El Corso de Flores ¡Había que echarle!

El poeta sanjuanino Rufino Martínez escribió para el semanario El Nuevo Diario una serie de textos que integraron la sección "La Gran Aldea". En ella pintaba San Juan como pocos lo recuerdan. El texto que aquí se reproduce está dedicado a los tradicionales corsos de flores que se realizaban en Concepción en los años 30 del siglo XX. Fue publicado el 24 de octubre de 1986.

El corso de flores ¡Había que echarle!

 Los que ya peinan canas o no necesitan peine, recordarán los corsos de flores en la plaza de Concepción, que se realizaban todos los 8 de diciembre en homenaje a la Concepción de la Virgen. Urgaré en mi memoria y, medio a los empujones, les contaré cómo era uno de esos corsos allá a mediados de los años 30.
Una semana antes empezaban los preparativos, adquirían formas y, con epicentro en la iglesia y municipalidad de la plaza vieja, todo el vecindario comprometía su esfuerzo para que la fiesta mayor de Concepción luciera el boato y justificara la fama que tenía merecida entre los festejos populares sanjuaninos.
Los atardeceres y por turno, se sacaba la Virgen en procesión, se velaba en la casa de algún vecino respetable. Se le rezaba y hacían los devotos honores que correspondían y, al otro día, pasaba a la casa de otro vecino. A todo esto, en la iglesia se oficiaban misas, novenas, rezos y recordaciones por los difuntos queridos.

Comandados por el cura párroco, la feligresía allegada, empezaba los preparativos de la kerrnese, dentro y en torno a la plaza, con la que culminaban los festejos del día 8. Se preparaban puestos, tablados, kioscos, ramadas, ranchos y toldos para atención de la gente que, en multitudes, acudía ese día.
¡No sé si se irá perdiendo la costumbre de tomar la comunión, lo que sí se nota es que desaparece la prosopopeya y lujo del acto! ¡En aquellos tiempos, una familia humilde, se empeñaba por largos meses para pagar el trajecito y vestidito de los niños, el moñito, el rosario, el misal... y la faltriquera para las propinas de los padrinos, tíos, vecinos y parientes que festejaban el haber ganado un ángel para el cielo... y una deuda para la tierra!.

Decíamos: Después de una semana de mucha preparación, bulla, campanas, sermones y rezos, llega ¡al fin! el esperado día 8... y aquí empieza el baile!. Desde temprano nomás, la plaza se engalanaba con gallardetes, banderitas, farolitos, muchos puestos con juegos: ruletas, tómbolas, argollitas, cartas de San José, mesas y sillas para beber y comer e improvisados guitarreros y cantores. ¡Toda ardía de impaciencia esperando la tardecita en que, luego de la procesión empezaría el corso y la fiesta!.

Intervalo

Pero, el corso y la fiesta empezó en mi “marote”, le explico: Mientras escribía el artículo sobre el corso de flores, me da por tomar un matecito y ¡Dios se vale de mil velitas para iluminar la mente de un imbécil!. Tomo el diario Clarín del sábado 18 y me da por leer el editorial de la página 14 “Sombras sobre el trigal”. Pero ¿díganme, la prensa mundial escribe para cinco mil millones de imbéciles? ¿Es posible que uno de los más grandes diarios del mundo quiera vender esa ballenita? ¡Ojalá fuera una especulación mental del editorialista que persiguiera algún acomodo. No! ¡lo dice en serio... y ahí está lo grave! ¿En qué mente de qué planeta cabe que la economía de los estados atraviesa una crisis de producción cerealera? ¿En qué infames especulaciones se pierde la mente del hombre? ¡Pero, hágame el favor, che, vayan a escribir versitos para los caramelos, vayan!.
¿Así que dentro de unos años Rusia tendrá autoabastecimiento de cereales y nosotros no sabremos qué hacer con los granos? ¿Así que lo que produce la tierra y sirve para alimento sobra y habrá que tirarlo?.
Dígame ¿alguien sintió hablar de hambre, de desnutrición, de tuberculosis, de analfabetismo, de miseria, de guerras, de dictaduras, de secuestros, de delincuencia infantil, de idiotez, de frío, de persecución, de interminables huelgas pidiendo reivindicaciones y de etcétera, etcétera y etcétera? ¿Eh, alguien sintió hablar de eso? ¡Sí, verdad! Y si alguien sintió hablar de todo eso, me quiere usted decir cómo corno habrá crisis de producción de alimentos ocurriendo todo eso, precisamente, por la falta de alimentos?.
Indudablemente, algo está fallando en el hombre y, esa falla, inexorablemente nos está llevando al holocausto final. ¿Puede el hombre ser tan ciego que no vea algo tan simple? ¿Está tan corrupta la prensa mundial que nadie quiere escribir sobre la real solución?

¿Nadie, ningún genio editorialista se detuvo a pensar que, deteniendo la producción de material de guerra durante una semana al año, repito: Una semana al año, e invirtiendo ese dinero en fines pacíficos, desaparecerían todos los problemas que aquejan al hombre? ¿Nadie, ningún genio editorialista se detuvo a pensar en eso? Francamente, aquí estamos todos locos!. Este es un planeta con cinco mil millones de imbéciles... y no cabe en mi caletre para qué tiene que existir un engendro así! ¡Ma sí, que prendan la mecha, volemos todos y chau picho!

¡Sigamos con el corso!

Al atardecer y luego de la procesión, empezaba a verdadera fiesta en la plaza vieja. La virgencita se había guardado; la iglesia estaba atestada de gente que llenaba la amplia nave, se extendía por toda la plaza y las calles adyacentes y por las arterias de acceso, una interminable caravana afluía hacia la Plaza, la fiesta y el corso.
Todo estaba iluminado a giorno; los vecinos más cercanos habían sacado las sillas bajas y departían saludos y algunas golosinas entre los vecinos, visitas y amigos. El clima empezaba a espesar de algarabía; los chicos a gritar, los mozos a suspirar y los viejos a llenar los ojos y las orejas, unos de bonituras y otras de chismes.
En las calles se había extendido pájaro bobo, albahaca y menta, para perfumar el ambiente. Los fiesteros lucían sus mejores prendas domingueras y el que más el que menos llevaba de su casa o había adquirido en la vecindad un ramo de flores, según los gustos y posibilidad de cada uno. Empezaban las vueltas y los paseos; los saludos, el intercambio de buenos augurios y el obsequiarse flores y piropos. Así se tejía la vida y esas fiestas eran el principio de nuevas vidas y nuevas fiestas!.

Los juegos estaban en su apogeo, los puestos de tomar, beber y comer, atestados de gente y alegrías. Los chicos vestidos de primera comunión pululaban por todos lados y ¡en pleno diciembre hacían su agosto de chirolitas!. El cura, desde un tablado al frente de la iglesia, sermoneaba a grito pelado, pero, los feligreses, en esos instantes, estaban más bien para otros sermones: ¡El alcohol, las flores, los pasteles, los piropos, la música, los perfumes y el eterno escarceo del sexo, ¡inclinaban más a paganas reminiscencias que a cristianos arrepentimientos!.

¡Vaya, qué maravilloso equilibrio tiene la vida, por un lado la gente en secretos tratos con el diablo, y por el otro lado, el incansable pastor de Dios, llamándolos al celeste redil!.
La fiesta duraba hasta la madrugada. Cuando los últimos fiesteros se retiraban a sus casas, el cura ya hacía rato que dormía (en la paz del Señor). Los fotógrafos Colecchia, Pineda y Suero, dormían en la paz de las ganancias hechas y las vecinas ¡por fin! volvían a la paz de la tranquilidad y el silencio y ¡Hasta el año que viene, gracias virgencita!.

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