El minero

 Para Oscar Basanta, que en dura porfía con la vida busca una estrella de cuarzo, donde hay un arcoiris, donde hay un tesoro, donde hay un duende, donde hay un ángel... donde están todos los diablos.


Podía ser como el caballo en la pradera, como el pez en el agua o como el ave en el aire! Pero, dejó todos los halagos y eligió la escarpada senda de querer ser alguien!
Arriba, en el país del sol, del aire y de las lluvias quedaron las finas querencias de sus ancestros. El gusto de ver crecer la planta; abrirse la flor, cantar la acequia. Dejó atrás la felicidad del hijo en las rodillas o a caballito en la alpargata. Desestimó el placer y la seguridad de un cuerpo tibio de mujer bajo el jergón del catre en la noche fría y estrellada de los mineros. Todo lo dejó en su porfía; él quería una estrella de cuarzo y adentro un arcoiris y un tesoro y un duende y un ángel...¡y todos los diablos! Y mucho me temo que el minero va a conseguirlo todo; y mucho me temo que para conseguirlo todo, el minero Basanta tenga que darlo todo. ¡Todo! El boliche de Dios es cosa seria y todo hay que pagarlo al contado.

Mientras, cambia su tiempo, que no vuelve, por la vejez, que no espera. Pero la persecución de un sueño es tenaz y despiadada y de los socavones del alma, la señal del cansancio, las arrugas surgen a deteriorar el esplendor de la juventud. Los ángeles dan sus señales y si el hombre no las interpreta, el ángel se vuelve negro. No hay otra Ley: Dios fue piadoso y tuvo misericordia. Perdonó la desobediencia del Ángel renegado y lo dotó del libre albedrío para que él fuera su propio arquitecto y quien desoye el mensaje está condenado a los abismos (socavones) donde todo vuelve a empezar. Salvo, claro está, que el que desoye la Voz, sea un enviado del Señor en busca de una estrella y aquel que rescata una estrella del fondo de la tierra y la coloca en la majestad del cielo será apreciado y tenido en cuenta. Porque colocar una estrella en el cielo no es cosa de todos los días y eso Dios lo sabe. Alguien alguna vez soñó una estrella brillante y cavó hasta el fondo de la tierra donde la sílice, que es tiempo, y el sol que es vida elaboraban un milagro: Una estrella de cuarzo. (Todos los mineros del mundo saben esa historia. Algunos salen a buscarla!

En La Toma, localidad minera de San Luis, hay un monumento al minero (dicen que es el primero o el único en el país). El monumento, un monolito con una cara pulida, tiene, burilado el poema Minero Riquelme, obra del poeta sanjuanino Jorge Leónidas Escudero. Ubicado en el centro de la plaza sirve como atracción turística, lugar de reunión y comentario de los vecinos y recordación de todo acontecimiento relacionado con la minería. Esa obra es un justo homenaje al sufrido y olvidado trabajador minero y fue imaginada, gestada, gestio­nada, financiada y donada a la municipalidad de La Toma por el minero Oscar Basanta (a quien recuerdo en esta nota) como un homenaje al minero y al poeta y amigo Escudero. Basanta es un minero, es pobre y trabaja, jornalizado, en la extracción de minerales. Pero Basanta, además de minero busca una estrella y ¿quién le dice que esa obra no sea una de las puntas de la estrella?

Otra punta de la estrella puede estar en el arcoiris de las lágrimas que derrama Basanta cuando en el boliche, los viejitos mineros, el día de pago, espesan el aire con el humo del cigarro y soliviantan el ánimo con la magia del vino, mientras las enronquecidas voces de la silicosis hienden el aire de la noche con el embrujo de la tonada. Yo lo he visto llorar y besar a un viejito que lloraba y nunca sabré si eso ocurrió o era la otra punta de una estrella de cuarzo. Otra vez subimos a donde el cóndor queda abajo, en las esquivas guaridas del tungsteno y lo he visto acariciar la piedra, como pidiendo disculpa, antes del golpe de la pica, develadora del hallazgo o el fracaso. Y nunca sabré si era otra punta de la estrella.

Luego, descolgándonos de la majestuosa altura de Arrequintín lo he visto dilatar con fruición y ancestral avidez las fosas nasales ante el regalo de los balsámicos olores de los yuyos serranos a la vez que iba diciéndome sus nombres y sus propiedades y en las vegas de los ríos de altura, detener la marcha del destartalado camioncito para extasiarse ante el espectáculo del airón de la cortadera, cacique de esas delicias y esos abandonos. Y lo he visto dejar en los bancos de la minería sus bolsitas del pesado mineral como quien deja a un amigo en el bar y va a comprar cigarrillos. Después lo he visto que no sabía qué hacer con el cheque... y sin el mineral.

Y nunca sabré si todo eso fue así o era, apenas, una puntita de la estrella que, Basanta, mi amigo, anda buscando.

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Ilustración: El minero