Hortencia Lahoz y Walter Alberto Coria. Cuando el arte y la precisión se complementan

La siguiente entrevista realizada por Carmen Vega Mateo fue publicada en El Nuevo Diario, en la edición 627 del 8 de octubre de 1993

 Es un matrimonio de esos que uno llama bien avenidos. Se podría pensar, superficialmente claro, que son la antítesis uno del otro. Walter es los números, la precisión, los costos. Hortensia es el gusto por lo exquisito, por el arte, por cosas quizás más idealistas.

Maciza, sobria y a la vez discretamente elegante, la casona en que viven no dice por fuera lo que es adentro. Un amplio salón gratamente iluminado y con detalles y muebles de muy buen gusto. La casa fue diseñada por Jaime Mateos y la construcción la hizo el propio Walter con su empresa.

En lo que es el sector de la escalera un original jardín interior. Me sorprende y me gusta —y se lo digo a Hortensia que me aclara que es de origen francés— un precioso mueble alto en laca negra y con motivos chinos pintados, seguramente tiene su antigüedad. Cuadros y porcelanas por todas partes obra de la dueña de casa, adornan paredes y mesitas con decidida armonía.

Hortensia es de suyo, una mujer muy cariñosa y así nos recibe. Nos sentamos cómodamente en sus sillones de reminiscencia francesa y a pesar de que queremos comenzar ya la entrevista, se empeña en traernos café primero y con bombones nada menos.

Walter Alberto Coria nació en Caucete un 16 de setiembre de 1930. Estudió en la Facultad de Ingeniería cuando era Universidad Nacional de Cuyo, y allí obtuvo su título de Ingeniero Agrimensor. La primaria y la secundaria las hizo en un colegio privado en Buenos Aires: el "Guadalupe".
— Me fui con una tía a Buenos Aires a raíz del terremoto en que quedó muy precaria la educación en San Juan, y como era hijo único mis padres decidieron enviarme con mis tíos.

Por su parte Hortensia Lahoz también es sanjuanina, pero lo único que pudimos saber es que nació un 4 de febrero "y no te digo más nada, ni mi marido sabe en qué año nací". Walter se ríe cariñosamente ante este gesto de coquetería. Fue docente durante 34 años y nos cuenta orgullosa que fundó una escuela y ocupó todos los cargos de la función docente. La escuela está en lo que hoy es la Villa Hipódromo y que entonces —al ser nacional— llevó el número 153.  Desde conseguir el terreno al Dr. Maldonado, el presupuesto en Buenos Aires, los dos primeros jardines de infantes que llegan a San Juan para escuelas nacionales y el primer comedor infantil...


Sus estudios se reparten en la primaria en La Inmaculada y Paula Albarracín de Sarmiento, y los secundarios en el Normal San Martín. Mientras que los abuelos de Hortensia eran de origen español, Walter acredita varias generaciones de criollos que arrancan prácticamente desde la conquista.


— Mi abuelo era Felipe Coria y su padre, Juan Coria y con éste ya nos remontamos al 1800. Creo que venían con la corriente de Chile, algunos quedaron en Mendoza, otros en San Luis y otros en Caucete. En lo que hoy son los terrenos que ocupa el Automóvil Club, en General Acha y 9 de Julio, la mitad pertenecía a los Maurín y la otra a Celio Coria, un tío abuelo de mi padre. Y en este sitio se preparaban las caravanas de carretas que salían con destino a Buenos Aires, porque a Chile salían arreos que se preparaban donde está hoy la Feria de Abasto. Frente a estos terrenos estaba D. Felipe Coria, mi abuelo...

—Walter, por lo que veo te tocó vivir dos terremotos...
—Y sí. Uno en el ''''44 y el otro en el ''''77. En el ''''44 estaba en 9 de Julio porque allí tenía una bodega mi padre y se vino abajo. En el ''''77 estábamos acá. Yo tenía una bodega en Caucete pero esta vez, felizmente, no le pasó nada y fue una da las dos bodegas que se tomaron para el INPRES con el objeto de demostrar los efectos del grado 10. Esa bodega estaba construida sobre pilotes y no sufrió absolutamente nada. En cambio la otra, la de Segura, quedó totalmente retorcida y se vino abajo irremediablemente.

—Cambiamos de tema y les preguntasmos ¿cómo se conocieron?
—Nos presentó un profesor de educación física, Ernesto Saetone, en el baile de egresadas de mi escuela que se hizo en Ia terraza del Selby, muy de onda en aquella época.

—¿Qué te gustó de ella, Walter?

—Su modo de ser tan suave y femenina y aparte, que estaba muy bien, para el crimen diría yo...
—No digas eso que lo pone! En esa época que te ibas a sentar a mi lado —y señala el amplio sofá en el que se encuentran— mamá acá y vos allá enfrente!


 Risas a granel, sobre todo Eduardo, el menor de los hijos que se ha plegado a la reunión.

—Yo esa noche bailé con él solamente y me sentí feliz. Le había vendido, recuerdo, una opción a otro compañero con la condición de bailar con él y ya ves, no cumplí... Estuvimos ocho años de novios y nos casamos en María Auxiliadora. El traje me lo hizo una señora que no era de acá y tenía su atelier en Córdoba y Mendoza, en el edificio Rufino. Fui quizás la única novia en ese entonces que llevó un vestido de color celeste y lo diseñé yo misma: tenía el forro celeste pálido y arriba organza plizada y encaje Richelieu. Y llevaba un ramo grande en raso.

—¿Cómo han sido éstos años?
—Para Hortensia han sido de trabajo constante y últimamente de voluntad puesta a prueba para conseguir definidos objetivos.
Para Walter, "ha sido, yo diría, más que positivos, fructíferos tal vez, en principio porque tuvimos tres hijos que son una maravilla: Alberto Walter, Ricardo Daniel y Eduardo Miguel. La vida se desarrolló tratando de consolidar un patrimonio que ya tenía por herencia, pero como único hijo tenía la responsabilidad de mantenerlo y acrecentarlo para los míos. Y es así como mis primeros años fueron de técnico en el ejercicio de mi profesión, formé mi empresa de Movimientos de Suelos en la que tenía cuatro equipos de caterpillar más nuevos de la época. Paralelamente trabajé en la construcción como subcontratista hasta el año ''''75 en que vendí las máquinas y compré la bodega. Con eso empezamos a crear una firma con planta de elaboración en San Juan y distribución en Mar del Plata, cuyo depósito todavía tenemos y donde vendíamos los vinos que elaborábamos, llegando a fraccionar toda la línea de vinos comunes y ocho tipos de vino fino. Los muchachos comenzaron conmigo y siguieron hasta el ''''82. En el ''''83 a raíz de las resoluciones del prorrateo del INV nos obligaron a fraccionar una parte de la elaboración propia y para poder seguir abasteciendo teníamos que comprar vinos a terceros. Esto afectó económicamente a la empresa y dejamos de fraccionar. Continuamos con las fincas de Caucete y ya en el ''''82 les dije a los muchachos que se fueran a estudiar y ya nos juntaremos cuando ésto pase, que es lo que ahora se ha producido. El mayor trabajó estos diez años con Estornell y el otro estuvo en la facultad hasta que se casó. Y el benjamín terminó en la Escuela de Comercio y se fue a Mar del Plata donde ingresó en la Universidad y se recibe en el ''''91 con el título de Licenciado en Economía. Durante el ''''92 hizo un posgrado en la Universidad Católica de Cuyo, becado por la Universidad en Preparación y Evaluación Social de Proyectos de Inversión (y por otra parte, escribe en "La Nueva Empresa").

—Y a tí, ¿qué te dio por el arte Hortensia?
—Mis primeros cuadros son de cuando era muy chica, con la docencia dejé un tiempo, pero siempre estaba latente dentro de mí. Soy autodidacta. Cuando íbamos y veníamos a Mar del Plata por las razones de mi esposo, yo estaba acostumbrada a un movimiento artístico muy grande. Allí, con otro grupo de amigas, fundamos el Centro de Artistas sobre Porcelana.

Y de ésto brindan testimonio los innumerables platos y platitos que hay por toda la casa y bellísimas jarritas que como detalle original llevan aplicaciones en oro.


—Y tu actividad en San Juan, ¿cuándo comienza, públicamente?
—Yo venía acá y no veía nada de arte. Como yo vivía en pleno centro, en la Peatonal San Martín, a cada rato veía ateliers o exposiciones. Al venir acá no veía lo mismo, no se mostraba el arte. Entonces en setiembre hicimos acá la primera muestra con Delia Ribeyrolles de Gambetta que vivía en Mendoza y se trasladó también a San Juan. Nos juntamos y fue la primera muestra que se hizo de pintura sobre porcelana en el Club Español. Ese día estuvieron Paredes, Victoria y otros plásticos que nos fueron a ver porque era una novedad. Allí les propuse unirnos y formar un centro de artistas plásticos. Me fui al Museo Franklin Rawson y Pipo (por José Luis Victoria) me proporcionó una lista enorme de plásticos y saqué una nota en Diario de Cuyo convocándolos a todos en Casa España. Fueron muchos y fundamos el Centro. Comencé como presidente y Rubén Arroqui de vice. Al mes redactamos los estatutos, los preparó Ruffa con Josefina Carta de Oro y a los seis meses ya teníamos personería jurídica. Pero íbamos todos los días a la Casa de Gobierno y me ayudó todo el mundo. Yo llevaba personalmente el expediente de una oficina a otra, hasta que llegó a la oficina del gobernador Escobar. El 23 de octubre vamos a cumplir dos años. Nos han puesto muchas piedras en el camino, pero no importa, nos importa el arte. Trabajamos por amor al arte. Mi sueño es una gran exposición de todos los que pintan en San Juan en el Auditorio y que la gente juzgue por sí misma...

—Walter, ¿cómo ves todo este afán de tu esposa?.
 —He tratado siempre de apuntalarla desde sus inicios. Por amor a ella indudablemente, pero también por el sentido de responsabilidad de alguien que quiere aportar algo y lo hace bien.
—No admito esa diferencia que se hace en San Juan en el tema del arte. Si son universitarios, ayuden a los que no lo son brindando técnicas. No admito el egoísmo. Yo pregunto, por qué se hace el I Salón Regional de Exposol y se hace diferencia entre "aficionados" y "no aficionados". ¿Qué significa ésto? Si el artista nace con una fibra que le es propia. Ningún maestro del arte tenía título... sólo ponían amor en las cosas que hacían. Nosotros no existimos para la Subsecretaría de Cultura. Se hace una exposición en el Museo del Vino y se nos ignora. No es así, afortunadamente, en Turismo, en el Club Español (donde nos han permitido tener hasta nuestra sede) y el municipio capitalino.


Es una mujer de modos delicados, muy femeninos, pero fuerte y vehemente. Su empuje, su constancia, es lo que le ha permitido al Centro de Artistas Plásticos estar en todas partes. Consiguió participar en una exposición de ABAPRA y llegó hasta lograr que en los billetes de lotería de éste año figure el logo del Centro y no sólo eso, también se puede usted encontrar con algunas obras de artistas sanjuaninos...
—Voy a tener 105 años y estaré como estoy ahora. Soy incansable...

No me cabe la menor duda. Yo también sueño con ver en el Auditorio una exposición gigantesca con todos los que hacen arte en San Juan. Sólo que lo mío es sueño. En ella en cambio, es voluntad. Así que, más tarde o más temprano lo veré, estoy segurísima. Pese a quien pese...

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El matrimonio de Hortencia Lahoz y Walter Alberto Coria y juntos a ellos Eduardo, el menor de los hijos.
Hortencia Lahoz y Walter Alberto Coria tuvieron tres hijos: Alberto Walter, Ricardo Daniel y Eduardo Miguel