Cuando el acomodo le gana al mérito



Mis abuelos, como tantos abuelos, tenían un manual para progresar en la vida que contenía muy pocas páginas.
> En la primera de esas páginas decía: trabajar mucho. “la vagancia es la madre de todos los vicios”, decían.
> En la segunda página podía leerse con letras grandes: capacitarse, ser bueno en lo que uno haga, sea una profesión o un oficio.

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Una de las características de aquella Argentina de inmigrantes fue siempre el funcionamiento de una especie de ascensor que posibilitaba que el hijo de inmigrante fuera profesional, que ese profesional pudiera llegar a los más altos cargos como fruto de su esfuerzo, que las fortunas fueran hijas del trabajo, que el reconocimiento social fuera producto de la elevación cultural y educativa.

No es casual que haya una generación que con orgullo antepone a su nombre su título universitario, algo que no se usa en los países desarrollados. Pero es una forma de decir, yo soy el doctor, el ingeniero o el magister aunque naciera hijo de un almacenero.

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Cincuenta años atrás todos los niños y jóvenes íbamos a la escuela pública que garantizaba excelencia. A los colegios pagos caían quienes habían fracasado en la escuela pública.
Y esa escuela nos igualaba con un guardapolvos o delantal. No existían los viajes “de egresados”, ni las excursiones por Disney al cumplir 15 años ni las camperas que “nos desigualan”. Ni tampoco los festivales de feriados que hoy son corrientes ni la posibilidad de pasar de grado debiendo medio programa y casi sin estudiar.
Todo da a entender que en las últimas décadas ese ascensor social ha dejado de funcionar. Aquella época en la que los hijos tenían más oportunidades que los padres, parece haberse agotado.

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Si uno charla con jóvenes hoy advierte que tienen escasas expectativas de encontrar trabajo, emanciparse y crear un hogar. En algunos casos, porque no les interesa. Pero en otros porque es difícil convencerles de que si se esfuerzan las cosas les irán bien.
En síntesis: la mayoría de las personas piensa que ya no es el mérito, sino la suerte o el acomodo, lo que decidirá su futuro.
En pocas palabras, el viejo manual de los abuelos, definitivamente, ha caducado.
¿Cuáles son las causas de que el ascensor social haya dejado de funcionar?
Que lo digan los sociólogos. Pero evidentemente hay un cambio de época.
Hoy los chicos no quieren que les digan doctor. Quieren ser jugadores de futbol, modelos publicitarias, conejitas de efímera fama televisiva. Es más, hay miles de “soldaditos” que admiran más al dealer que les vende la droga que al padre que se rompió el lomo trabajando.

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Los jóvenes advierten que hoy la vía más eficaz para encontrar trabajo no son las oficinas de empleo ni el envío de currículos a las empresas, sino la red de relaciones familiares y de amigos y la política.
Basta analizar lo que ocurre a nuestro alrededor para advertir que es muy difícil llegar a juez si no se tiene contactos familiares o políticos.
Hasta para aspirar a un cargo en la universidad en muchos casos valen más los contactos que los conocimientos.
¿Cómo podemos llamar a este proceso?
Ya no existen palabras en el viejo diccionario político.
No podemos hablar ni de capitalismo ni de liberalismo, ni de comunismo ni de socialismo.
La pregunta es ¿por qué la democracia no ha conseguido hasta ahora frenar estas tendencias?

Fuente: Publicado en El Nuevo Diario, edición 2140 del 19 de abril de 2025


 

 

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Cuando el acomodo le gana al mérito. Ilustración de Miguel Camporro
el mirador juan carlos bataller