Palán palán

(El palán palán es una planta solanácea que se cría en los edificios en ruinas, taperas y basurales)

 

 En un lugar de mi casa hay un pasillo enmosaicado que casi no se usa, que no lleva a ninguna parte y donde a veces, ocurren cosas. Hace unos días, en ese pasillo observé que, entre la prieta juntura de dos mosaicos estaba ocurriendo un milagro; sobre un débil, amarillento tallito de unos tres centímetros de alto, colgaban los secos riñoncitos de una semilla que acababa de parir su hijito: ¡Allí, en la ranura pétrea del mosaico, sin tierra y sin agua ocurría el milagro de la vida!
Estuve un rato adorando el prodigio tal como deben haber estado los Reyes Magos en Belén y me retiré silencioso y pleno; sentía que en mi corazón (enfermo de yuyos) renacía la esperanza del verde tierno y fragante que acunó mi niñez.
Volví al lugar la semana siguiente y la plantita ya tenía como treinta centímetros de alto. A la otra semana ya había pasado el medio metro y había echado seis ramitas alternas con hojitas lanceoladas simples y pedunculares. Al mes la planta tenía, en la base, un tallo de unos seis centímetros de diámetro y dos en la cúspide; medía más de dos metros, unas treinta ramas circundaban el recto tronco y, en la punta de cada rama una panoja de flores amarillas en forma de campana. ¡Era un espectáculo hermoso y armónico, la planta tenía la dignidad y el misterioso señorío de la mujer preñada! Yo estaba chocho con mi planta y todos los días la regaba, la mimaba y hasta conversaba con ella. Cuando la planta ya tenía más de cuatro metros era como un estruendo de flores amarillas y el orgullo del jardín y hasta se le podía perdonar el que, en su crecimiento, levantara un poco el piso y rompiera algunos mosaicos. Por más que averigüé su nombre nadie pudo complacerme. Y así pasaba el tiempo: ella crecía y daba flores y yo la miraba, sentía orgullo y el corazón agradecía el regalo de esa amarilla dulzura.


Un día cayeron por casa Sergio Guardia y el poeta Jorge Escudero. Yo, exultante, lo primero que hice fue llevarlos al pasillo y mostrarles mi planta. Quedé expectante... ellos miraron la planta y casi al unísono dijeron: ¡Qué bonita! —y luego— vas a tener que sacarla, es un palán palán y o vos la bajas o ella te baja la casa. ¿El precio de la hermosura es la muerte?
Mis amigos se fueron. La noche se venía como un piadoso escondite. Yo me senté en una silla baja y me puse a contemplar el palán palán. El triunfal amarillo de la tarde en las campanitas se iban entregando a la noche. Mi corazón, entristecido se escondió debajo de la silla, se escondió como un perrito asustado. No sé por qué, pero misteriosas fuerzas ocultas asociaron el corazón de un viejo, el palán palán y las angustias de la patria. ¡Eramos pocos y parió la abuela! —dije— y me fui a dormir. ¿A dormir...? ¡Pobrecito!
Esa fue una noche de pesadillas: el pasillo del jardín tenía la forma del país (de nuestra Argentina). En medio crecía un gigantesco palán palán que hundía sus profundas raíces en la tierra e iba carcomiendo y derrumbando todas las estructuras.

Arriba, en la noche, las campanillas de palán palán, de un amarillo deslumbrante, eran como trompetas de arcángeles.
¡Justicieros, insobornables arcángeles que anunciaban el fin del Hombre! Yo era un viejo que había muerto hacía mucho tiempo y mi cuerpo estaba lleno de yuyos, las raíces del palán palán penetraban en mi carne de tierra y yo sentía terribles dolores y remordimientos. Por extraño milagro mi corazón (el corazón del viejo) se conservaba niño, puro y un fresco verdor llenaba el aire de un aroma de tiernas hierbas.
¡Del cadáver del viejo, invadido de yuyales, surgía la tierna y fresca hierba de la esperanza!


Tres noches se repitió ese sueño. Tres días cavilé sobre esas noches. En la mañana de la cuarta noche tomé un hacha y derribé el palán palán. Una fina lluvia de diminutas semillas se esparcieron por todo el jardín. La enseñanza era evidente: derribó un árbol para sembrar millones de embriones del mismo árbol.
Reflexioné: El hombre no debe enmendar la obra de Dios. Es de suponer que Dios, aunque sea por los años, debe saber algo más que el hombre. Esa noche estuve tranquilo, descansaba del palán palán. Al mirar para el lugar donde estuvo me sobrecogió el vacío que había dejado el árbol. Volví a un recurrente tema en los últimos tiempos: la Patria. Pensé en el Warnes que fue una esperanza en un tiempo y en otro tiempo una ignominia. ¡Pensé que los argentinos no fuimos capaces de cumplir con la esperanza y evitar la ignominia, pero, en un minuto hicimos de todo eso una montaña de escombros que, precisamente, es el lugar para criarse el palán palán! ¿Sabremos un día los argentinos hacer una patria donde quepan, sin molestarse, los yuyos de un viejo, el verde de un niño y el palán palán?


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Ilustración: Palán palán