Es común que en el fondo de algunas casas haya una piecita. Claro, en las que tienen un poco de espacio; es casi tan frecuente como el consabido asador y, cada vez menos, el horno para las empanadas. Pueden ser una o dos piezas y hasta con un pequeño bañito las más dotadas, casi como un departamentito adonde huir. Otras son el pequeño taller del artesano de la casa o el lavadero de la familia numerosa.
Cuando la casa está más en el centro y ya tiene unos años, es probable que haya algo como un departamentito o pieza de servicio que originalmente estuvo destinado a la empleada. Hay variaciones de acuerdo a los hábitos, gustos y necesidades de cada familia. Pueden ser muy amplios o simplemente lugares para guardar cosas. Que, precisamente, es de lo que quiero hablar.
Se haya pensado en el destino que sea, a la larga terminan siendo lugares donde guardar y, a veces, hasta amontonar cosas. Cosas del hogar, el auto, jardín del asado, los deportes, las cosas que no sirven del invierno en el verano. Aquellas bicicletas que prometimos andar y terminan colgadas como si fueran jamones. En algún armario desvencijado estarán los cuadernos y libros o escolares de toda la familia que, suponemos, serán leídos y recordados. Acompañado todo por algún insecticida, que imaginamos fuera del alcance de los niños.
Los más pitucos tendrán las cosas ordenadas y limpias; la mayoría, simplemente meterá o sacará las cosas según su interés del momento y cada año bisiesto limpiará y ordenará un poco.
Pareciera que es necesario tener un lugar, una piecita del fondo donde guardar cosas, pero más que nada, se puede ocultar lo que no queremos que estorbe o se vea mal en donde sí vivimos cotidianamente. Un desahogo,? dirían las amas de casa. Lo que no sea socialmente mostrable debe desaparecer (casi). Es como el purgatorio: un lugar incierto que está entre el cielo y el infierno. Es útil pero, en lo posible, no debe ser visto. Es la válvula de escape hogareña para fines sociales y de orden.
Las personas también debiéramos tener una parte nuestra donde tener en conserva, pensamientos y gustos; un compartimiento donde conservarlos hasta mejor ocasión, mientras pasamos las crisis y los tiempos que convengan. En ese caso no me gustaría compararlo con el purgatorio que lo veo poco divertido, más bien debería ser como una bodeguita de vinos donde se conserva lo que decidimos y recién al rescatarlo veremos si valió la pena retenerlo.