El tránsito en San Juan siempre fue un problema

Es cierto. El tránsito en San Juan siempre fue un problema. Y desde que llegaron los automóviles en la primera década del siglo XX, hubo accidentes.Esta nota extraida del excelente libro La Ciudad Perdida, memoria urbana de San Juan preterremoto 1930- 1944, de Isabel Girones, constituye una deliciosa pintura de época además de un valorable aporte histórico.

La generalización del automóvil, desde la década de 1920 en adelante, planteó un verdadero problema a las autoridades de la vieja ciudad. Calles estrechas y sin ochavas provocaban contínuamente accidentes, fundamentalmente en el radio céntrico, sucediéndose las ordenazas sobre velocidad máxima 30 kilómetros, uso de “claxon”, distancia de diez metros entre automovilistas, conservación de la “mano”, indicación del conductor al doblar, etc. Y finalmente la aparición de los agentes de tránsito o “varitas” e inspectores para infracciones.
A principios del treinta ya funcionaba esta especie de policía de faltas, terror de los jóvenes y de las damas que comenzaban a ser usuarias masivas del automóvil.Una nota peculiar, fue la aparición de una columna permanente en los periódicos locales de 1930, que luego desapareció, titulada “Inspección de Tráfico”. Ella comunicaba día a día la lista de infractores y aunque sin nombres, que por otra parte no eran necesarios en el pueblo chico, mostraba las principales contravenciones que se habían cometido:

Las multas eran de diez a treinta pesos, pero generalmente algún “padrino” las sacaba por tres o cuatro haciendo desaparecer el parte de denuncia. Los inspectores y varitas, no gozaban precisamente del aprecio público, más de una carta al lector les acusaba de abuso de autoridad y “lengua indigno para las damas”.
A fines de 1936 se instalaron las primeras garitas en las esquinas de la capital, hecho que fue festejado jocosamente por el humor popular calificándolas como “jaulas para iviñas”; siendo consideradas ceremoniosamente por las autoridades como símbolo de adelanto urbanístico a nivel de las grandes ciudades.
Peor fue aún cuando en febrero de 1938 se les dotó a los agentes de tránsito de uniforme de verano, con chaqueta blanca y sombrero aislante, entonces fueron “varitas disfrazadas de primera comunión”. Para 1937 la gestión municipal debió extremar las medidas de contralor y sanciones debido a la cantidad de accidentes y la presión de la prensa. La verdad es que la situación del micro centro era caótica, las calles centrales, aún sin pavimento se había convertido en playas de estacionamiento de ambos lados, lo que dificultaba enormemente la circulación formando grandes colas, bocinazos y disputas en más de una ocasión.
“El tránsito de vehículos ha aumentado enormemente en San Juan. El automóvil se ha generalizado en forma tal, entre nosotros, y el movimiento de ómnibus y otros vehículos de transporte colectivo de pasajeros ha aumentado en proporciones tan llamativas que se hace cada vez más necesario que las autoridades edilicias controlen con la máxima severidad y energía el tránsito de vehículos en el radio de la ciudad y en la zona céntrica…
El estacionamiento de vehículos a uno y otro lado de la calle, en las que circundan la Plaza 25 de Mayo y sus adyacentes constituyen un gravísimo peligro para los demás vehículos y para el tránsito de peatones dado la estrechez de aquellas. El riesgo se advierte más frente a los hoteles, cinematógrafos y confiterías, donde en las horas de la tarde y de la noche se acumulan un enorme número de automóviles cuyo estacionamiento hace, en muchas ocasiones, imposible el tránsito.
La preocupación que la autoridad edilicia de la Capital demuestra por solucionar este grave problema es digna de elogio y estímulo. Y ese estímulo debe prestárselo toda la población y, en primer término los funcionarios oficiales, cuyos vehículos suelen frecuentemente dar motivo a la intervención de los inspectores de tránsito de la municipalidad de la Capital.
Debe encararse el problema con espíritu igualitario. Todos deben estar sujetos a las mismas obligaciones. Las exenciones, además de odiosas, postergan la solución anhelada y sembraran mayor anarquía si cabe, en este asunto”
El párrafo trascripto resulta por sí mismo lo suficientemente ilustrativo para más comentarios.
El problema principal se producía en la noche, cuando cesaba el horario de los inspectores municipales, allí era cuando los automovilistas y ciclistas se sentían dueños de libertad absoluta para circular y estacionar, pues los servicios de la Dirección de Tránsito cesaba a la una de la mañana. Luego de esa hora no existía control de “mano y contramano” en la ciudad, inclusive estaba permitida la doble circulación.
La pavimentación de las calles obligó a emitir severas ordenanzas sobre el estacionamiento nocturno, otro problema cotidiano, sobre todo en los lugares de diversión, pero también en hoteles, pensiones y domicilios particulares.
“Por comodidad mientras se entrega al reposo los sanjuaninos abandonan en la calle los automóviles, con la seguridad que han de encontrarlo al día siguiente frente a la puerta. Se ahorraron así la molestia de guardarlo en el garaje o de tener que ir a retirarlo. La calle —piensan o proceden como si tal pensaran— es de todo el mundo, y deducen de esa premisa un derecho ilimitado, que faculta a cada uno para hacer lo que quiera en la vía pública… ya crean una serie de dificultades para los obreros municipales que realizan la limpieza de barrido y riego de las calles mientras la ciudad duerme. En ese espacio que ocupan los vehículos abandonados esa necesaria higienización de las arterias urbanas, no puede hacerse…
Señalamos este abuso porque creemos que es conveniente terminar con él. La complacencia y la no aplicación de las disposiciones reglamentarias darán carácter de licitud al abuso y dentro de poco tiempo las calles serán los únicos garajes de la ciudad”.
En febrero de 1939, el nuevo Comisionado de Capital doctor Alberto Spezel Berro dictó una estricta ordenanza, en el marco de la intervención federal, por la cual se suprimía el “tránsito libre” después de la una de la mañana, debiendo respetar la dirección de mano única, excepto en las cuatro avenidas circundantes (España, 9 de Julio, Rawson y Entre Ríos). Concretamente establecía que estabanincluídas en esta disposición: bicicletas, triciclos, motocicletas, motocicletas y sidecares, que deberían circular siempre próximos al cordón de la vereda. (1)
Nuevos inconvenientes se presentaron con la aparición masiva de las líneas de ómnibus. Buscando los recorridos más lucrativos las líneas de transporte de pasajeros convergieron en las cuatro calles principales: Rivadavia y Mitre (de este a oeste) y Mendoza y General Acha (de norte a sur), perturbando aún más la congestión en horarios comerciales, con sus paradas para recoger pasajeros. Fueron inútiles todas las tratativas para llevar los circuitos a calles menos céntricas, las empresas llegaron hasta el paro del servicio para mantener sus líneas en las calles centrales, aceptando, a fines de la época, una estación terminal proyectada en el Plan Regulador que nunca llegó a concretarse.
La pavimentación de la ciudad agravó otra situación. Dado que los conductores desarrollaban más velocidad, al frenar se producían desplazamientos de los vehículos en forma diferente al enripiado a los viejos adoquines. La primera víctima del pavimento ocurrió el 7 de marzo de 1938, desgraciadamente un niño, atropellado por un desaprensivo conductor que huyó sin ser identificado. (2)
Para 1942 San Juan encabezaba el triste record de los accidentes de tránsito en relación con los habitantes, la estadística luctuosa establecía que durante el año habían muerto veinticuatro personas y trescientas cuarenta habían resultado heridos en accidentes de vehículos en la vía pública. (3)

La seguridad

La época estudiada estuvo caracterizada por la violencia política y la “política brava”, representada por “milicos” y “bombachudos” entiéndase por esto la denominación que se daba al policía uniformado y a los “supernumerarios”, por llamar de alguna forma a los servidores del orden político de turno.
Salvo en épocas electorales la población de la Capital de San Juan vivió un clima de tranquilidad en cuanto a la seguridad de las personas y los bienes. Las crónicas policiales señalan algunos atracos menores, pandillas, robos menores a comercios, arrebatos, estafas, timos o “cuentos del tío”, que no representarían situaciones críticas de inseguridad por su frecuencia.
Distinto era el panorama en los bajos fondos de la marginalidad, allí la guerra de pandillas tanto por liderazgos como por invasiones de zonas de juego y prostitución, fue materia de constantes titulares por sus vendetas y omertades. Registrando también la presencia de ramificaciones de la mafia rosarina de Juan Galiffi.
Lo cierto es que la capital provinciana, salvó en épocas de desordenes políticos, vivió la típica tranquildad de sentirse segura. Un rol importante jugó en esto la estricta vigilancia de las rondas policiales que se realizaban en todo el perímetro de la ciudad y sus alrededores.
En las entrevistas realizadas notamos una diferencia de apreciación entre el “milico”, típico personaje bravo de las comisarías y el “vigilante”, reconocido como una figura amena y familiar a la que no temían recurrir los vecinos ante la el menor síntoma de alarma.
Un completo reglamento elevado por el Jefe de Policía José A. Tourres, nos da cuenta del sistema de vigilancia de la ciudad. Establecía el sistema de rondas por sectores y la comunicación por silbatos reglamentarios de portación obligatoria, aún en horarios francos, la codificación de señales del silbato permitía controlar la ciudad por repetición de la seña en pocos minutos.
Seis señales codificaban las órdenes:
1) Una pitada corta: llamada al agente más próximo.
2) Dos pitadas cortas: llamada del oficial o sargento a la comisaría.
3) Una pitada larga y una corta, alerta o ronda de comunicación.
4) Una pitada larga y dos cortas, pedido de auxilio
5) Dos pitadas largas, aviso de incendio
6) Una pitada larga y tres cortas llamada del oficial sargento a algún punto de la calle.
Por lo general la gente se sentía tranquila y protegida con la presencia nocturna del vigilante. “…la verdad es que nosotros salíamos ya desde mozos sin ningún tipo de problemas, nos sentíamos amparados por la ronda nocturna de los vigilantes de la policía que no eran tan guasos como los milicos de la comisaría, los vigilantes duraban años en la zona y casi eran amigos de la casa, me acuerdo que en verano, calculábamos la hora de la una por los silbatos de los vigilantes, ese era el límite para volver a la casa… nunca les tuvimos miedo, bastaba con decirles yo soy el hijo de fulano que vive en tal parte para que nos reconociera, yo sé que en otras partes de la ciudad la cosa no era igual, pero nosotros nos movíamos por nuestra calle y no andábamos en picardías ni en chupandinas y eso los vigilantes lo sabían /…/ con los malandras era distinto, y aunque no portaban armas sino palo y cachiporra ¡guay! Que agarraran a uno haciendo tropelías, enseguida tenía dos o tres milicos de los bravos y l aseguro que ese no dormía sano de noche…”

Ruidos nuevos y ruidos viejos

Vivir en una ciudad moderna tendría sus costos para los viejos vecinos, la tranquila ciudad decimonónica transformada por obra de las innovaciones tecnológicas y el asfalto, exigiría acostumbrarse a un nuevo estilo de vida. Adíos a las tranquilas siestas de verano, adiós también a los silencios de la calle durante la noche, donde el sonido del motor se reconocía que vecino estaba llegando a su hogar. Ahora todo eran bocinazos, frenadas, aceleradas, altoparlantes de propagandas políticas o comerciales, de cines y espectáculos. Todo el centro era ruidoso. Cuanto más cerca del espacio predominantemente comercial, peores eran las condiciones de descanso, ya ni siquiera se podía dormir de noche con ventanas abiertas en verano.
Las confiterías y los comedores se multiplicaban en la capital de San Juan. La última moda eran las pistas de baile al aire libre que se instalaban por todas partes, en locales provisorios que sólo se explotaban tres meses de verano y atronaban con sus altavoces. Los medios de prensa presionaban para la prohibición estas instalaciones, así en octubre de 1943 leemos:
“Es verdad que contra el exceso de ruidos se han dispuesto en años anteriores algunas medidas fijando el volumen del sonido de los altavoces de modo que trasciendan lo menos posible del lugar donde se baila, como es verdad que la inspección de higiene se ha hecho presente en las pistas donde se baila y donde además, se bebe en abundancia.
Pero una y otra cosa no remedian nada, particularmente en el radio de la ciudad comprendido entre las cuatro avenidas, las molestias de los vecinos continuaron a pesar de ponerle sordina a la música, cosa que no puede hacerse con el público que se divierte ruidosamente, sin consideración alguna por los que duermen ni los enfermos cuyo descanso turban y molestan. /…/
Hay que suprimirlas entonces en el espacio mencionado que es el más densamente poblado de la ciudad. Más allá de las cuatro avenidas adoptando severas disposiciones de policía y contralor para evitar ruidos molestos, podría permitirse… Que las molestias sean para los que se divierten, viajando un poco más allá del perímetro urbano y no para los que descansan de sus trabajos para reanudarlos al día siguiente”.
El párrafo procedente mostraba el cambio típico del discurso generado por una mentalidad urbana, el etnocentrismo de la urbe; si para ellos el uso era molesto, se arreglaba llevando el problema hacia la periferia de la ciudad. Sacar lo sucio, sacar lo molesto, sacar lo antiestético era la clave para transformar la aldea en ciudad, desplazando el problema hacia otras comunidades sin brindar soluciones de fondo.
Hemos incluido en nuestro epígrafe “ruidos viejos”, porque la ciudad en su búsqueda de progreso visible, dejo de lado muchas cosas que habían tenido significación social en la aldea. Solo por mencionar algunas: el coche de plaza y los pregoneros.
El coche de plaza o “Cafre” y sus características cocheros desaparecieron reemplazados por el taxi y el colectivo; una ordenanza municipal de 1937 les prohibió el estacionamiento en su lugar tradicional, la Plaza 25 de Mayo, relegándolos después al espacio de la estación y el playón de la feria; luego se les permitió el Parque de Mayo, pero con la obligación de limpiar las heces de los animales, quedando finalmente al margen del servicio de transporte de pasajeros.
Los pregoneros fueron una institución en la provincia. Las tiendas promocionaran sus ofertas por medio de estos personajes, que instalados en la puerta del establecimiento realizaban a viva voz la oferta de la casa, mechando con el chiste, el piropo o la frase oportuna para atraer al cliente hacia el establecimiento de su mandante. Cada uno a su estilo, con distintos acentos idiomáticos, pregonaba hora tras hora las promociones.
La costumbre fue considerada anticuada y molesta para los transeúntes de la ciudad moderna, una ordenanza municipal prohibió este tipo de propaganda sancionando, con multa pecuniaria de veinte pesos y cincuenta por reiteración, a todo comerciante que empleara pregoneros en su establecimiento.
Desde 1930 la radio, con la ventaja de penetrar hasta lo más íntimo del hogar familiar, había comenzado a desplazar el simpático trabajo de los locutores de la calle.

Inspección de tráfico

Se han citado a esta inspección los propietarios de los siguientes automóviles: l Número 132 Capital, contramano y exceso de velocidad por Laprida desde Rawson hasta la altura de 1234.
Número 2747 Chimbas, exceso de velocidad, contramano y sin luz por Laprida.
Número 434 Capital, contramano por Catamarca en Entre Ríos a Laprida.
Número 2799 Desamparados, exceso de velocidad por Laprida y mal estacionado en Rivadavia frente al Club Social.
Número 189 Capital por no obedecer la señal del agente de tránsito, dándose a la fuga.
Número 504 Capital, por circular sin luz en la Plaza 25 de Mayo.
Número 2476 Santa Lucía, escape libre en Rivadavia y General Acha.
Auto 9 ómnibus de Angaco Sur, por no dar cumplimiento al horario de salida.
Auto 41 de alquiler, Albardón, estacionado de contramano en Rivadavia y Alem.
Auto 18 ómnibus, exceso de velocidad por Laprida, de Rawson a General Acha.

Un trabajo de Isabel Gironés de Sanchez:
Profesora y magister de Historia de la Universidad Nacional de San Juan Autora de numerosos trabajos de investigación, fue ministra de Educación de la provincia y actualmente se desempeña  como docente, investigadora y coordinadora de la maestría de Historia de la Facultad de Humanidades y Artes



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GALERIA MULTIMEDIA
Los autos de alquiler. La empresa giraba con el nombre de E.S.T.A. y tenía su sede en la calle Rawson. Contaba con varios vehiculos de alquiler modernos para la época, comienzos de los años 40 (Foto publicada en (El San Juan que Ud. no Conoció de Juan Carlos Bataller)
Garita instalada en Mitre y Gral Acha.
Carnet de conductor perteneciente a Juan Carlos Desgens, otorgado en marzo de 1936 por la Municipalidad de Concepción.
Esta foto pertenece a la esquina de Tucumán y Rivadavia los coches estaban estacionados de los dos lados de la calle.
En la foto de abajo se observa a las motos con sidecars que fueron una pasión en los años 20.