cenizas

La obra de rescate de los restos mortales y su posterior cremación duró poco tiempo. Como ya hemos aclarado precedentemente, el temor aceleró las cosas.
Las acciones encaradas para tal fin fueron realizadas con la seriedad del caso. En unos pocos días, los restos mortales especialmente en la ciudad cubiertos por los escombros, se retiraron para dar lugar a las acciones siguientes.

En muy pocos casos, y a pesar de los esfuerzos, las fuentes trabajadas hasta abril, nos hablan de aparición de cadáveres en la remoción de escombros.
Esta cremación, necesaria por la salud de los sobrevivientes, generó en la población la consiguiente angustia, por el hecho de ni siquiera poder velar los restos mortales de familiares y conocidos que perdieron su vida. Tragedia inconmensurable, colmada al extremo, al tener que sumarle la destrucción de sus bienes materiales y los de la ciudad toda en la que estaban arraigados.

Frente a esta situación, a este panorama incomprensible, será un hijo de Santo Domingo, el que se preocupará cristianamente por el descanso de los muertos y el consuelo de los deudos.
Se debe a Fray Gonzalo Costa, la idea e iniciativa de rendirle perpetua y cristiana memoria a los muertos por el terremoto. Recoger sus cenizas y resguardarlas, velar sus restos perpetuamente para la memoria de las futuras generaciones:
Este dominico estuvo al frente de la iniciativa, y peticionó ante las autoridades civiles y eclesiásticas para que tal acción se cumpliera, encontrando la aprobación absoluta a tan feliz propuesta.

¿Quién es Fray Gonzalo Costa?

Arnaldo Ulises Varas en su libro “Crónica de mi San Juan” hace una referencia biográfica del padre Costa:
“El 12 de agosto de 1954 fallecía uno de los sacerdotes mas queridos a quien los sanjuaninos no olvidamos... Fray Gonzalo Costa había nacido en Buenos Aires, el 16 de marzo de 1877 y profesado en la Orden de Santo Domingo el 3 de septiembre de 1894. El 7 de mayo de 1900 (a los 23 años) oficiaba su primera misa en la Basílica del Santísimo Rosario. Falleció el 12 de agosto de 1954, a la edad de 78 años, en la ciudad de Buenos Aires, adonde había viajado para aliviar su salud quebrantada.

Enumera también, algunas de las funciones que desempeñó en la Orden:

“fue definidor en el Capítulo General celebrado en Coria, España; Rector el Colegio Lacordaire de Buenos Aires durante 12 años. Estuvo en San Juan en 1905, y luego fue Prior del Convento de esta ciudad en el período 1912 – 1914 y luego desde 1937 hasta su muerte, por especial dispensa del Sumo Pontífice para continuar en la dirección del convento por más de tres períodos consecutivos. En virtud de sus grandes dotes oratorias verdaderamente notables, la autoridad superior de su orden le había designado Predicador General”.

Sabemos también que fue Prior del Convento de Santiago del Estero durante los años 1910 y 1912 (GRAMAJO, 2003:73).
Es especialmente interesante y útil para el presente trabajo, la fama que según Varas, se ha granjeado el padre Costa por su actuación durante el período del terremoto:

“Su personalidad destacó con relieves singulares poniendo su profunda humanidad con el terremoto del 15 de enero de 1944. En la oscuridad de aquella noche terrible, sin darse un minuto de reposo, abriéndose paso entre los escombros, llegando a los barrios mas apartados, se multiplicó para llevar los auxilios de la religión de los moribundos, asistir a los heridos, confesar y dar la absolución y reconfortar a los que sufrían con su temple viril y su fortaleza de sacerdote”.

En la misma línea, hemos rescatado un artículo de de Francisco Compañy “El problema religioso en la ciudad destruida”1. En él hace una referencia a los efectos negativos del terremoto para la religión en San Juan. Al iniciar el mismo, reflexiona sobre la acción de los sacerdotes en la noche que siguió al terremoto:

“... una veintena de sacerdotes había para atender una zona de mas de cien mil almas la noche trágica. Algunos no los vieron... No es raro; la noche era muy negra, no había luz; además eran muchos los aturdidos que deambulaban mirando sin ver nada. Pero otros los vieron, según he podido informarme”.

Sobre esos sacerdotes que fueron vistos cumpliendo su misión, al único que hace referencia el autor es al Padre Costa:

“Vieron, por ejemplo, al Padre Gonzalo Costa, sacerdote venerable y popular, con hábito blanco de dominicano, quien se encontraba con otros compañeros en su convento cuando acaeció el sismo. Sus dos compañeros salen penosamente de entre los escombros, aplastados más bien por la impresión que por los adobes. Había crujido la magnífica iglesia de cinco naves; estaba derruido el convento. Deja al Padre (Juan) Zurita la tarea de arreglar las cosas dentro y sale...”.

La nota de Compañy cita palabras del padre Costa, a quien ha podido entrevistar. Estas son las únicas palabras que se han podido rescatar de Costa, pues no hay registro en el archivo conventual de esta época.
En ellas comenta:
“Di absoluciones de todas formas. De aquí me llamaban por un herido; de allá me llegaba el quejido de un moribundo; ayes y voces salían de entre las ruinas. En la imposibilidad de confesar a cada uno y de absolver en todos los casos individualmente, les hacía rezar un brevísimo acto de contricción y los absolvía. Absolvía en el interior de las casas, en los montones informes; los que pasaban horrorizados me pedían absolución...”

Luego el autor nos da un dato sobre el tiempo que Fray Costa estuvo atendiendo urgencias en los momentos posteriores del terremoto, que terminan de pintar el cuadro de este sacerdote dominico admirable, auténtico pastor de almas: “Desde la noche de 15 hasta la tarde del 17 no conoció descanso”.
Las acciones que llevó a cabo Fray Costa, en la noche trágica, le valieron la aprobación y respeto del pueblo sanjuanino que no olvidó nunca a este sacerdote:

“Su conducta y ejemplo trascendieron entonces a todas las clases sociales, al pueblo entero de San Juan, de tal manera que para nadie su figura era desconocida y por todos era respetada y amada. Por su humildad y sencillez rehuía todo boato y tal vez mucha gente nunca lo trató pero el pueblo sabía que él era el fraile dominico que recogió las cenizas de los muertos en el terremoto y que supo cumplir con su deber en la noche trágica” (Varas, 1984: 128).

Pasado el momento del terremoto Fray Costa dedicará su esfuerzo en acelerar la voluntad de las autoridades nacionales para que San Juan vuelva a levantarse: “... también fue un apremiante propulsor de la reconstrucción y cuando las cosas comenzaban a dilatarse por la pesadez de la burocracia, bajó muchas veces a Buenos Aires y golpeó las puertas de los ministerios para hacer escuchar su voz (Varas, 1984:128).

Y resalta un detalle que le ha quedado marcado: “Favoreció en gran medida a los pobres y donó los ladrillos del viejo templo derrumbado a los más necesitados para que pudieran levantar las primeras paredes”.
Dejando de lado su actuación en el período del terremoto, Arnaldo Ulises Varas, amigo personal del Padre Costa, tiene sentidas palabras para quien fuera su amigo:
“Pero cuánto más han llorado su desaparición de este mundo además de los que conocieron de cerca sus dotes personales. Recordamos las tertulias del atardecer en el patio colonial de viejos naranjos de Santo Domingo y la conversación amable y sentenciosa de este sacerdote” (Varas, 1984:127)

El mismo Varas extracta una semblanza que para su fallecimiento, publicara el Diario Tribuna:
“Era el viejo y respetado superior de los dominicos, una figura de excepción. Asombraba el candor de su espíritu limpio y la fortaleza de su carácter, capaz como pocos para el apostolado y ganaba a todos la bondad profunda de su alma, extraordinarias dotes estas que le permitieron realizar una obra de vastísimos alcances”

Cierra el relato destacando una característica peculiar del atuendo del padre Costa y de su carácter: “Fray Gonzalo, el de la blanca sotana y el gesto cordial... fue además un admirador de Fray Justo Santa María de Oro, para cuya estatua posó…”
El autor hace referencia a la estatua de Fray Justo Santa María de Oro, que se encuentra en la plaza central de San Juan, conocida como Plaza 25 de Mayo. Fray Costa posó para el artista Luís Correa Morales(2). La estatua se inauguró el 9 de julio de 1897.

Petición de las cenizas, traslado y resguardo

La iniciativa del Padre Costa de que las cenizas de las víctimas del sismo que fueron incineradas en el Cementerio Municipal, fueran recogidas en una urna y guardadas en el convento, hasta tanto se construyera el panteón definitivo fue recibida con beneplácito por los poderes públicos y toda la gente.
La Intervención Federal hizo público el decreto de aceptación de la petición del Padre Costa. En él se nos brindan los fundamentos de tal decisión:

“Vistas las gestiones realizadas por el Rdo. Padre Prior del Convento de Santo Domingo, Fray Gonzalo costa, en el sentido de que las cenizas de las víctimas del sismo que fueron incineradas en el Cementerio Municipal, sean recogidas en una urna y guardadas en dicho convento, hasta tanto se construya el panteón o monumento que las ha de contener definitivamente;
Y considerando: Que es deber del gobierno disponer y fomentar todas las medidas conducentes a la conservación de los restos de valor histórico, cultural o afectivo, quedados después de la catástrofe de enero;
Que las cenizas de las personas fallecidas a causa del terremoto y cremadas, por fuerza de las circunstancias, en el Cementerio Municipal, constituyen, para quienes perdieron sus seres queridos, un motivo de piadoso recuerdo;
Que en el proyecto de presupuesto para el presente año, se prevé en consecuencia con esta idea, una partida destinada a la construcción de un monumento, que ha de erigirse en memoria de las víctimas;
Que a raíz de las gestiones iniciadas por el Rdo. Padre Costa ante el señor interventor titular, coronel D. José Humberto Sosa Molina, que les prestó franco acogimiento, la Municipalidad de la Capital ha acordado la autorización para el traslado de los restos que se menciona;
Que dicho traslado se documentará debidamente por acta levantada ante escribano público, el Interventor Federal interino decreta:
Art. 1º - Acéptase la invitación al acto del traslado de las cenizas de las personas fallecidas en el terremoto, que se efectuará el día miércoles 5 del corriente, a las 9:30 y a la misa que en sufragio de todas las víctimas, se realizará a las 10 del mismo día…”(3)

Contando con la autorización del Interventor Federal Interino, Dr. Roberto Videla Zapata, se fijó como fecha el día miércoles 5 de abril para realizar el acto de recolección de las cenizas de las víctimas del cementerio municipal, y el consiguiente traslado de las mismas a la Iglesia de Santo Domingo para ser colocadas allí, en una ceremonia religiosa pública.
Se estableció toda una programación para ese día.

El acto del 5 de abril

El día 5 de abril de 1944 se realizó el traslado de las cenizas para custodia de la Orden Dominica. En el Diario Tribuna, el principal de la provincia, apareció detallado el programa de los actos, que comenzaban a las 9.30 en el Cementerio Municipal de la Ciudad de San Juan. Allí el Intendente Municipal Víctor Pochat y Fray Gonzalo Costa procedieron a extraer de las cenizas acumuladas una pequeña porción, que fue depositada en una urna y de ahí colocada en una carroza fúnebre.
Para constatar el acto se estuvieron presentes, el Interventor Federal Interino Dr. Roberto Videla Zapata, y algunos Ministros quienes verificaron el contenido de la urna con el escribano público Rogelio Oro
La urna fue trasladada a la carroza por el Interventor Federal, el Ministro de Obras Publicas Ingeniero Romeo Gaddi, el Intendente Municipal Víctor Pochat y Fray Gonzalo Costa.
La carroza con el consiguiente cortejo fúnebre, se trasladó a pie desde el cementerio a la iglesia del Convento de Santo Domingo, recorriendo una distancia aproximada a los 1.300 metros.
En la iglesia los esperaban las autoridades eclesiásticas encabezadas por el Arzobispo Monseñor Audino Rodríguez y Olmos.
La Santa Misa fue oficiada por el Presbítero Alejandro Blanco, en el atrio de la Iglesia y luego el Obispo hizo referencia a la feliz iniciativa de Fray Costa y predicó sobre la resurrección de los muertos en el día del juicio
Posteriormente el escribano Oro leyó el Decreto por el cual el Interventor se hacía cargo de las cenizas de los difuntos del terremoto y la entregaba a la custodia de Fray Gonzalo Costa en su carácter de Prior del Convento de Santo Domingo.
Se rezó un responso y culminada la ceremonia se dio paso a la gente, que en número importante participó de la ceremonia, viviéndose escenas conmovedoras.
La urna y carroza donde se colocaron los restos y posteriormente se trasladaron hasta el sitio definitivo, fue donación del Señor José González Amaya, propietario de la Empresa de Pompas Fúnebres San José S.R. Ltda.

El atrio de la Iglesia de Santo Domingo sirvió para la ceremonia en cuestión. No se realizó en el interior por razones de prudencia, debido a que tuvo importantes daños con motivo del terremoto, y si bien las opiniones divergen sobre si pudo salvarse, fue demolida definitivamente.
Aclaramos que los templos de la ciudad, a excepción de María Auxiliadora, la Iglesia de María Auxiliadora y la de Santo Domingo, cayeron con el sismo y quedaron inutilizados para el culto.

Los restos de Fray Gonzalo Costa son traídos a San Juan

El afecto duradero de San Juan por su fraile no podía quedar en el olvido. Por ello, en enero de 1998, sus restos cremados fueron traídos a San Juan por una comisión ad hoc.
Sus cenizas fueron depositadas en una urna, donada por la viuda de José González Amaya, aquel que donó la urna para los muertos en 1944, la Señora. Mary de González Amaya y colocada en el interior del templo de Santo Domingo, donde descansa en feliz memoria, aquél que hizo posible el rescate y eterna memoria de los que perecieron en aquel luctuoso acontecimiento.
Como no podía ser de otra manera, los frailes colocaron la urna con las cenizas de los muertos del terremoto de 1944, muy, muy cerca de las del Padre Costa, al pie del sagrario

Conclusión

La idea de este trabajo de investigación fue encontrar una explicación a la inquietud sobre el porqué de las cenizas de los muertos por el terremoto en la Iglesia del Convento de Santo Domingo, situación que resalta la importancia que los dominicos han tenido en la vida provincial.
Lógicamente en estos sucesos, aparecen personas “posibilitadoras” de los acontecimientos. Gente que piensa y realiza. Y detrás de ellos, los que acompañan, fundamentales también para la consecución de las ideas.
Por ello sale a la luz un personaje como Fray Gonzalo Costa, quien motiva y conmueve a los poderes públicos para que se de eterna memoria y votos espirituales a los muertos por el terremoto, “representados” en esa urna. Es importante destacar también que hubo un sinnúmero de personas que acompañaron la iniciativa.
Fundamental es decir además, que la orden de Santo Domingo de San Juan, ha cumplido con fidelidad la misión de custodia de los restos de los que perecieron como consecuencia del terremoto del 15 de enero de 1944.
Ininterrumpidamente, los 15 de enero se celebra la Misa en honor a los difuntos del terremoto, a la que asisten las autoridades de la provincia y numeroso público.
Baste con el rescatar estos nombres, para satisfacer esta pequeña investigación y cerrar la misma con un fragmento de una hermosa poesía que en homenaje a sus Bodas de Oro de ordenación sacerdotal del Padre Fray Gonzalo Costa, pronunciara el 7 de mayo de 1950 en el Colegio Santa Rosa, la Srta. Hebe Almeida.

Homenaje

Este, Padre, que en torno a vuestro santo,
y venerable ocaso condiciona
la emoción de una fiesta inolvidable
que en vuestro honor propician nuestras monjas,
es el fruto bendito de una siembra
que abonasteis de amor y de piadosa
consagración a Dios, en una larga
y esclarecida vida venturosa.
Hace ya cincuenta años que empezasteis
la misión de alumbrar en nuestra sombra;
lleváis ya medio siglo caminando
entre el escepticismo que se mofa
de la santa misión de vuestra empresa

Ya tiene medio siglo vuestro empeño...
Y el fruto de esa siembre generosa
de Religión, de Fe, de Catecismo,
de Piedad y de Amor, ved cómo brota
la espiga del afecto que os distingue
y el júbilo de todos, que se asocia
a vuestro inmenso júbilo cristiano
con que llegáis a ver las áureas bodas.

Ya tiene medio siglo vuestro empeño...
Y el fruto de esa siembre generosa
de Religión, de Fe, de Catecismo,
de Piedad y de Amor, ved cómo brota
la espiga del afecto que os distingue
y el júbilo de todos, que se asocia
a vuestro inmenso júbilo cristiano
con que llegáis a ver las áureas bodas.

...Aquí, al menos, en donde vuestras obras
nos han llegado al alma y os debemos
las cenizas sagradas y preciosas
de aquellos que se fueron
el día de tristísima memoria...
Si no fuera por vos ¡dónde estaría!
¡En qué viento andaría a estas horas!
¡Qué abono de qué planta hubieran sido
y en qué jardín serían ya corolas!...
Fue Dios, sin duda alguna, el que os llevara
hasta la pira trágica y luctuosa
a rescatar del fuego crepitante
nuestro devocionario de memorias,
de sagradas memorias que llenaron
nuestros días sin penas ni congojas...
A vos os las debemos y en tanto haya
alguien que se arrodille entre las sombras
del Templo, en que con lágrimas y flores,
las sagradas cenizas se custodian,
las últimas palabras de los rezos
serán vuestras, muy vuestras, Padre Costa.
Gracias, pues, en el nombre de la madre,
del hijo, de la novia, de la esposa,
de todo el que allí duerme el largo sueño
a la espera de aquella nueva aurora
que alumbrará en el cielo para todos
tras esta larga noche tenebrosa.
La ocasión es propicia para daros
las gracias Padre Costa...

Luis J Bates

El autor
Nacido en San Juan, el autor es Profesor de Enseñanza Media y Superior en Historia. Se desempeña como Asesor Histórico para el Convento de Santo Domingo de San Juan y el Monumento Histórico Nacional “Celda de San Martín”.

Ha escrito en publicaciones históricas locales y participa en proyectos de investigación de la Universidad Nacional de San Juan, así como en iniciativas gubernamentales relacionadas con la recuperación del patrimonio arqueológico e histórico provincial.

Bibliografía:
- INPRES, Instituto Nacional de Prevención Sísmica. Manual de Prevención  Sísmica e Historia sísmica de la República Argentina.
- GUERRERO, César H., Lugares Históricos de San Juan. San Juan, AHyASJ Ediciones Especiales, 1962.
- VARAS, Arnaldo Ulises, Crónica de mi San Juan. San Juan, Talleres Gráficos Lara, 1984. pág. 127.
- VARAS, Manuel Gilberto, Terremoto en San Juan. Bs. As, Editorial Luis Lasserre, 1945.
- DEL CARRIL QUIROGA, Pablo Alberto, Hilvanando Recuerdos. Páginas íntimas. San Juan, Editorial Sanjuanina, 1973.
- DE LA TORRE, Antonio, Mi Padre Labrador. Buenos Aires, Peuser, 1945.
- GRAMAJO DE MARTÍNEZ MORENO, Amalia, Los Dominicos en Santiago del Estero. Santiago de Estero, Ediciones V Centenario, 2003.
- VIDELA, Horacio, Retablo Sanjuanino. Bs. As., Peuser, 1956.



Fuentes:
- Archivo del convento de santo domingo. Provincia de san juan. Informe sobre las gestiones y archivo fotográfico del homenaje realizado por el eterno descanso a las victimas del terremoto de 1944 y el entierro de los restos de Fray Gonzalo Costa en el templo del Convento de Santo Domingo. 1998.
- Archivo del convento de santo domingo. Provincia de san juan. Repositorio de Imágenes, del Convento que fue dañado con el Terremoto de 1944.
- BOLETIN OFICIAL del arzobispado de san juan de cuyo y obispados sufragáneos mendoza y san luis. Publicación oficial en la republica argentina. Año XXVIII. San Juan, abril 15 de 1944.
- Homenaje, artículo de Diario Tribuna, Viernes 12 de mayo 1950.
- Diario Tribuna. San Juan, abril de 1944. Biblioteca Franklin.
- Diario Tribuna. San Juan, 12 de mayo de 1950. Biblioteca Franklin.
- Diario de Cuyo. Artículo “El día que San Juan cambió”. San Juan, 15 de enero de 1998. Página 4
- Diario de Cuyo. Artículo “La tragedia vista por Horacio Videla”. San Juan, 15 de enero de 1998. Página 5


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Ver Terremoto de 1944

Ver Reconstrucción de San Juan (1944-1960)



 

GALERIA MULTIMEDIA
Urna con las cenizas de los fallecidos en el terremoto del 15 de enero de 1944.
Sagrario de la Iglesia de Santo Domingo donde se encuentra la urna con las cenizas de las víctimas del terremoto.
Artículo del diario Tribuna del 6 de abril de 1944. El día anterior se había hecho la ceremonia por la cual las cenizas fueron entregadas al Convento de Santo Domingo para su custodia perpetua.
Fray Gonzalo Costa en una fotografía de mediados de la década de 1940.