El piloto entrerriano vivió la mayor alegría de su carrera; "Lo de la vuelta de honor fue único", dijo. Por Xavier Prieto Astigarraga
Tan paranaense como la costanera de la capital entrerriana, Mariano Werner 
visitó por primera vez Buenos Aires cuando estaba en sexto grado, época ya de 
karting para él. Anduvo por el Cabildo, el Teatro Colón... 
Nunca volvió 
desde entonces a tomar un subte, hasta anteayer, cuando concurrió al circuito en 
medio de la gente y bajo tierra. Identificado él con los colores de Toyota, 
algunos lo miraron con molestia y dos o tres entrerrianos lo reconocieron. Nunca 
se radicaría en la urbe porteña, pero sólo por el tránsito. "Si no, sería lindo 
vivir acá", cree. "Pasé hace una semana por Buenos Aires y ya se me puso la piel 
de gallina", contó ayer, cuando el trofeo con forma de Obelisco ya tenía 
destinado el mejor lugar de su casa. Estaba exultante el muchacho, de 23 años. 
"Voy. Quiero verte ganar", le había dicho José, su papá, venido de Entre Ríos. 
Mientras estuvo en carrera, Mariano casi se olvidó de que estaba en el 
centro porteño. De todo el paisaje urbano volvió a percatarse no bien cayó la 
bandera de cuadros, cuando hasta podía escuchar a los fanáticos gritar para 
saludarlo, pese al ruido del motor. Llegó a los boxes entre aceleradas (con 
embrague) de festejo y saltó y gritó en el podio a lo Michael Schumacher. Como 
Cacá Bueno (2º) y Jorge Trebbiani (3º), fue llevado en autobomba desde ahí hasta 
la sala de conferencias de prensa, y lo saludaban hasta aficionados que estaban 
en paddocks corporativos de marcas adversarias. "Si bien fue muy lindo ganar en 
Paraná, lo que viví en esta vuelta de honor fue único. Ésta es la mejor victoria 
de mi vida. Cumplí dos sueños: correr acá y ganar en un callejero. Estoy muy 
feliz", soltó el piloto de Toyota. Que enseguida agradeció al equipo, una vez y 
otra. 
Había un motivo: largos períodos de vacas flacas y caras largas, 
soportados por su jefe, Darío Ramonda, y los colaboradores. Una carrera, también 
urbana, insólitamente perdida en Santa Fe en 2011, y con ella, luego el título, 
fue el punto más bajo. Eso y la presencia de Matías Rossi, el campeón, en la 
escuadra, relegaron a Werner en la figuración. "Toyota me aguantó cuando no se 
daban las cosas. Uno se amargaba por los malos momentos. Y había unas cosas de 
mi parte que no estaba haciendo bien, estaba 
llorando un poco en las últimas carreras", admitió Mariano.
Pues bien. Esa figuración reapareció, y con creces, con el resonante triunfo 
en l a Reina del Plata. Lo heredó de Facundo Ardusso ("lo 
felicito. No lo acompañó la suerte") y lo defendió con la dirección herida -un 
problema para girar en la curva 1- frente al brasileño Bueno. "Era un sueño 
ganar y lo conseguimos. Perdón por haber hecho un poco de ruido... Dedico el 
triunfo a la gente, que soportó los inconvenientes", manifestó. 
Mucho más 
temprano había estado, como piloto y como feligrés al mismo tiempo, en la 
Catedral, donde hubo una bendición general al Súper TC 2000 y misa. "El de 
arriba me ayudó", apuntaría más tarde Werner, consumada su obra. La misma que lo 
hacía lucir una corona de laureles, justo en un Domingo de Ramos. 
 
                    
                 
                    
                 
                    
                 
                    
                 
                    
                 
                    
                