Mabel Rizzotti y Alberto Quevedo Mendoza. Amor en la casa de puertas abiertas

Esta nota fue publicada en la La Nueva Revista en El Nuevo Diario, en la edición 637 del 17 de diciembre de 199. El siguiente es el texto completo del artículo.

 El novel escribano llegó desde San Luis a visitar a su hermano y en una reunión en casa de su futura cuñada, conoció a "la más linda e inteligente de todas las niñas que allí estaban, porque si es linda todavía ahora, imagínese lo que era cuando tenía dieciocho" —el hombre aún admira la belleza de su atractiva y dinámica mujer—.

"Yo había ido a casa de mi amiga a ver cómo era el "fulano" ese que venía de afuera" —los forasteros siempre despiertan la curiosidad de las jovencitas y Mabel así lo confirma—.
Ahí nomás se pusieron de novios, "aunque entré con mala pata, porque mi suegra ni quería hablar conmigo" — don Carlos no olvida aquella oposición—.
—Mi mamá no lo quería porque él era muy pícaro: tenía otra novia. Y además en aquella época los que llegaban de afuera tenían por costumbre reirse de nosotras, entonces ella pretendía proteger a su niña".
—He tenido una ponchada de novias, porque soy un enamorado del amor, pero después que la conocí a ella ¡nooo!
—Yo no estoy tan segura de eso, ¡eh!
—Yo tampoco de que no haya sido al revés. El diálogo se prolonga entre risas y halagos, porque ambos aún se respetan y admiran como lo han hecho durante más de cincuenta años. 

 "Él siempre ha sido un hombre de una honestidad y una ética casi exageradas, al punto tal que hace unos años, en momentos en que a medianoche le dio un infarto, me pidió que le acercara la chequera porque había recibido un dinero en depósito y temía ocasionarle problemas a un cliente si se moría" ---es con orgullo que Mabel narra aquel episodio, mientras su marido se emociona casi hasta las lágrimas con el recuerdo de cuando tenía la escribanía, lograda después. de haber pasado por diferentes etapas laborales: "cuando comencé a trabajar en San Juan ingresé en la administración pública por diez pesos diarios. Después entré en la Dirección de Minas y me echaron y entonces me emplee de "pinche" en un juzgado hasta que me llegó un nombramiento como escribano y a partir de allí las cosas comenzaron a andar mejor" —el hombre detalla minuciosamente cada etapa de su carrera laboral.

Pero es la mujer quien señala los logros obtenidos: "él ha sido varias veces presidente del Colegio de Escribanos de la provincia, acompañó al embajador Gómez Centurión durante su gestión en México y hace unos años fue designado primer presidente honorario vitalicio de Colegio Notarial de San Juan".

—Me recibí de escribano con mucho sacrificio porque no me gustaba. Yo quería quedarme en el campo y desgraciadamente he perdido mi vida detrás de un escritorio.
—¡Pero si te has desempeñado muy bien como escribano!
—¡Pero me hubiera desempeñado mejor como domador! Me gusta el campo con vida, con pájaros. vacas, caballos, mulas, cabras... Yo he domado potros, he participado en torneos hípicos, he sido muy buen jinete.
—Si hubieras elegido el campo no te habrías casado conmigo, porque no me veo con pollerita de china. Otra vez el diálogo jocoso entre ambos ilumina el amplio living de la casa que habitan desde hace muchos años.

"Esta vivienda la construimos con "sangre, sudor y lágrimas" con el primer préstamo que hubo para la reconstrucción de San Juan después del terremoto, porque nosotros nos casamos el 4 de diciembre de 1942 y nos fuimos a vivir a una casa alquilada. El sismo se produjo cuando nuestro hijo mayor tenía quince días de vida. Aquellas fueron épocas muy duras" —ahora es Mabel quien refiere los comienzos de la pareja, cuando él era empleado público y ella maestra—.
Ejerció la docencia durante toda su vida, llegando a ocupar la dirección de una escuela, pero "como tengo pajaritos en la cabeza, no puedo estar quieta y entonces he hecho mil cosas más: tengo una casa de antigüedades, preparo comidas para adelgazar y médicas que entrego a domicilio, tengo una fabriquita de ropa y ahora se me ha dado también por escribir y he recibido un premio en poesía" —y nos acerca un texto donde ha querido, metafóricamente, contar la historia de la familia, instalada en la casa propia: "Casa de puertas abiertas. Reuniones, comidas, bailes. ¡Para compartirla toda!"—.

Así describe su casa y así ha sido la vida de esta pareja que lleva más de cincuenta años y que se prolonga en cuatro hijos —Carlos Alberto, María Mabel, Ana Lía y Guillermo— y once nietos que alegran "La casa propia" —tal el título del relato que nos regala Mabel ya en la despedida.

Finalmente nos dice que "ahora estamos disfrutando del amplio jardín y de la luz en calma, porque siempre hemos sido muy andariegos y fiesteros, hemos llevado una linda vida que demuestra que es posible edificar y mantener una pareja a través de los años y respetar los principios éticos y morales tan vapuleados últimamente".

Un ejemplo de amor y dignidad el de Mabel y Carlos, quienes a pesar de los golpes, siguen adelante con esperanzas.

Ver artículo:
-- Quevedo Mendoza. Una familia de escribanos, docentes y deportistas

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Alberto Quevedo Mendoza y Mabel Rizzotti, durante una fiesta realizada en febrero de 1993
Alberto Quevedo Mendoza y Mabel Rizzotti, junto a sus suegros en el día del casamiento en diciembre de 1942.