Comilonas y siesta, las costumbres coloniales del San Juan de la revolución

Esta nota periodística fue escrita por Luis Eduardo Meglioli y fue publicada en mayo del 2022.

 Entre quienes han logrado una descripción detallada de la vida cotidiana del sanjuanino de la colonia, destacan dos visiones muy claras e interesantes. Las de Damián Hudson y  Carmen P. de Varese/ Héctor D. Arias. Primero veamos la mirada de Hudson en “Recuerdos históricos sobre la Provincia de Cuyo”.

“Levantarse temprano, asistir a los trabajos de la heredad, comer a la mitad del día, dormir una siesta de tres horas, volver a la ocupación hasta ponerse el sol, rezar, jugar un par de horas  o más a los naipes, cenar y acostarse para volver a levantarse temprano al siguiente día, repetir lo mismo del anterior y así sucesivamente toda la vida -atesorar dinero con la paciencia y avaricia de un judío, privándose de los goces que brinda la industria del hombre para su incremento y prosperidad en sus múltiples variantes- (…)”.   P. de Varese y Arias ponen acento en aquellos hogares con buen pasar, católicos, criollos y poseedores de una cierta educación básica, y lo pintan así: “(…) Dormíanse siestas interminables y aún sueños corridos en los bochornosos veranos sanjuaninos (…) los hombres representativos entretenían  el tiempo en las sencillas tareas oficiales o en sus negocios: en aquella vida morosa, el campo esperaba. Las señoras desde muy temprano se disponían a dirigir sus tareas diarias, no hay que olvidar que toda la economía doméstica, la preparación de aceitunas, dulces, conservas, el arrope, la fabricación de velas de cebo, del jabón ‘tocador’ hecho con semillas de zapallo y a veces de ‘hiel de buey’, el polvo de arroz para la cara, el almidón de trigo para la ropa (…) Una cocina sabrosa, abundante contenía locro, carbonadas, charquicán, chanfaina, guisos, pastel de choclo, humitas en chala, etc. El pan casero se amasaba todas las semanas y estos quehaceres se alternaban “con bordados, costuras  y tejidos (…)” Al atardecer todas las campanas llamaban a oración. Es la hora en que se reunía la familia y sus criados, el padre, o en determinadas circunstancias, la madre, guiaba el rosario, piadoso momento de exaltación espiritual. La luz mortecina de las velas de cebo, rompía la oquedad profunda de la casa. Terminado el rosario se cebaba mate y luego una comida bien sobria. Luego, por la noche solían haber tertulias con amigos de la familia donde se hablaba de política, del gobierno y se jugaba a las cartas.”

“Levantarse temprano, asistir a los trabajos de la heredad, comer a la mitad del día, dormir una siesta de tres horas, volver a la ocupación hasta ponerse el sol, rezar, jugar un par de horas  o más a los naipes, cenar y acostarse para volver a levantarse temprano al siguiente día, repetir lo mismo del anterior y así sucesivamente toda la vida -atesorar dinero con la paciencia y avaricia de un judío, privándose de los goces que brinda la industria del hombre para su incremento y prosperidad en sus múltiples variantes- (…)”.   P. de Varese y Arias ponen acento en aquellos hogares con buen pasar, católicos, criollos y poseedores de una cierta educación básica, y lo pintan así: “(…) Dormíanse siestas interminables y aún sueños corridos en los bochornosos veranos sanjuaninos (…) los hombres representativos entretenían  el tiempo en las sencillas tareas oficiales o en sus negocios: en aquella vida morosa, el campo esperaba. Las señoras desde muy temprano se disponían a dirigir sus tareas diarias, no hay que olvidar que toda la economía doméstica, la preparación de aceitunas, dulces, conservas, el arrope, la fabricación de velas de cebo, del jabón ‘tocador’ hecho con semillas de zapallo y a veces de ‘hiel de buey’, el polvo de arroz para la cara, el almidón de trigo para la ropa (…) Una cocina sabrosa, abundante contenía locro, carbonadas, charquicán, chanfaina, guisos, pastel de choclo, humitas en chala, etc. El pan casero se amasaba todas las semanas y estos quehaceres se alternaban “con bordados, costuras  y tejidos (…)” Al atardecer todas las campanas llamaban a oración. Es la hora en que se reunía la familia y sus criados, el padre, o en determinadas circunstancias, la madre, guiaba el rosario, piadoso momento de exaltación espiritual. La luz mortecina de las velas de cebo, rompía la oquedad profunda de la casa. Terminado el rosario se cebaba mate y luego una comida bien sobria. Luego, por la noche solían haber tertulias con amigos de la familia donde se hablaba de política, del gobierno y se jugaba a las cartas.”

Música y Letras
Si comenzamos por el campo de las Letras, vemos que la escasa producción literaria  era común en todo el Río de la Plata.  Destaca la corriente musical, que en San Juan está bien diferenciada desde lo cuyano, y su cancionero “de amor y de pena.” Así, nos detenemos en medulosos estudios sobre el cancionero popular de Joaquín V. González, J. Draghi Lucero, Edmundo Correas, Rogelio Díaz L. y Pascual J. Gallardo.  Juan Pablo Echagüe, como Margarita Mugnos de Escudero, por su parte, pintan, como pocos, carencias y aspectos sobresalientes del perfil cultural de San Juan en vísperas de Mayo de 1810. Los libros que  llegaban y las familias que lo poseían, además de una detenida mirada sobre la arquitectura colonial entre nosotros; las obras de arte que lucían algunas casas señoriales y, gracias a documentación del Archivo Histórico, entre otros testimonios, un inventario de ornamentos de la actual Basílica de los Desamparados, a pocos años de la Revolución, en 1797. A ello se agregan, naturalmente, otros templos de la época, cada uno con alguna obra pictórica o plástica destacada. 


Y llegan las nuevas ideas a San Juan
Jóvenes sanjuaninos como los Suárez, Tello, Bustamante, de la Roza, del Carril, Laprida, Oro y Godoy, de vuelta en su tierra, traen el hábito de la buena lectura y las bellas artes, la afición al periodismo y un “moderno canon de vida pensante”. Por eso, y tal como lo comentamos antes, fue clave el paso de jóvenes sanjuaninos por los colegios o casas de altos estudios del resto del Virreinato del Río de la Plata y de fuera de sus fronteras. Y sobre la orientación recibida por estos sanjuaninos en esas aulas, sobre todo en la antigua casa de estudios cordobesa del obispo Trejo, bajo la dirección del deán don Gregorio Funes, “maestro de hombres ilustres”, Juan Pablo Echagüe en su “Mi Tierra y Mi Casa”, califica de “revolucionaria para la época”. Recordemos que en aquella Universidad de Córdoba se instruyeron entre otros, José María del Carril, José Manuel y Joaquín Godoy y José Ignacio de la Roza, que, como hemos visto, terminó después su carrera en Chile. Sin embargo, cuenta también Echagüe, que el deán Funes no vaciló en poner a sus discípulos en contacto con los enciclopedistas. Les enseñó más derecho público que teología, “y para mayor escándalo, llevó su temeridad hasta iniciarlos en los secretos de la música, la esgrima y la poesía”. Así, cuando vuelven a su hogar los citados Suárez, Tello, Bustamante, de la Roza, del Carril, Laprida, Oro, Godoy, aportan enérgicos principios renovadores. Su notable preparación, “sus ideas contagiosas su fuerte irradiación mental, propician a un tiempo mismo el movimiento libertador y un moderno canon de vida pensante”.  Traen todos ellos el hábito de la buena lectura, el gusto por las bellas artes, la afición al periodismo y un criterio adulto que los elevas por encima de su ambiente y de su tiempo.

Lugares conocidos de San Juan en 1810
Dice Horacio Videla en su tomo II de “Historia de San Juan” que al nacer la Patria, el territorio de la provincia de San Juan estaba conformado por “la propia ciudad de San Juan de la Frontera o de Cuyo, Pueblo Viejo (Concepción), Puyuta (Desamparados), villa San José (Jáchal), San Roque, Mogna, Ampacama, Huaco, villa San Agustín (Valle Fértil), Usno, Asilán, Yoca, las Tumanas, Chucuma, Astica, Acequión del Inca, Encón, las Tamberías, Puchuzun, Pismanta, Tudcum.”

*Esta nota fue escrita por Luis Eduardo Meglioli y fue publicada en Diario Huarpe el 25 de mayo de 2022.

 


GALERIA MULTIMEDIA
Así eran las costumbres del San Juan colonial
san juan revolución 1810 costumbres