Teresa Montalvo y Gilberto Rosselot. El amor con humor

Este nota fue publicada en El Nuevo Diario en la edición 653 del 22 de abril de 1994, en la sección La Nueva Revista

 Cuando la maestrita pasaba a diario a tomar el ómnibus por la esquina de Rivadavia y General Acha, donde entonces estaba la legislatura, el muchacho la saludaba pero no tenía respuesta. "Yo la miraba siempre por la ventana, pero ella me daba invariablemente la espalda" —confiesa Gilberto—.
"Yo era muy seria, entonces" —contesta Teresa—.

La jovencita tenía 17 años y cuenta que "un día, yendo por la calle, me encontré con mis hermanas que venían acompañadas de un joven que les enseñaba básquet y me lo presentaron. El joven era él, que jugaba en Inca Huasi. Ahí comenzó todo, teníamos amigos comunes, él iba a mi casa donde empezó a cortejarme y se me declaró en una fiesta en la Casa del Maestro; estaba apuradito porque le iban a ganar de mano".

 "A mí me gustaba mucho porque era calladita; después cambió. En esa época era muy buena moza la gringa". "Cuando se me declaró yo le respondí que después le contestaría; pero no... él quería que respondiera ahí mismo".

"Es que la rondaban otros buitres".
"Le dije que sí, porque como insistía tanto... y porque mis hermanas me retaban porque no le daba bolilla; lo querían mucho y lo protegían".
 

 El diálogo se sucede en un clima de constante humor de parte de ambos, que no se dan tregua un minuto.
"Después de comenzada la relación, estuvimos un tiempo enojados. Era 1944 y con el terremoto, volvimos a amigarnos" —continúa ella con el relato—.
"Él dice que mi papá fue a rogarle diciéndole que yo lloraba todo el día, pero la verdad es que él fue a Mendoza siguiéndome para arreglar el merengue. Y como todos se casaban en aquella época, nosotros hicimos lo mismo un 1 de abril de hace cincuenta años; aprovechamos un feriado, porque no se daban licencias entonces. A mí me descontaron dos días del sueldo: ese fue el regalo de casamiento que me hizo el Estado".

La primera vivienda de la flamante pareja fue un rancho casi al frente de Don Bosco: "en el rancho vivimos un año y luego, como yo estaba trabajando en el Ministerio de Obras Públicas, conseguí una casita en el barrio Obrero Rawson" —relata Gilberto, o Quito para los íntimos—.
"Allí vivimos muy felices; mi esposo fue siempre muy bromista y se juntaba con sus compañeros de trabajo. Un día decidieron asustar a uno de ellos que era muy temeroso y entonces Quito se disfrazó con una sábana y se escondió en un callejón" —la historia es narrada minuciosamente por Telle, también para los íntimos—.
"Cuando iban llegando, me subí a una tapia que había, me puse la sábana y los sorprendí; salieron a la desbandada. Así nos divertíamos algunas noches".
El relato es tan divertido y ameno, que cuesta interrumpirlos para continuar indagando en su vida de pareja; excepto cuando Teresa recuerda los pormenores del terremoto, pero enseguida retoma el buen humor y nos cuenta que han tenido cuatro hijos: Jorge Alberto, Stella Susana, María Inés y Raúl Guillermo, los cuales a su vez los han alegrado con nueve nietos que, "gracias a Dios, nos han salido de oro" —dice—.

Entretanto, Quito enumera las distintas reparticiones públicas por las que pasó desde que comenzó a trabajar, "porque a mí no me gustaba estudiar, me gustaba el fútbol y me hice amigo de la gente del Club Atlético de la Juventud (hoy Alianza); ellos me ofrecieron un empleo en el Ministerio de Obras Públicas; después pasé a Hacienda y fui ascendiendo hasta llegar a ocupar el cargo de Tesorero de la Provincia. Se ganaba bien entonces" —piensa en voz alta—.

Por su parte, Teresa también evoca su época de trabajadora en la docencia, señalando que trabajó en varias escuelas y terminó su carrera como directora de la Candelaria de Godoy, en el barrio Lazo. También coincide con su marido en que "antes ganábamos bien, sobre todo las maestras y se decía que casarse con una de la Nación, que cobraba veinte pesos más, era como tener una finquita en Albardón".

Siempre la risa surge espontáneamente en la charla; no hay forma de hacerlos poner serios, ni siquiera cuando les pedimos un balance de los cincuenta años compartidos.
"A mi él me sigue gustando porque es muy jovial, se conquista a todos. Ahora se ha dedicado al jardín: mi rival es una manguera" —bromea ella—.
"Y a mí me gusta ella porque mantiene su carácter, es muy comprensiva y voluntariosa" —añade él— y considera que "a esta altura, hay que vivir tranquilo, lo mejor que se pueda; ya no existe la urgencia de antes, aunque siempre hay que mantenerse en actividad y colaborar con los hijos y los nietos".

Y, para finalizar, Telle aclara: "a veces nos hemos enojado, pero siempre superamos todos. Quien dice que nunca tuvo una discusión con su esposo o esposa, miente".

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Teresa Montalvo y Gilberto Rosselot cuando celebraron 50 años de casados.
Teresa “Telle” Montalvo y Gilberto “Quito” Rosselot, un matrimonio desde el 1 de abril de 1944