Familia Gilyam. Una historia con dulces y confites

Los Gilyam son reconocidos por su trabajo en el rubro panadería-pastelería. En diferentes momentos se desenvolvieron en diferentes cafés, bares lácteos y confiterías de la provincia. Uno de esos negocios ha endulzado una parte importante de la historia sanjuanina.

El primer pastelero

La historia de la familia comienza con Andrés Gilyam, un holandés que llegó al país entre 1901 y 1902, cuando tenía poco más de 18 años.  Andrés arribó junto a su padre y su hermano, que tenía casi la misma edad. El menor se radicó en Mendoza y el mayor en San Juan, para dar origen a la familia Gilyam que conocen los sanjuaninos.

Andrés Gilyam marcó los primeros pasos en el rubro. Fue mozo en la confitería “El Águila”. Su tercer hijo, Abdón Andrés Gilyam, fue quién heredó el oficio de “panadero-pastelero” para convertirlo en una tradición.

Abdón Andrés nació en 1908. Siguiendo los pasos de su padre, trabajó en la fábrica de “El Águila”. Allí, junto a grandes pasteleros, aprendió diferentes recetas y secretos de pastelería que lo acompañarían en diferentes lugares de trabajo. Después, llevó su oficio a la confitería “El Buen Gusto”, cuyo dueño era su cuñado, Nicolás Sánchez. Pero tuvo ciertas diferencias con Nicolás y dejó el negocio.

Entonces, comenzó a trabajar en el bar lácteo “La Martona”, que se encontraba en la calle General Acha, pasando Rivadavia, al lado del ex cine San Martín. Allí trabajaba en la fábrica, elaborando algunas de las especialidades que se servían para acompañar las bebidas que ofrecía el negocio.

Mientras era empleado del bar, en 1930, se casó con María Sánchez, una española que llegó al país cuando tenía dos años. Fruto de esa unión nacieron Mauricio, Noemí Alicia, Andrés Francisco, Juan Carlos y María. El primogénito  fue quien siguió los pasos de su padre y lo acompañó, desde pequeño, en el trabajo de la pastelería.

 


El negocio propio


En 1932 la familia se trasladó a Caucete. Allí, Andrés abrió su propio bar y, también, comenzó a elaborar algunas masas y tortas. Sin embargo, no durarían mucho tiempo en el departamento. Era la época de la política “fuerte”, teñida de violencia. En este contexto, el negocio de Gilyam se convirtió en el escenario del asesinato de un importante caudillo de la zona. Este hecho llevó a Andrés a decidir cerrar el comercio y partir junto a su familia a la provincia de Mendoza.

En la provincia vecina Andrés trabajó en la panadería “La Balear”, donde desplegó sus recetas personales. Además, cocinaba milhojas para vender, pro cuenta propia,  en la calle. Sin embargo no duró mucho tiempo en ese lugar. La paga no era suficiente para mantener a su familia y en 1936 decidió volver a San Juan.

En la provincia Andrés comenzó a trabajar en la confitería “La Nieve”, en calle Rivadavia casi Avenida Rawson. Él era el maestro pastelero del negocio y sus productos eran muy reconocidos, ya gozaba de gran prestigio dentro de su campo laboral.

El terremoto, una nueva oportunidad

En 1944 un acontecimiento sorprendió a todos los sanjuaninos y cambió sus vidas para siempre. El terremoto del 15 de enero del 44 destruyó la provincia y marcó una nueva etapa para la provincia.

En este contexto y a días de la catástrofe, Andrés recibió un llamado extraño. Era Nicolás Sánchez, su cuñado y dueño de la confitería El Molino, que había abierto sus puertas en 1935. Hacían años que ambos estaban distanciados por diferencias que tuvieron cuando Nicolás era dueño de la confitería “El Buen gusto” y Gilyam era su empleado.

Sánchez le pidió a Andrés  que lo ayudara a reparar algunos de los daños de la confitería. En su estructura no había sufrido derrumbes, pero se habían caído todos los muebles y la mercadería. A pesar de la distancia, Gilyam aceptó el pedido y lo ayudó a ordenar el local. En estas circunstancias, Nicolás lo invitó a ser su socio y reabrir la confitería. Un mes después del terremoto, “El Molino” era el primer negocio de comestibles en abrir sus puertas a los sanjuaninos.

Gilyam en el Molino

Desde 1944 y hasta su muerte, Andrés Gilyam fue dueño y trabajador de la confitería “El Molino”. Mauricio, su hijo mayor, lo acompañó desde chico en el negocio. Desde 1955, después del fallecimiento de Nicolás Sánchez, se convirtió en único dueño del comercio. En esa época su hijo mayor, Mauricio, se hizo cargo del local y de la atención a los clientes, mientras él controlaba la parte de la fábrica.

Después del fallecimiento de Andrés, Mauricio y sus hermanos continuaron con el trabajo en la confitería. Permanecieron en el rubro y se ocuparon de conservar y hacer crecer el negocio que su padre les dejó.

En el año 2011, los hermanos Mauricio y Andrés Francisco, junto al hijo del primero, son los dueños de la confitería. El hijo mayor de Andrés Gilyam continúa siendo socio pero ya no trabaja en el local. Andrés (hijo) y Raúl se encargan de mantener el negocio que tiene sucursales en la calle Rivadavia, entre Mendoza y Entre Ríos, en la Avenida Libertador, frente al IMPRES y en Pocito.



Fuente: Mauricio Gilyam

GALERIA MULTIMEDIA
Mauricio Gilyam en el frente de la confitería El Molino.
Mauricio Gilyam junto a un empleado en el interior de la confitería El Molino.
Mauricio Gilyam y Nimia Fuente festejaron con una cena las bodas de Oro.
Mauricio Gilyam, al festejar su cumpleaños número 80 entregó como sourvenir a sus invitados, el libro autobiográfico que escribió. El trabajo se llamó “Bendita Jalea de Membrillo”.
El matrimonio de Mauricio y Nimia junto a sus nietos. María Elena Gilyam, María Celeste Rodríguez, Juan Pablo Gilyam, Agustín González y Julián Rodríguez. Adelante, María del Valle González y María José Gilyam Nieto.
Raúl Gilyam, Andrés Gilyam y sentado, Mauricio Gilyam.
Mauricio Gilyam en el interior de la confitería El Molino.
Mauricio Gilyam en la confitería El Molino.
Album de recuerdos por las boda de oro de Mauricio Gilyam y Nimia Fuente.
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