Se llamaba Honorio R. Guiñazú y lo trajo Amable Jones cuando fue gobernador de San Juan.
Se hacía pasar por poseedor de títulos y honores pero la historia lo recuerda como un vivillo.
Tenía una virtud: conocía perfectamente la personalidad de Jones. Y sabía que al gobernador le gustaba ser adulado. ¿Qué hizo Guiñazú?
Fue adulador hasta lo infinito. Hasta escribió un libro hablando maravillas del gobernador.
—En esta provincia, doctor Jones, los mediocres tienen envidia de su capacidad. Con usted están haciendo lo mismo que hacen con cualquier persona que llega a San Juan que no sea de la estrechez del círculo provincial.. ¡lo combaten!. Miento. No lo combaten. Lo difaman. Le hacen el proceso de su moralidad, sea o no conocida. La inventan.
Son tan estrechos que no quieren que los argentinos educados en una cultura superior, contribuyan con su capacidad al ennoblecimiento de los intereses morales de la inteligencia.
Prefieren extranjeros alquilados. Con razón Sarmiento dividía en dos zonas la escuela política… ¡civilización o barbarie! Claro está, decía el inefable Honorio.
Y así fue trepando. Y de una especie de secretario privado, pasó a ser jefe de Policía. Y su primera medida como jefe de Policía fue formular un gran anuncio:
—Señores, el juego se terminó en San Juan. No es posible que frente a la plaza 25 de Mayo haya casas de juego, donde gente de trabajo pierde grandes fortunas.
Los diarios celebraron el anuncio.
Y Honorio hizo una demostración de que los hechos acompañarían sus palabras.
Se puso al frente de un escuadrón de caballería y entró con los animales a un par de garitos, provocando el lógico estupor entre apostadores y mirones.
—Están todos detenidos.
Nuevos aplausos de los diarios.
Pasaron algunas semanas y las cosas cambiaron.
Ya no hubo más procedimientos con caballería.
Ni siquiera hubo procedimientos.
Los garitos volvieron a desarrollar sus actividades. Es más, se dice que nunca hubo tanto juego clandestino como aquellos días en San Juan.
¿Qué hizo cambiar a don Honorio?
En aquellos años, el juego —como la prostitución—, era una de las formas de financiamiento de los políticos y de enriquecimiento de los jefes de policía.
Los capitalistas se preocuparon mucho cuando apareció aquel jefe de Policía “incorruptible”.
Hasta que pasados algunos días, les llegó una insinuación. Y fueron a verlo a don Honorio. Dice la versión, que tal vez haya perdido su fidelidad con el transcurso de los años, que el diálogo no demoró más de quince minutos.
Finalmente, hubo acuerdo respecto al monto que los capitalistas debían acercar al jefe. Se dieron la mano y cuando la gente se retiraba, se escuchó la voz de Guiñazú:
—Señores, antes que se retiren, ustedes me deben 3 mil pesos.
—¿Porqué, don Honorio?
—Porque llevo tres semanas en el cargo…
—Sí pero nosotros no hemos podido actuar debido al accionar de la policía…
—¿Y qué culpa tengo yo? Hubieran venido antes…
Extraída del libro “El lado humano del poder, anécdotas de la política sanjuanina”, de Juan Carlos Bataller, publicado en marzo de 2006