Gobernaba Victorino Ortega y San Juan aspiraba convertirse en una ciudad importante.
En 1.811, Ortega planeó el reemplazo del empedrado con piedra bola de las calles céntricas, obra de Nazario Benavides que continuó Virasoro —ambos gobernadores asesinados— por adoquines de madera.
El gasto fue afrontado por los vecinos, como mejora de los inmuebles por lo que se autorizó a la municipalidad a emitir 800 mil pesos en títulos denominados “bonos de pavimentación”, al 7 por ciento de interés y 10 por ciento de amortización anual.
El trabajo fue efectuado, tanto en lo que hacía a la nivelación de calles como el contrapiso de cemento y los cordones de las veredas.
Pronto, las calles quedaron hermosas, con su adoquinado de madera.
Pero hubo un detalle que los técnicos no tuvieron en cuenta: el factor climático.
Y la madera -siempre ha sido así- se hinchaba con la humedad.
A la primera lluvia de verano, el pavimento reventó.
Y pronto el agua comenzó a arrastrar los adoquines calle abajo.
El caso es que debieron pasar veinte años antes que las calles del centro de San Juan volvieran a tener pavimento.
Correspondió al gobernador Juan Maurín y el intendente Silvio Baistrocchi la tarea de pavimentar 500 cuadras con hormigón armado.
Pero en ese lapso, las calles fueron un desastre.
Y mientras más de un horno era alimentado con los trozos de madera, las gestiones se sucedían sin éxito ante los gobiernos nacionales en busca de financiamiento.
En 1913 vino a la provincia el ministro de Obras Públicas de la Nación, Carlos Meyer Pellegrini, para inaugurar la reconstrucción del dique Nivelador. Lógicamente, las autoridades de la época aprovecharon la oportunidad para reiterar el pechazo.
Y el ministro lanzó una frase que ofendió mucho a los sanjuaninos:
—Ponerle adoquines a estas calles es como calzar a paisanos con zapatos de charol, Tanta fue la ofensa que el ministro tuvo que aclarar que no había querido decir “paisano” sino “criollo” y agregó demagógicamente una frase para “el paisanaje”
—Dejen las calles así, para que se rompan los autos de los ricos.
Con lo que no quedó bien ni con unos ni con los otros.
Extraída del libro “El lado humano del poder, anécdotas de la política sanjuanina”, de Juan Carlos Bataller, publicado en marzo de 2006