
De
pronto la inteligencia artificial se transforma en conversación de todos los
días y nos dibuja un gran signo de interrogación.
Sí,
cuando creíamos que todo lo sabíamos, la incertidumbre se aloja en nuestra
piel.
Y
empieza a tambalear nuestro mundo poblado por millones de seres anónimos,
acostumbrados a la sonrisa del político, el lifting de la estrellita, el último
romance de la farándula.
Digámoslo
con claridad: estábamos acostumbrados a un mundo sin mayores turbulencias donde
algunos se enriquecían y otros luchaban por llegar a fin de mes.
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No
a todos nos gustaba ese mundo donde el ascensor del mérito no siempre
funcionaba y más de una vez era desplazado por el acomodo o el arribismo. Pero era un
mundo previsible aun con sus cuotas de violencia y su sexo disfrazado de amor.
En
nuestro papel de simples espectadores vivíamos pendientes del último celular,
del reloj que controlaba nuestros signos vitales, del televisor de 100 pulgadas
y la cada vez mayor presencia del comercio electrónico, el teletrabajo y los
niños con tarjetas de mercado pago y acceso a todo lo bueno y lo malo de
internet.
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Pero
en ese mundo previsible, los poetas seguían escribiendo sus poesías, los
cantautores nos emocionaban con sus canciones y hasta nos habíamos acostumbrado
al plus de los médicos y la lenta muerte del papel impreso.
Es
más, nos asombrábamos de lo lejos que habíamos llegado cuando con un simple
whatSapp podíamos ver y conversar con el hijo que había emigrado en busca de
mejores climas o con el celular que adivinaba nuestras conversaciones privadas
y nos ofrecía justo lo que necesitábamos o nos decía por qué sitios habíamos
andado.
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Hoy
la incertidumbre reina. Pero lo paradógico es que las preguntas que nos abruman
están referidas a la tecnología.
¿Qué pasará con nuestros trabajos? ¿Qué profesiones pueden desaparecer?
Hasta
las potencias se disputan esos avances tecnológicos: quién es líder en
automatización, en vehículos automatizados, en teléfonos supeinteligentes, en
robots con memoria y hasta piel sin arrugas ni celuliis.
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Y
es en este punto donde nosotros –repito, simples espectadores- observamos lo
que pasa en una fiesta donde somos protagonistas sin derecho a opinión.
Y
surgen otras preguntas: ¿Qué pasará con
los humanos cuando las máquinas se hagan cargo de nuestros trabajos? ¿Adónde
irán a parar los bisabuelos que superen los prometidos cien años? ¿Habrá lugar
para la mesa de los domingos en ese mundo supertecnificado? ¿Quedarán rincones para
el amor?
¿Las máquinas inteligentes serán capaces de transmitirnos las
mismas emociones que hoy nos generan nuestros poetas, nuestros músicos,
nuestras canciones? ¿Estará la flor que perfumaba el escritorio de una
secretaria o todo será producto de plásticos y esencias?
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Sí,
queridos amigos.
Los
cambios más grandes serán los nuestros.
Empezando por el concepto de verdad. ¿Qué creer en un mundo donde las “fake
news” o falsas noticias tienen apariencia de ciertas?
¿Dónde
quedarán nuestros recuerdos en un tiempo donde todo tiene fecha de caducidad?
¿Saben? Debajo
del traje o del uniforme de todos los días, nuestra generación sigue
escribiendo poemas, continúa soñando con la canchita del baldío, aún tiembla
con el beso enamorado y se sigue emocionando con las canciones cuyas letras entendemos.
Fuente: Publicado en El Nuevo Diario,
edición 2137 del 29 de marzo de 2025
